Y llegó mayo pajarayo con sus flores. Mayo siempre tuvo algo de pórtico, de heraldo que anuncia tiempos mejores ya cercanos. Sus días más largos, el frío doblegado –salvo la incertidumbre de Santa Rita, que da y quita– y el trigo en los altos eran presagios de un mundo mejor, promesa de fruta al alcance de la mano. Mayo comienza con tormentas que, en lo meteorológico, son el chupinazo y los cabezudos que inician las fiestas. Un invierno seco, de pantanos vacíos, de temores, quebró en una lluviosa primavera que ha reverdecido las cunetas de las autopistas y postergado la catástrofe de la sequía. Una primavera esta que, como decía Lucrecio, pasará igual que todas: para siempre. Todo pasa. Todo vanidad, de vano.
El tiempo pasajero como marca de fuego de lo humano. Le pertenecemos y nos pertenece. Igual que para Julio Llamazares había distintas formas de mirar el agua, también hay distintas maneras de vivir el tiempo. Está la de quien levanta campamento en el pasado, se atrinchera en lo vivido ya, alza torres y empalizadas de recuerdos y allí, creyendo defenderse, queda en sí mismo atrapado, pues la memoria puede ser tan tenaz como un asedio, que es el padre etimológico de la obsesión. Otro, sin más equipaje que unas mudas, carga la mochila al hombro y sale a buscar el porvenir, lo que está por venir, prefiere dar forma a lo que no tiene materia todavía, que la paciencia y el esfuerzo de modelar el barro que el presente le ofrece. Quien vive en el futuro tendrá días de ilusión, también de angustia.
Los romanos, tan concisos ellos, lo mismo en la gramática que en los acueductos, tenían una concepción pragmática del tiempo y del espacio, es decir de la vida: Hic et Nunc. Aquí y ahora. Nada de enredarse en melancolías ni de resbalar con la leche del cuento derramada. También para Cortázar: «Es inútil la argucia y la esperanza, somos la previsión, los ojos y la boca orientados al viento». Las bisabuelas, nuestras bisabuelas, tenían algo de matronas romanas, de su sabiduría, sabían que no era bueno ovillarse en la nostalgia ni adelantar el sufrir por problemas que todavía no se habían encarnado. Ya tenían bastantes en su aquí y en su ahora. No sabrían latín, pero mejoraron el consejo: «Cuando llegues al río, cruzas el puente».
Salud.
Ps: Mañana jueves día 5 presentamos mi nueva novela “Y por esto el príncipe no reinó” en La Casa Encendida a las siete de la tarde. Estáis invitados. Encuentro con Oscar M. Prieto | La Casa Encendida