Solón es uno de esos personajes entre el mito y la historia que realmente existió –a caballo entre los siglos VII y VI adC.– y fue decisivo para asentar la democracia en Atenas, reformando las leyes y la constitución. No habría necesidad de leyes ni de constituciones para vivir en armonía si los seres humanos cumpliéramos con el decálogo que escribió este sabio griego, diez principios para conducirse en la vida, de los cuales yo recupero ahora uno: «Ten por más fiel a la virtud que al juramento».
Borges, en sus ‘Fragmentos de un evangelio apócrifo’ nos advierte: «No jures porque todo juramento es un énfasis». Efectivamente, si cumpliéramos con otro de los preceptos del decálogo, no decir nunca mentira, no habría necesidad de juramentos ni promesas. Y quizás también lo diga porque piense que quien jura o promete ha mentido o está a punto de mentir, sólo quizás.
Las promesas las carga el diablo, sobre todo si se trata de promesas electorales. Aunque, como ya dijo Tierno Galván: «Las promesas electorales están hechas para no cumplirlas». Muchos han seguido al dedillo la lección del viejo profesor. Este es uno de los problemas de nuestra democracia: la irresponsabilidad de las promesas electorales. Norberto Bobbio, en su exquisita obra ‘El futuro de la democracia’, señala las promesas electorales como una de las heridas por las que se desangrará el sistema democrático: el mercadeo de los programas electorales. Se trata de un círculo vicioso en el que político y ciudadanos son igualmente partícipes y responsables de la farsa –teatrocracia que ya dijo Platón–. El político necesita de los votos y promete lo que sea al ciudadano, que a su vez le vota por esa promesa. Ni político ni ciudadano piensa en el bien común, es sólo un mercado de egoísmos e intereses.
Los resultados de las elecciones presidenciales de Perú me van a dejar con la curiosidad de si Keiko Fujimori, derrotada, hubiera cumplido con su promesa electoral de construir cárceles de máxima seguridad a 4.000 metros de altitud, donde no haya cobertura, para que los más malos, tampoco puedan utilizar el móvil. Y es que, los programas electorales están llenos de mentiras, y de ’’. Así nos luce.
Salud.