En España, no sólo la cigüeña negra, el lince ibérico, el urogallo, el quebrantahuesos, el oso pardo o la tortuga mora están en peligro de extinción, también lo están los nombres, muchos nombres propios, que durante siglos sirvieron para nombrar a nuestros antepasados, transmitiéndose de padres a hijos, por generaciones y generaciones, como un vínculo sagrado e invisible que legaba sangre y tiempo, familia y tierra, están en vías de desaparición, muchos más ya han sido desterrados por los glaciares del olvido.
Un nombre deja en la saliva el poso antiguo de los pueblos, como los vinos viejos que van cogiendo cuerpo, sabor a horas, a leyendas, a batallas, a cánticos, a hogueras. Un nombre se abre paso en los oídos con los sonidos atávicos de las naciones, con los gritos guerreros, con las oraciones y el tañer de las campanas que convocan a fiesta o a hacendera.
Los nombres propios, por muy propios que sean, no pertenecen a quienes los portan, son cedidos en préstamo para llevarlos, con orgullo y decencia; pertenecen al acervo cultural y mitológico de la sociedad, que los cede a las personas y así las reconoce como parte y miembros de ella misma.
Quizás, España comenzó a irse al garete, a cuestionarse a sí misma, a ser vilipendiada como una madrastra mala, cuando comenzamos a elegir los nombres de las hijas, de los hijos, por capricho, por moda. Parecía que daban vergüenza los nombres que nuestros abuelos y los abuelos de nuestros abuelos, y así hasta el origen de los tiempos, habían llevado como emblema y por el que fueron conocidos en el mundo.
Transito por Italia y escucho, no sin cierta enviada, los nombres de las personas que me van presentando: Federico, Simone, Tiziana, Michaela, Clementina, Rosaria, Fabrizio, Spartaco, Rosalinda, Ludovica, Flaminia, Marcello, Flavia, Donatello, Giuseppina, Giovanna, Augusto y Pio, por mencionar algunos de ellos. Son jóvenes y llevan con gallardía los nombres que han nombrado a los hombres y mujeres de esta tierra durante milenios.
Ya no hay Urracas en España y Sergio Ramos duda entre Thor y Odín como nombre para su hijo. Las flores que pierden las raíces, se secan, irremediablemente.