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Réquiem por el maestro Ledesma

Hay momentos en la vida que te marcan, y no me refiero a esos momentos familiares o a esos con los amigos que todos tenemos, no. Me refiero a esos momentos, quizás más especiales porque en principio no tienen que ver nada contigo, que vienen impregnados de magia, se posan en tu corazón y ahí se quedan, pasen los años que pasen, llueva o haga sol. Me refiero a ese momento en que escuchamos aquella canción que nos marcó, a ese momento en el que leímos un libro que nos impactó, a ese momento el que vimos una película que se nos quedó grabada. Momentos que ya no podremos olvidar si realmente se trata de uno de esos momentos mágicos.

Solo vi a Francisco González Ledesma una vez y fue en la Feria del Libro de Madrid. Aproveché para que me firmara una de sus novelas de la serie Méndez. Hablamos e incluso tuve el atrevimiento de decirle que yo también era escritor, a pesar de que solo había escrito mi primera novela y todavía no estaba publicada. Me miró con aquellos ojos claros suyos que decían más que las páginas de un libro. Me pareció que el maestro reflexionaba, que incluso su mente regresaba a aquellos primeros años suyos en que soñaba con ser escritor, a aquellos difíciles años de censura franquista, a aquellos malditos años de pasar hambre y necesidad por decidir dedicarse a lo que a él le gustaba, que era escribir. Con esa mirada me compadeció con la sabiduría de quien sabe que el de escritor es un camino duro, lleno de injusticias, de inestabilidad y de frustración. Y a la vez me dijo sin pronunciar ninguna palabra que siguiera, que no cejara en el empeño si era eso lo que realmente me gustaba, que al fin y al cabo mi generación debería tomar algún día el relevo de la suya.

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El maestro Ledesma nos dejó ayer, 2 de marzo de 2015, y digo “nos dejó” porque los escritores, al igual que los brujos, no mueren, solo trascienden, aunque viven siempre en el imaginario colectivo. Vivió los tiempos difíciles de la dictadura, junto a Juan Madrid, Andreu Martín, Vázquez Montalbán, Pérez Merinero o Julián Ibáñez, todos ellos compañeros de generación y de género, el negro. Le tildaron de rojo y de “pornógrafo”, teniendo que escribir a escondidas, renunciando a la Literatura de altos vuelos por las novelas de a duro escritas bajo pseudónimos como Silver Kane, Taylor Nummy, Silvia Valdemar, Rosa Alcázar, Fernando Robles o Enrique Moriel.

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El maestro escribió tropecientas novelas, ensayos, columnas, cómics, etc. En 1983 publica “Expediente Barcelona”, en la que aparece por primera vez y en un plano secundario Ricardo Méndez, un policía franquista que se convertiría en el protagonista de la saga de un total de once novelas, cuyo cierre constituye casi un epitafio: “Peores maneras de morir”, novela que leí con verdadera pasión, pero reposadamente, como había que leer las novelas de Méndez para captar la magia y la poesía del personaje. La leí, queriendo pero sin querer saber, que sería la última novela del maestro porque ya se encontraba muy enfermo.

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“Expediente Barcelona”, finalista del Premio Blasco Ibáñez en 1983, fue publicada por la mítica editorial francesa Gallimard, lo que le proporcionó una legión de seguidores en Francia, alcanzando finalmente el prestigio merecido. Sus lectores fuimos navegando a toda vela por todas y cada una de las novelas de la saga, por esas calles de una Barcelona de la que ya solo quedan vestigios, menos moderna, pero más auténtica, con sus grandezas y sus miserias. Una Barcelona que es imposible no evocar cada vez que viajo hasta allí, poniendo cara a los personajes del maestro en cada transeúnte, en cada esquina de cada calle, en cada bar de todos esos paisajes urbanos que nos enseñó en sus novelas.

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Porque sí, nos quedan tus novelas, maestro, y las novelas de tus compañeros de generación que aún viven, no todos, desgraciadamente. Y lo único que tenemos los nuevos escritores y que vosotros no tuvisteis son vuestras obras, que nos sirven de inspiración, de ejemplo y de lecciones magistrales para los que queremos seguir escribiendo siguiendo vuestro ejemplo.

Dile a Montalbán, maestro, que Méndez, finalmente, nunca llegó a ir a los mismos garitos que Carbalho, no era tan sofisticado, pero era buena gente. Pregúntale a Merinero, maestro, que cómo coño hacía para escribir esas novelas. Pregúntale a Dios, si es que existe, que si Él en un principio fue también novelista.

Nos vemos. Hasta siempre.

 

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