Ya pasó. El Niño ya nació, cambiamos de año y los Reyes llegaron con su séquito de pajes, dejaron los regalos y se fueron, por camino distinto al que vinieron, engañando así a Herodes. Y el año que viene volverá a pasar, volverá a nacer, comeremos las uvas de nuevo y de nuevo, periodistas hieráticos volverán a explicarnos cómo hacerlo para no atragantarnos ni perder la cuenta. Los Reyes volverán, bueno, de esto no estoy seguro ya, pero más o menos todo este ritual de espumillón y luces de colores, la tregua pacífica y el deseo de amor plagiado por millones y millones de mensajes repetidos a lo largo del globo, todo ello volverá a suceder en doce meses.
Me encanta la Navidad, pero el 7 de enero –siempre día nefasto- cuando recojo las figuras del belén y las guardo, envueltas en papel de periódico, en una caja que subo al altillo del armario, no puedo esquivar cierta angustia, la misma de todos los años, la del hámster iniciando su carrera sin fin en la ruleta, la angustia de Sísifo subiendo la piedra ladera arriba, para que justo antes de alcanzar la cumbre se le escape, cuesta abajo y otra vez a subirla. Así estamos, en el preciso instante en el que la piedra del año se nos ha venido abajo y tenemos delante la montaña que subir, los meses largos, por delante. Me vienen a la boca los versos de un león: “¡Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas y siempre se repitieran los mismos pueblos, las mismas ventas, los mismos rebaños, las mismas recuas!”.
La angustia de esta sensación de repetirse, de siempre igual. Sólo un momento me la puedo permitir. No es aconsejable pasear de la mano de la angustia. Si un clavo saca a otro clavo, unos versos nos curarán la herida que otros versos nos hicieron. Quien a verso muere, con verso se salva. Esta es la ley. Me salvan los versos de otro ángel: “La lágrima fue dicha. Olvidemos el llanto y empecemos de nuevo, con paciencia, observando a las cosas hasta hallar la menuda diferencia que las separa de su entidad de ayer y que define el transcurso del tiempo y su eficacia”.
No todo se repite, la vida es única, este mismo segundo nunca volverá. No lo pierdan.
Salud