Dentro del panorama literario negro criminal hay diversas variantes, todas ellas debatidas en sucesivas mesas redondas de todos los festivales dedicados al género. Se habla de hard boyled, novela enigma, crímenes de habitación cerrada, novela policíaca, novela detectivesca, etc. En todas ellas, cada escritor enfoca la temática con su estilo propio, pero también influenciado, lógicamente, por sus escritores de cabecera, y sitúa la trama en un contexto geográfico e histórico.
Últimamente, un grupo de escritores de diversa procedencia y sin haberlo consensuado entre ellos, han situado las tramas de sus novelas en un espacio temporal muy concreto: los años ochenta. El marco geográfico es variopinto, pero podemos decir que son novelas fronterizas situadas en barrios suburbiales de diversas capitales españolas, en ese contexto post franquista que se ha venido denominando Transición. Las novelas, generalmente, están protagonizadas por todos aquellos jóvenes que se convirtieron en delincuentes habituales cuando la heroína invadió las calles. Si bien diversos directores de cine como José Antonio de la Loma, Eloy de la Iglesia, Manuel Gutiérrez Aragón o Carlos Saura trataron el tema en la gran pantalla con diversos resultados (en general las películas eran patéticas, ya que se mezclaron a actores con verdaderos delincuentes: los primeros no sabían imitar a los segundos y estos no sabían actuar, y se buscaba más el espectáculo de persecuciones y atracos), en el terreno literario quedaba un territorio más o menos virgen que últimamente se ha ido poblando de historias.
En 2012 Javier Cercas presenta “Las leyes de la frontera”, una novela que cuenta las andanzas de una banda de delincuentes de Gerona en los setenta. Una buena historia que, sin embargo, queda un tanto artificial por el lenguaje de los protagonistas, ya que en ningún caso hablaban como nos lo cuenta el escritor en el libro. Otras novelas significativas son: Ansiedad (vida de un yonqui), de Gabi Oca; El interrogatorio, de M. A. Marcos Fernández (que tuve el honor de prologar); Apaches, de Miguel Sáez Carral (de la que próximamente habrá serie en televisión); Talco y bronce, de Montero Glez; Quinquis, de Agustín García Meana; y Yonqui y Lumpen, de quien modestamente escribe estas líneas. Podríamos incluir aquí dos novelas que, sin ahondar en el fenómeno quinqui, tienen que ver bastante con el contexto: El gran silencio y Niños de tiza, de David Torres.
Novelas que nos hablan todas ellas de aquella época predemocrática que sin embargo trajo una crisis económica que generó un paro brutal. Una situación cuyas raíces estaban enterradas mucho más atrás en el tiempo y que para entenderla debemos retrotraernos hasta los planes desarrollistas de Franco. La inclusión de máquinas en el campo propició que muchos jornaleros y campesinos tuvieran que emigrar a las grandes ciudades en busca del sustento. Y las ciudades y sus nuevas fábricas los acogieron como mano de obra barata con las manos abiertas. La emigración sin control genera gran variedad de problemas, entre ellos el de la vivienda. Se hacen viviendas sociales, pero no son suficientes, y prolifera el chabolismo. Los nuevos barrios carecen de los más mínimos servicios. Aún así, el verdadero problema viene con la segunda generación, los hijos de aquellos emigrantes que ocuparon la periferia de las ciudades. Ellos ya habían perdido las raíces y por otro lado no tienen el carácter servil de sus padres. Son jóvenes y quieren divertirse, pero el sistema, en vez de colegios y servicios les ofrece descampados, billares, bares y drogas, sobre todo la heroína, que engancha y esclaviza a sus consumidores hasta convertirlos en delincuentes comunes obligados a robar para conseguir sus dosis. Unos mueren en los tiroteos con la policía, otros por consumir heroína adulterada y otros de cirrosis y SIDA. Toda una generación perdida. Los supervivientes, los que logran desengancharse, sobreviven a duras penas con una colección de patologías asociadas a la heroína que les hace imposible llevar una vida normal.
