Qué la vida es un milagro, lo saben hasta los astronautas de la NASA. Un milagro en el sentido estricto, es decir, aquello que viola y ridiculiza las Leyes de la Naturaleza.
Y esto es así, porque el universo –como todo sistema, por otra parte-, desde su particular big bang, tiende al desorden, que es lo que viene a significar el hecho de que esté en expansión desde su origen, que se separe un poco más a cada instante. La unidad de medida utilizada por los científicos para hablar del grado de desorden de un sistema es la entropía. Así, a mayor desorden, más entropía y viceversa.
Desde estos parámetros, hay quien define la vida como una burbuja de entropía negativa -esto es, que no tiende al desorden-, que permanece unida a costa de una enorme cantidad de energía. Y esto, queridos amigos, a los científicos les resulta milagroso, por contradecir de alguna manera aquellas Leyes antes mencionadas.
Los paganos de los que descendemos también consideraban la vida algo milagroso, no en su íntima relación molecular, sino más bien por vislumbrar en ella la intervención divina. Lo mismo que los científicos formulan una ley para explicar cualquier fenómeno, los antiguos elaboraban un sabroso relato que lo dejaba también claro.
¿Cómo explicar la desaparición anual de la vida en los inviernos y su renacimiento cada primavera? Tan sencillo como desvelar las intimidades de unos cuantos dioses. Vamos a verlo:
Deméter, diosa de la tierra fértil, cultivada, tenía una hija que se llamaba Core, fruto de su relación con su hermano Zeus –menudos líos de familia-. Una tarde fue sorprendida por su tío Hades, dios del mundo subterráneo, quien enamorado de ella, no pudo menos que raptarla y llevársela consigo a los infiernos. Su madre, desconsolada, vagó por el mundo durante 9 días buscándola. Cuando finalmente se enteró de que su hija había sido secuestrada, abandonó el Olimpo maldiciendo y jurando que la tierra y los árboles no darían fruto hasta que no le devolvieran a su hija. La situación se volvió tan extrema que Zeus tuvo que hablar con su hermano Hades, ordenándole que dejara libre a Core –quien como reina ya del inframundo se llamaba Perséfone-. El problema es que Core/Perséfone había probado un grano de granada (otros dicen que siete granos), fruta de los muertos, y debido a esto no podía regresar. Finalmente alcanzaron un acuerdo: Core pasaría tres meses junto a Hades, bajo la tierra y el resto del año lo pasaría con su madre Deméter. Y así, la vida desaparece cada año durante el invierno –se entierra la semilla- y vuelve a renacer cada primavera.
Ciencia o religión, poco me importa. Me quedo con la emoción de encontrarme luego de mañana, por sorpresa, con el primer narciso que este año ha florecido en El Aleph.
Cuando apenas faltan horas para comenzar una nueva primavera, recuerdo las palabras de Lucrecio:
“Esta primavera pasará. Y pasará igual que todas: para siempre”
Siendo evidente que el tiempo pasa y pasa para siempre, no dejemos que se vaya sin haberlo vivido.
No era listo ni nada el Hades ése. El trato con su broder es cojonudo. Tres meses pa mi y nueve pa la suegra. Es la dosis justa para evitar esa calamidad de los divorcios. El duque de Wellington daba a sus oficiales sólo dos días de licencia para visitar a sus parejas porque tenía la firme creencia de que nadie quiere pasar más de dos días en la cama con la misma mujer. De la misma cuerda que ese Hades (menudo nombre).
Los buenos generales son aquellos que conocen el carácter de sus soldados, este de Wellington debía ser uno de ellos.
Salud
Suerte tenemos que después del invierno llegue a tiempo la primavera, disfrutar de ella es un privilegio, ahora sólo hace falta que el sol caliente un poco para que el corazón salga del deshielo.
Me ha gustado mucho este post, chao.
Me acabo de enterar de que el efecto “guadiana” tiene un origen mitológico. Según este efecto, las relaciones afectivas discontinuas garantizan su continuidad y es, precisamente, en esas relaciones donde la primavera dura todo el año. En estos casos, la primavera no pasa sino que pervive en el tiempo. Eso sí, con sus tormentas y sus relámpagos, con sus nubes y sus lluvias, pero acaba escampando. ¿Qué sucede entonces con el verano, el invierno y el otoño?, pues que se convierten en primaverales. Cuatro estaciones en una y una sola estación verdadera. Todo este rollo para decir: ¿Viva la primavera!
Fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene fuerte con esta primavera que viene.
Viene. Qué primavera esta! Con fuerte, viene.
Una brazo!
Mitología o realidad, no sé, lo que si tengo claro que el simple hecho de nacer, es un milagro de la naturaleza, ya sea cuando un niño nace o una semilla germina. ¡Esto es lo increible!
La vida en sí, es un don que Dios nos ha regalado y pasa tan rápido que si no estás atento, el tren pasa y….. En fin, disfruta al máximo cada momemto, como si fuera el último. ¡Carpe Diem!
Fascinante el blog de esta semana.
Muy bueno. Cuántas cosas que no sabía: la granada es un arma mortífera desde la antigüedad, las negociaciones fraudulentas también existen desde tiempos remotos (¿por qué negoció Zeus más invierno en unos sitios que otros?) y, sobre todo, la más importante…mi casa está desordenada simplemente porque tiene mucha entropía. Viva la entropía!!!
Todavía me sorprendo (y no debería) de tu erudición, Óscar. Un post breve, precioso, delicioso de leer, en el que se mezclan la entropía y a mitología: ¡Genial!
Y todo para recordarnos que la primavera llegará (futuro) y debemos vivirla y disfrutarla mientras está con nosotros (presente) porque pasará para siempre (pasado).
Gracias.