Las tres patas que sostienen el banco occidental, en el que nos sentamos desde hace dos mil años: griegos, romanos y cristianos.
De los romanos reconozco el sentido práctico con el que se enfrentaban a la vida en todos sus órdenes. Pero lo que más valoro de ellos es su clarividencia al distinguir entre días fas y días nefas (de aquí deriva el adjetivo nefasto). Cada año se reunía el Collegium Pontificum y diferenciaba los días en los que se podía hacer y los días que eran inviables para hacer (siempre los he imaginado a este colegio sacerdotal como una especie de sexadores de pollos, pero con días). Supongo que este conocimiento del tiempo propicio para obrar o quedarse en casa debía de proporcionales una gran serenidad de ánimo.
A los cristianos, más acá –es decir en la parte inmanente que queda de nuestro lado- de confesiones y revelaciones, les corresponde el mérito de haber creado a la “persona” humana. Sería Agustín de Hipona quien la concebiría y sancionaría como ser que es fin en sí mismo, nunca medio para alcanzar otros fines, y como tal, dotado de dignidad. Algo tan obvio para nosotros hoy (¿es obvio para nosotros hoy?) no lo tuvieron claro los sócrates y cicerones del mundo pagano.
Pero los griegos -salvo en la concepción del tiempo, que para ellos era circular y nosotros adoptamos la de los hebreos, del tiempo lineal-, son los padres intelectuales de nuestro mundo. Y no me refiero a ese mundo enorme que hay fuera de nosotros, que es todo lo que no somos nosotros –el mundo por oposición, lo que se nos opone-, no, precisamente, me estoy refiriendo a ese mundo, universo que todos y cada uno somos, ese universo que hay en cada una de nuestras cabecitas, incluso durmiendo. Nuestro cerebro es hijo de los griegos, nuestra forma de mirar es griega y los conceptos con los que atamos los haces de imágenes, como si fueran espigas, para dotarlas de sentido, griegos son. Griegas son nuestras ideas y nuestro pensamiento griego es.
También son griegos la mayoría de los mitos que navegan por nuestro subconsciente. Entre ellos los viajes. Hoy iba a hablar de los viajes, pero parece que el día es nefasto, en sentido romano, no es propicio, no se puede. Además está lloviendo y, quién va a querer comenzar un viaje cuando llueve, con lo bien que se está en casa, al otro lado del balcón. El próximo martes, quizás.
Salud
Ps: me llegan muchos correos vuestros, los agradezco, pero creo que sería mejor dejarlos aquí mismo, compartir los comentarios, sería más enriquecedor y todos nos aprovecharíamos. y además, hasta podríamos llegar a discutir… Como prefiráis.
Y por qué “nefas”. Alguno de mis mejores viajes ha sido bajo la lluvia y tengo un amigo que disfruta conociendo ciudades “mojadas”. ¿de quien heredamos ese rechazo a mojarnos? ¿de los griegos? ¿de los romanos?. Tal vez sea una forma de procrastinación, una simple disculpa para no iniciar un viaje porque simplemente no nos apetece.
Buena entrada
Ahí le has dado, Buho!
La pereza moja más que la lluvia y enmohece el ánimo.
Salud
Oscar
Por lo menos por ahí sólo tenéis un día nefasto de vez en cuando. Por el norte padecemos de nefastitis crónica. Si nos descuidamos no salimos de casa. Pero bueno, hay que mojarse de vez en cuando… llueva o no llueva.