Nada me hacía sospechar que en el día de hoy la ciencia médica y sus facultativos me iban a alegrar el día con una buena noticia. Es precisamente esta capacidad que la vida tiene para sorprendernos, uno de los motivos por los que nos sigue resultando fascinante y nos seguimos desprendiendo del sueño cada mañana para levantarnos, porque incluso en los días más nublados siempre puede salir el sol y un rayo de esperanza iluminar nuestro ánimo y camino.
Es cierto que yo hacía tiempo que barruntaba que algo debía de haber. No acababa de encajarme que, sin hacer deporte ni llevar una dieta equilibrada, incluso con algún que otro hábito malsano, mi salud, sin embargo, no sólo no se resintiera, si no que era y es buena, más que aceptable. En estos casos, en los que exactamente no se sabe el porqué, se suele cargar todo sobre los esforzados genes, como antes se hacía sobre la Divina Providencia. Ya lo dijo Spinoza: “Y de tal manera os preguntarán los porqués de los porqués, hasta que os refugiéis en la Providencia, ese gran asilo de la ignorancia”.
Pero algo me decía que no era cuestión genética, que seguramente tenía que guardar relación con algo que, sin saberlo, yo debía de estar haciendo bien. Y así es. Esta mañana desayuno con la fabulosa noticia sobre la investigación que han llevado a cabo médicos de tres hospitales de Frankfurt (y todos sabemos que cuando algo viene de Alemania es incuestionable). El equipo, dirigido por la doctora Karen Weatherby (Dios le conserve su sagacidad por muchos años) trabajó sobre 200 pacientes, que fueron divididos en dos grupos. Los de un grupo debían observar con detenimiento a las mujeres y los del otro distraerse sin estar a lo que hay que estar. La conclusión a la que han llegado es rotunda. Estas son las palabras de la doctora Weatherby: “Sólo mirar 10 minutos los encantos de una mujer bien dotada es casi equivalente a un trabajo de 30 minutos con ejercicios aeróbicos”.
Sí, han leído bien, al parecer y desde un punto de vista exclusivamente científico, mirar los pechos de las mujeres alarga la vida de los hombres, que tendrían menos probabilidades de padecer enfermedades coronarias. Obviando este último detalle que hace referencia a las enfermedades coronarias sobre el que no estoy del todo de acuerdo, pues los hay que su sola contemplación es capaz de provocar infartos (pero esta es mi opinión de usuario, yo, evidentemente, no hablo como científico), sin duda se trata de una gran noticia.
Con razón muchos días yo llegaba a casa agotado, como si hubiera estado corriendo un maratón y claro, ahora lo sé, a mí manera era todo un maratoniano. Ir al médico ya no tendrá que suponer un trauma, un mal trago y estoy seguro de que cuando este experimento sea aceptado por la comunidad científica y todo el mundo acepte los indudables beneficios de tal hábito para la salud (lo mismo que se ha aceptado el yoga, los zumos recién exprimidos o la soja, por poner sólo unos ejemplos), empezaremos a asistir a la consulta médica sin el temor a que nos vayan a prohibir el café, el tabaco, el alcohol o la sal, es más, ni siquiera nos importará que nos prohíban todo, porque cuando esto ocurra y se difunda esta buena nueva, entraremos a los hospitales con la sonrisa esperanzada de que –“ojalá me ponga ese tratamiento”, algunos irán musitando para sus adentros por los pasillos y en las salas de espera- una vez diagnosticados, nos receten una cura de este tipo y nos repitan seriamente que debemos tomárnosla muy en serio y cumplir a rajatabla.
Siempre he tenido confianza en el futuro y en que, aunque a veces pueda parecernos negro, sin duda nos aguardan buenas cosas. Salud.
Ps: queda por aclarar la cuestión sobre el cómo, dónde y de quién.