Antes se decía que cuando el lobo asoma la patita es que no viene a regalar caramelos, precisamente. Que es lobo, nada menos, y todo eso. Pues eso fue lo que hizo tal que hoy hace ochenta y un años uno de los lobos más sanguinarios que haya conocido este mundo ni, probablemente ―vamos a dejarlo ahí. Nuestra capacidad de superación no tiene límites―, conozca jamás. Ese lobo respondía al nombre y apellido de Adolf Hitler, y tal que un 30 de septiembre de 1938 dejó claro que estaba dispuesto a liarla parda. Pero parda, parda. Vamos al lío.
El tío Adolfo tenía metido en la cabeza aquello de la grandeza de Alemania, que no puede ser que caminemos con la cabeza gacha y avergonzados por montar la que montamos en la primera edición de matarnos los unos a los otros como jamás nos hemos matado ―esto es, la Primera Guerra Mundial―, y poco a poco fue consiguiendo los logros que había planeado y que llevaba a buen recaudo en esa cabecita por la que no discurría ninguna idea buena. La principal de todas, hacer una Alemania grande, un nuevo Gran Reich. Ea. Y a eso se puso en cuanto Hindenburg le dijo ―bajo todo tipo de presiones, cierto es―, adelante, que toda Alemania es suya y puede hacer lo que le plazca allá por 1933.
Y para hacer un Gran Reich había que reunir todos los territorios donde vivieran alemanes, fuera donde fuera. Uno de esos territorios eran los Sudetes, en Checoslovaquia (para los de la LOGSE, país que existió entre 1918 y 1992, cuando se partió en dos: Chequia y Eslovaquia). Así que el tío Adolfo empezó a dar la matraca con que allí había alemanes, que qué es eso de no vivir bajo nuestra bandera, en territorio alemán, que si todo por culpa de la guerra y así no se puede vivir ni hacer nada, etcétera; a lo que hay que unir que desde el mismo momento del ascenso de Hitler al poder en Alemania, el Partido Alemán de los Sudetes ―recién fundado― comenzó a pedir la adhesión de la región al Tercer Reich; y que tras la anexión de Austria meses antes, en marzo, la presión amenaza con llevarse por delante la tapa de la olla que era aquella región.
A todo esto, la cosa tampoco estaba para bromas en Europa. Francia y la Unión Soviética le dijeron al Gobierno Checoslovaco que calma, que no va a pasar nada y tal, pero con la boca pequeña, sin demasiado entusiasmo; e Inglaterra, como siempre, en plan Gandhi: paz, amor y vamos a llevarnos todo bien ―callando lo que seguía, esa ya mítica frase de “porque, si no, van a haber hondonadas de hostias aquí”, del gran Manuel Manquiña. Que, finalmente, las hubo―. ¿Por qué aquello de calma y tal? Porque Francia y la Unión Soviética tenía firmada una alianza con Checoslovaquia que las obligaba a prestar ayuda en caso de ser agredida por un tercero. Eso sí, los soviéticos fueron más listos y dispusieron que, de ocurrir algo, primero los francés y luego, ya si eso, ellos. Después se ve que se lo pensaron mejor ―vieron el percal. Hitler y demás― y se comprometieron a apoyar a Checoslovaquia incluso si Francia no lo hacía.
Total, que unos y otros comenzaron a mover tropas en la zona, a calentar la mano para no quedarse cortos en la hondonada de hostias que se prometía, calculando pros y contras ―el jefe del Estado Mayor checo no veía posible aguantar más de tres semanas un posible ataque alemán―, hasta que el tío Adolfo lanzó un ultimátum cuatro días antes de firmarse los acuerdos de Múnich protagonistas de estas líneas, firmados por Hitler, Mussolini ―que andaba en todas las salsas. Él fue quien organizó la conferencia que reunió a estos cuatro―, Chamberlain―primer ministro británico― y Daladier ―primer ministro francés―, por los que Alemania prometía un plebiscito para solventar la cosa y que, así, no fuera a mayores.
De todo aquello queda la imagen de Chamberlain en las escalerillas del avión que lo llevó a Londres ondeando el papel de marras mientras la masa lo aplaudía a rabiar. Quedaos todos tranquilos, que aquí no va a pasar nada, y tal, que traigo un papel firmado por el tío Adolfo, que yo vi cómo lo firmaba.
Después, Hitler entró en los Sudetes al día siguiente como Pedro por su casa, y en marzo de 1939 Alemania invadió el resto de Checoslovaquia. Lo demás ya es historia.