Cuentan que el Califa Omar cuando entró con su ejército en la ciudad de Alejandría, ante las puertas de la celebérrima biblioteca de dicha ciudad, se planteó el siguiente dilema: O los libros de la Biblioteca de Alejandría contienen las enseñanzas del Corán o no las contienen. Si contienen las enseñanzas del Corán, son superfluos y, si son superfluos, deben ser quemados. Si no contienen las enseñanzas del Corán, son nocivos y, si son nocivos, deben ser quemados. Por consiguiente, los libros de la Biblioteca de Alejandría deben ser quemados.
En Lógica se estudia este caso como ejemplo del falso dilema, que es aquel que excluye otras posturas defendibles. Es decir, no interviene la razón, el razonamiento, pues la decisión está tomada de antemano, por mucho que se quiera presentar con vestido racional. Los libros debían de ser quemados, porque así lo quería el Califa Omar.
Aunque toda barbarie nace del mismo impulso, esto es, del destierro de la razón y la imposición de la fuerza –de lo que el fanatismo es manifestación-, como casi todo en esta vida, también la barbarie admite grados. Los criminales del Estado Islámico, ni siquiera se plantearon, aunque fuera falsamente, el dilema de quemar o no, directamente quemaron los libros en Mosul, hace apenas unos días. No se detuvieron aquí, con mazos y martillos neumáticos, continúan destruyendo las imágenes que encuentran a su paso, los “toros alados” del Imperio asirio, la tumba de Jonás, todos ellos tesoros de valor incalculable.
Siguen avanzando en su afán arrasador. Es el turno de las ciudades. En unas semanas, han sido: Mosul, Hatra, Nimrud y la última, Dur Sarrukin. Todas ellas ciudades milenarias, devastadas por tractores y máquinas excavadoras. No es gratuito este ataque a las ciudades, aunque sean los restos arqueológicos que se conservan del esplendor que hace milenios tuvieron estas ciudades.
Tiene su sentido, aunque sea perverso y monstruoso, el ataque a las ciudades, el feroz ensañamiento, casi libidinoso, con el que se esfuerzan en no dejar vestigio alguno, es un objetivo ideológico de primer orden.
Las ciudades representan el origen de la civilización. Es en la ciudad donde el ser humano se vuelve humano, abandona el “estado de naturaleza” y se desarrolla en la convivencia con otros. Dice Aristóteles que fuera de la polis, la ciudad, sólo pueden vivir animales o dioses. La existencia de los dioses es cuestión de fe, la de estos bestias es indubitable y temible. No se detendrán.
Salud