«Es necesario elegir». Con esta sencillez y claridad, sin resquicios, nos advertía Pascal de lo paradójico de nuestra condición, de nuestra razón de ser, de nuestra naturaleza. Elegir, decidir, nos hace responsables. Y la responsabilidad nos da la libertad y nos convierte en sujetos morales. Ser libres y morales es lo que nos hace humanos. Sin ambas cualidades seríamos otra cosa, bestias, pero no humanos. El esclavo ha perdido la condición humana. Pero nadie, ni el peor de los tiranos nos puede esclavizar, ni el más despótico poder puede privarnos de nuestra libertad. Si tenemos valor para ser libres, nadie nos puede quitar la libertad de conciencia. Boecio, el último filósofo de la Edad Antigua, era libre en el calabozo, libre antes de que Teodorico le cortara la cabeza. Nos dejó testimonio de ello en su ‘Consolación de la Filosofía’.
Decidir. Desde que nos levantamos. En ocasiones lo podemos ver como una condena, sin embargo, es nuestro bien más preciado, lo que nos hace valiosos, únicos e irrepetibles. Decidir. Hay decisiones nimias, triviales, de las que ni siquiera nos damos cuenta. Otras son más complejas, delicadas, decisivas. Elegir entre un bien y un mal resulta fácil. Pero a veces la vida nos pone ante la tesitura de elecciones dolorosas, terribles, aquellas en las que sólo puede ser el mal menor.
Todos queremos la paz. Sólo los malvados y los enemigos del género humano quieren la guerra, provocan la guerra. ¿Qué hacer entonces? No hay paz si esa paz es injusta. La paz necesita de la justicia para ser auténtica, para no ser un engaño con el que consolarnos. La paz exige de nosotros todo sacrificio para defenderla del malvado, del tirano, del enemigo del género humano que pretende imponer su locura con la guerra. Debemos defender la paz y no hay peor enemigo contra la paz que el apaciguamiento. Dejar hacer al malvado para que no se enfade más, intentar contenerlo, mirar hacia otro lado.
La Historia nos brinda un ejemplo reciente en el tiempo. Chamberlain y Daladier concibieron la política de ‘apaciguamiento’ para tener contento a Hitler. Le dejaron rearmarse, le permitieron anexionarse Austria. Después los Sudetes y con ellos toda Checoslovaquia. «Hemos asegurado la paz» Proclamó eufórico el inglés al volver de Munich. Pero, la terrible realidad fue la invasión de Polonia y el inicio de la guerra. Yo elijo la paz. Pero la paz exige nuestra defensa.
Salud.
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