Eran tiempos en los que no había Internet ni canales de TV de pago. Tiempos en que no había información en cuanto a los efectos que podían causar las drogas, sobre todo la heroína. Valga esta reflexión del escritor escocés Irvine Welsh, exitoso autor de la saga “Trainspotting”, que nos cuenta como nadie en sus novelas la problemática de los jóvenes de esta generación en los suburbios de Edimburgo:
Recuerdo perfectamente a mis padres y a mis profesores cuando me decían: «No fumes marihuana, eso te matará». Tú entonces vas y fumas un poco y te sientes de perlas. Vale, me han mentido. Luego te dicen: «No tomes ácido, acabarás lanzándote de un edificio». Sin embargo, cuando lo tomas piensas: «Coño, esto es la hostia, todos estos colores… Creo que no voy a tirarme de un edificio; de hecho soy bastante feliz, ahora mismo». Después de eso viene lo de: «No tomes speed, te dará un ataque al corazón». Vas, lo tomas y pasas una noche entera bailando como un loco. Y entonces llega el: «Ni se te ocurra tomar heroína, te engancharás y te acabará matando». Y, de repente, tenían razón. Se habían equivocado tantas veces antes que esperabas que esta fuese una más.
A estos jóvenes se les denominó erróneamente como “quinquis”. Si bien algunos de ellos eran descendientes de este grupo social, no era el caso de la mayoría. A los gitanos y a los quinquis siempre se les asoció con la delincuencia debido a su vida errante por los caminos. Probablemente por este motivo y porque no todos estos chavales eran gitanos a alguien se le ocurrió esta desafortunada denominación.
Además de las novelas mencionadas que han dado paso a especulaciones sobre un nuevo subgénero literario dentro de lo negro (novela quinqui, gris asfalto, quinqui noir, etc.), han aparecido diversos ensayos como “Crónicas quinquis”, de Javier Valenzuela, y “Quinquis, maderos y picoletos” de Juan A. Ríos Carratalá.
Y como lo negro sigue generando nuevos festivales y nuevas ediciones de otros con más tradición, no se pierdan la XI Edición de Mayo Negro, organizado cada año por la Universidad de Alicante y que este año está dedicada a “Dandis y quinquis”. Habrá diversos actos, conferencias, mesas redondas y proyección de algunas de las películas más emblemáticas de “Cine Quinqui”. Coordinado por el maestro Mariano Sánchez Soler y Francisco J. Ortiz, este año pasarán los novelistas Santiago Álvarez, con su novela “La ciudad de la memoria”; Jerónimo Tristante, con su saga de Víctor Ros; y Paco Gómez Escribano (para servirles), con sus novelas “Yonqui” y “Lumpen”.
Género, subgénero o moda pasajera, los ochenta y las periferias de las grandes ciudades son todavía un terreno a explorar, con sus propias peculiaridades sociales, geográficas y musicales, ya que otra de las características de estas historias es la banda sonora: rock & roll y aquellas canciones de los Chichos y los Chunguitos. Si a la novela negra siempre se la había asociado al jazz y al blues, este subgénero lleva aparejado su propio estilo musical, el que sonaba en los tocadiscos y en los “loros” de la época.
Hola,Paco. Leí tu última novela, Lumpen, y me gustó. Seguirán las tramas del barrio de Canillejas? Gracias por hacerme pasar un buen rato. Y enhorabuena.
Gracias, Ignacio. Lo cierto es que sí, seguirán las tramas en Canillejas. La próxima se titula Manguis y ya me ha dicho la editorial Erein (la misma que publicó Yonqui) que me la publican, aunque todavía tenemos que determinar la fecha. En esta ocasión me traslado al 1972 y narro el atraco a un furgón blindado. Espero que te guste. Gracias por leerme. Un fuerte abrazo.