Por @SilviaP3
Nunca he sido de las que despiden el año y comienzan el siguiente enarbolando una lista de propósitos para alcanzar en los 365 días que quedan por delante, en un eterno ciclo entre Navidad y Navidad que convierte ese hábito en uno más de esos convencionalismos de los que, con frecuencia, me repelen.
Siempre he creído que quien desea hacer algo o, a lo menos, intentar conseguirlo, pone manos a la obra para llevarlo a cabo y no se dedica a malgastar la energía en ir anunciándolo a bombo y platillo a través de redes sociales, aplicaciones de mensajería y conversaciones familiares. Por momentos da la sensación de que la cantidad de veces que una persona declara ir a hacer algo en el futuro es inversamente proporcional a la posibilidad de que realmente lo haga.
En estas fiestas, además, mucha gente se ve imbuida por una actitud bondadosa, infantil y edulcorada, que, sin embargo, si la descubrieran en otros en épocas distintas del año les tildarían cuando menos de tontos, irrealistas o ingenuos. Por no hablar de la hipocresía con la que se tiñen algunos rostros en el preciso instante en el que cuelgan las bombillas de colores en las calles.
Sin embargo, para muchos el verdadero año vital en esta sociedad nuestra empieza en septiembre. En realidad, para todos, aunque algunos no se den cuenta de ello. Ahora mismo, estamos a medio camino del verano, y más cerca de la cosecha, pero sumergidos aún en la oscuridad gran parte del día.
¿Significa todo esto que no hay propósitos en mi mochila o en la de aquellos que tampoco hacen esas listas que pululan por Internet, o que se convierten en noticia en los telediarios: adelgazar, ir al gimnasio, etc.? No, pero nuestra organización y nuestros proyectos se encaran de otra forma. Si se dan cuenta, resulta curioso cómo la mayoría de las veces esas noticias nos recuerdan propósitos relacionados con nuestro aspecto o nuestras posesiones; como si las personas no tuvieran bastante con desear salud, luchar y sobrevivir.
Así pues, les confieso que mi propósito para este 2017 es no rendirme.
Y lo comparto con ustedes, porque si vivimos, la vida nos va a dar alegrías y tristezas, y cuando las cosas se tuercen, y se acumulan los problemas, de seguro vendrán días en que será bien difícil no sentir el deseo de tirar la toalla y mandar todo al cuerno. En esas jornadas, es cuando hay que repetirse a uno mismo que no ha de darse por vencido. Estamos vivos. Y lo que importa no es si llegaremos o no a Ítaca, es que hemos emprendido el viaje para alcanzar sus costas.