Hoy se celebra el Día internacional del beso y tengo entre mis tesoros más preciados una fotografía que retrata y preserva del tiempo la imagen de mi primer beso de amor. La historia es más sencilla e ingenua de lo que pueda parecer. No diré cuántos años han pasado pero tengo la sensación de que ha cambiado tanto todo desde entonces.
De aquella todavía se pedía salir. Cuando una chica te gustaba le pedías si quería ser tu novia y si ella respondía que sí: ya eráis novios. Un buen momento para el asalto era cuando ponían ‘lentos’. Cuando la oscuridad sólo quedaba iluminada por la luz morada, te acercabas y primero le pedías bailar y luego, bailando…
Me había fijado en ella hacía ya unos domingos. Me gustaba. Por fin me armé de valor y cuando sonaba ‘Purple rain’, de Prince, me dijo que sí. Por ser nuevo en estas lides, me pilló por sorpresa y con la emoción del sí perdí la ocasión de besarla al instante. No nos volveríamos a ver hasta el domingo siguiente. Tuve toda la semana para cavilar cómo lo haría, cómo pasar de novios sólo de palabra al beso que confirma. Decidimos, mis amigos y yo, llevar esa noche la cámara de fotos a la discoteca y el objetivo fijó para siempre dos instantes. El primero: ¡poneos ahí que os hago una foto! El siguiente y glorioso: ¡Ahora daos un beso! Y así fue, con camisa blanca, chaleco negro y raya peinada a un lado. Ella, preciosa, por supuesto.
Algunos dirán que es una frivolidad hablar de besos con la que está cayendo. Yo creo que, precisamente, nunca más necesarios. Les dejo con Cortázar, por ver si así se animan. Bésense.
«Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura».