Tengo para mí El Eclesiastés como uno de los libros más deliciosos y sabios que jamás se han escrito y además es breve, más que breve, brevísimo, todo lo cual convierte su lectura en uno de esos placeres al alcance de todos, inaccesible a cualquier recorte que se le pueda ocurrir al más malvado de los políticos.
Dice el Eclesiastés que nada hay nuevo bajo el sol, que todo lo que es, ya ha sido y que todo lo que ya ha sido hecho es lo mismo que lo que se hará. Dice que los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo. Nos advierte de la vanidad de todos nuestros empeños, vanidad de vanidades, todo es vanidad. No vanidad de vanidoso, qué va, vanidad de vano, pasajero, que se va. Esa es nuestra condición radical, la de estar de paso, todos nuestros esfuerzos por permanecer y aferrarnos se demostrarán vanos, en vano.
Siendo esto así, no debemos adoptar una actitud trágica o depresiva o deprimente sobre esta vida nuestra, pues también nos enseña El Eclesiastés -y éste para mí es el gran regalo que contienen sus páginas-, que hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
Un tiempo para nacer y un tiempo para morir… un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado… tiempo para lamentarse y tiempo para bailar… tiempo de buscar y tiempo de perder… un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas.
Y, precisamente, esto de las piedras se me quedó grabado desde la primera vez que lo leí. Conocía el tiempo de arrojar las piedras y he disfrutado de lo lindo arrojando piedras. Desde pequeño, ya con mi abuelo, he tenido la afición de pasear por la vereda del río, de mi río. Caminar por la chopera sigue siendo para mí uno de los dones que hacen mi vida un poco más amable. Que tiré la primera piedra aquel que estando a la orilla de un río no se agacha y recoge una piedra del suelo, la sopesa y la lanza al agua sin pensar en nada. Creo que lanzar piedras al río es algo que llevamos inscrito en nuestro código genético, un gesto instintivo que no es procesado por el tamiz de la razón. Buscamos una piedra, la sopesamos en la mano –a tiempo sabe el peso de una piedra entre las manos…– la lanzamos al agua y, sin saber por qué, nos sentimos un poco mejor.
Bien, hasta ahora conocía el tiempo de arrojar piedras –la mitad de la ecuación-, como acabo de decir, pero desconocía el tiempo, el momento, la ocasión de recoger las piedras y he de reconocer que no le faltaba razón al Eclesiastés, ya que ese momento ha llegado. Aunque os lo contaré el próximo martes. Pues también en La Caja hay un momento para contar cada cosa, os pido paciencia y clemencia conmigo.
Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos.
Como todos los martes, aunque no siempre lo hago explícito aquí: Gracias. Leerte no sólo es un placer, alegra el espíritu.
¿Qué será eso de recoger piedras? Mi hijo, que en 3 días tendrá 4 años, ya lo hace (y conchas y plumas de calamar y… Para él a playa es como para ti tu río).
Gracias a ti, Pablo. No puedo tener mejor recompensa.
Un abrazo
Salud
Es cierto, hay un tiempo para arrojar piedras y otro para recogerlas. Recuerdo de pequeña ir a un embalse y lanzar lonjas o piedras lo más planas posible para que al lanzarlas al agua hiciese pequeñas ondas y la piedra pareciese flotar sobre el agua.
El momento de arrojar piedras pasa y llega lo mismo que el de recogerlas, cada cosa a su tiempo.
Me parece interesante que exista un momento para poder realizar cada cosa, a tiempo, con calma, sin prisa ni a destiempo.
Gracias por este tiempo de los martes en LA CAJA, siempre es un misterio descubrir lo que nos muestra.
Chao.
Gracias, Rosana.
Salud
¡¡¡¡Tú si que sabes, eso de recoger piedras!!! y que duro es…A mi me gusta más eso de sembrar, para poder recoger los frutos futuros. Eso sí, si siembras patatas no esperes recoger cebollas. Éste es uno de mis principios favoritos de la vida “lo que siembras recoges”.
Cada martes te superas, me encantan tus blogs y por supuesto leeré el Eclesiastés. Saludos
Gracias, Luz.