Por @SilviaP3
Lo malo de las conversaciones pendientes es que acaban impregnándolo todo, materializándose entre dos personas como una sombra que se interpone construyendo el más elevado de los muros.
Esa presencia constante de un diálogo no mantenido, pero no por ello menos esperado, se introduce en cada rincón de nuestras mentes y nuestros gestos, acrecentando la incertidumbre de aquello que nadie ha dicho, de aquello que tal vez nunca digas.
De repente, las palabras que pronunciamos o escuchamos parecen referirse siempre a esas cosas que no hemos hablado, como si nuestro interlocutor ya supiera, no se sabe muy bien por qué ciencia infusa, lo que habríamos dicho, pedido o preguntado en el caso de haber tenido el valor de hacerlo.
Cómo va a saber él qué contestar a una conversación que ni siquiera hemos mantenido.
Piensa en todas esas cosas sencillas que ni siquiera has dicho. ¿Cómo pretender, por ejemplo, que alguien corrija un hábito que te incomoda si ni siquiera se lo has comentado? ¿Cómo esperar que alguien adivine tu estado de ánimo o la causa de tu silencio si tú mismo no te has parado dos minutos de tu tiempo a explicarlo?
Lo cierto es que esperar que los otros adivinen nuestros pensamientos o anhelos, o protegernos detrás de una inútil cobardía, únicamente contribuye a que cierta actitud paranoica, causa de esa conversación no mantenida, lo vaya enturbiando todo.
¿Cómo puede creer uno que una frase de otra persona es una respuesta velada a algo que ansía decir y que ni siquiera ha dicho? ¿Cómo puede atreverse uno a culpabilizar a alguien que desconoce lo que no se le ha contado? ¿No es la culpa acaso de quien ni siquiera ha despegado los labios?
Entonces, ¿por qué cada vez se alimentan más esas actitudes? ¿Por qué cada vez es más frecuente que las conversaciones empiecen y acaben en la propia cabeza de uno? ¿Por qué? ¿Quién dice que hayamos de vivir con miedo?
Puede parecer sensato evitar determinadas charlas. Puede asemejar racional e inteligente evitar mostrarse, sin excepciones, a pecho descubierto. Pero no lo es.
Las preguntas no realizadas, las explicaciones no dadas, las confesiones no efectuadas o los sentimientos reprimidos terminan creando un fantasma que se interpone en nuestras relaciones con el resto del mundo; un fantasma inútil, acusador, absurdo, que susurra a nuestro oído, alimentando temores e inseguridades que únicamente sirven para mostrarnos más susceptibles, para tender a responsabilizar a los otros de nuestras propias faltas, para alejarnos y aislarnos de todo, para convertirnos en cobardes.
Y así, con frecuencia, se vive en base a una cobardía que se escuda en frases tales como: «Ya lo haré mañana»; «Ya se lo diré mañana»; «Ya pediré perdón mañana»; «Ya le diré lo que siento mañana»; «Ya llamaré mañana».
¿Mañana? ¿Estás seguro de que posees el mañana? ¿Y si murieras mañana? ¿Fallecerías con todas esas palabras no dichas, sentimientos no confesados y conflictos sin resolver, consciente de que mueren contigo, probablemente, torturándote?
Este no es un pensamiento trágico, es un hecho realista; así que haz un breve repaso mental, piensa en aquellos que te importan, asume aquello que anhelas y no te ahogues en tu silencio.
Coge el teléfono.