“Para que yo me llame Ángel González,
Para que mi ser pese sobre el suelo,
Fue necesario un ancho espacio
Y un largo tiempo”.
Con estos versos comienza mi querido Ángel González su poema, suyo porque es él quien escribe, suyo porque con él pretende dar respuesta a la pregunta –en realidad la única pregunta- de quién es.
Sí, esta es la única pregunta, la única pregunta a la que deberíamos intentar responder antes de morir. Tenemos toda la vida para dar con la respuesta. ¿Quién soy?
“Conócete a ti mismo”. Este era el mandamiento que leía todo aquel que acudía al templo más famoso de la Antigüedad: el Oráculo de Apolo, en Delfos.
¿Quién soy?
¿Quiénes somos cada uno de nosotros? ¿Qué realidad es la que encarnamos y responde al nombre que tenemos? Esta es la pregunta, la única, la más difícil. Y su respuesta, la más valiosa.
La realidad que encarna nuestro cuerpo y que responde a nuestro nombre, es como un mosaico, un mosaico que cada uno vamos completando durante ese “ancho espacio” y “largo tiempo” que es la vida. La vida propia, la de cada uno. La vida única e intransferible, propia de cada ser humano. Este mosaico que es la vida, lo vamos componiendo cada uno, a lo largo de los días, colocando pequeñas piedrecitas –teselas se llaman. Me encanta esta palabra-, de distintos colores y tamaños. Evidentemente, el mosaico de una vida, a diferencia de los mosaicos que realiza un artista como obra de arte, carece de un plan preconcebido. Así es, la vida, la de cada uno, no está diseñada desde el primer día, antes de comenzar. La vida, este mosaico, es un proceso, un progreso, un no saber qué piedra, tesela, será la siguiente. Y aún así, sin certeza alguna, sin un plan seguro, exacto, inexorable, vivir es ir cogiendo cada tesela que nos vaya llegando y encontrar un sitio en el que colocarla. No siempre acertaremos, claro, pero siempre será emocionante. Vivir es un arte también y nosotros, en la medida en que vivamos, en que estemos vivos, también seremos artistas, por vivir.
No nos damos cuenta, yo el primero, y andamos por la vida sin ser conscientes de ello. No nos damos cuenta y andamos por los días, por las estaciones, por los años, por la vida, a veces cansados, otras agotados, indiferentes, aburridos, disgustados, cabreados, preocupados, por resumir en uno: infelices. Porque no nos damos cuenta, porque no valoramos lo único que de verdad tiene valor, porque nos atascamos, torpemente, contando fracasos cotidianos, lo mismo que pequeños triunfos pasajeros. Olvidemos todo esto, todo esto que no es más que “vanidad de vanidades y todo vanidad”.
No sé si será la tarde o estas pastillas que tomo para contrarrestar mi alergia al polen. Sea lo que sea, me atrevo a decir, y lo digo convencido, me atrevo a animaros, me atrevo a arengaros: vivamos. Vivamos cada uno nuestra vida, vivamos nuestra vida, la de cada uno, con la valentía y el orgullo de sabernos artistas, somos artistas porque la más genial y maravillosa obra de arte es nuestra propia vida, vivirla sin miedo, y sin miedo apostar todo lo que somos en cada tesela, piedrecita que nos venga.
Vivir, estar vivos, es lo único que depende de nosotros, lo único de lo que somos responsables. El resto, lo demás, no son más “ruidos secundarios”.
Cierro el círculo, por supuesto, con Ángel:
“Pero nunca o amor, mi fe segura,
Jamás o llanto, pero mi fe fuerte”.
Salud