La administración de justicia, que no es lo mismo que hacer justicia, siempre ha sido uno de los atributos del poder, de sacerdotes, reyes, emperadores y finalmente de los Estados modernos que, junto con el monopolio de la violencia, acapararon los nombramientos de jueces y sus juzgados fueron la única vía competente para juzgar.
Nadie podía tomarse la justicia por su mano, fue perseguida la justicia privada y se privó al hombre de algo tan consustancial a la propia naturaleza humana como es la venganza. En este sentido, la Ley del Talión, ojo por ojo, diente por diente, fue un avance en humanidad descomunal.
Implantados ya los modernos sistemas de justicia, es decir de competencia exclusiva del Estado, se permitieron –con mayor o menor legalidad- los duelos cuando se trataba de delitos de honor. Gracias a esta permisividad, la Historia está jalonada por deliciosos amaneceres en los que dos hombres se batían a primera sangre. Qué aburrida sería la historia sin estos episodios. Recuerdo ahora el de Caravaggio, que mató a Tomassoni por una cuestión de apuestas, Pushkin, que fue herido de muerte en un duelo por cosa de amores reales, o el de Valle Inclán, que perdió el brazo en un duelo a bastonazos en la Puerta del sol.
Hablo de duelos, porque un aristócrata polaco llamado Janet Zylinsky ha desafiado a duelo a espada en Hyde Park al político inglés Nigel Farage, por sus repetidos ataques discriminatorios hacia los emigrantes polacos.
Me parecería bien que se recuperasen los duelos, así tendríamos más cuidado con lo que decimos, porque cuando decir es gratis y sin consecuencias, hablamos demasiado sin pensar lo que decimos. Pero aún me parece mejor si se les aplica a todos esos personajes del mundo del corazón y de sus programas televisivos que se pasan la vida poniéndose demandas y querellas unos a otros. De esta manera, nos libraríamos de muchos televisivos y a la vez la Administración de Justicia se vería beneficiada al no tener que ocupar sus recursos en ellos.
Inolvidables los versos de Don Juan: «Con quien quiso me batí, a quien quise yo reté y nunca consideré que pudo matarme a mí aquel a quien yo maté».
Salud