En 2013, el director Michael Bay (Dos policías rebeldes, La roca, Transformers) abandona su zona de confort plagada de persecuciones, tiros, explosiones y efectos especiales para contar la historia de 3 fisicoculturistas con un cerebro inversamente proporcional al tamaño de sus músculos que secuestran a un rico empresario para que les ceda todas sus riquezas mediante la firma de poderes y al que, ante su negativa, intentan asesinar hasta en tres ocasiones. Una descerebrada búsqueda de alcanzar el sueño americano a golpe de estrategias sacadas de películas y series de televisión, cocaína, esteroides y disfraces ninja. Un thriller criminal con sus buenas dosis de comedia por lo absurdo de todo lo que sucede y con un plus que lo hace aún más interesante: es un true crime. Sí, esa locura bizarra realmente sucedió. Vamos al lío…
Mediados de los 90. Daniel Lugo (Mark Wahlberg, Boogie Nights) es un monitor de un gimnasio de Miami con el sueño triunfar en la vida y habitual de esos seminarios pasto de perdedores en busca de la fórmula para alcanzar el éxito en manos de gurús con mucha labia… y mucho morro. Su amigo Adrian (Anthony Mackie, Falcon en Los Vengadores), malvive con empleos basura y también sueña con una vida mejor. El tercero en discordia es Doyle (Dwayne Johnson, antes La Roca), un expresidiario que ha encontrado en la palabra de Dios la guía para dejar de lado su anterior vida criminal. Juntos se embarcarán en un viaje al otro lado de la ley cuando Lugo propone a sus amigos secuestrar a uno de los clientes del gimnasio al que le salen los dólares por las orejas. Claro que nada saldrá como tienen planeado porque sus actos serán más propios de los Hermanos Marx que de cualquier banda criminal. Porque todo el caso es tan increíble que ni la propia policía se lo podía creer.
Nos encontramos, de lejos, ante la mejor película de Bay. Porque es cine, no una montaña rusa de un parque de atracciones. Porque saca oro de todos los actores con un Mark Wahlberg que se convierte en una parodia tan perfecta como real del cachas con menos menos luces que un ladrillo, absorbido por los libros y cursos de autoayuda de los que se ha aprendido un mantra tan vacío como su neuronas: «busca un objetivo, busca un plan… y búscate la vida». Junto a él, Anthony Mackie, un loser en busca de una perfección física que solo puede alcanzar con unos esteroides que le dejan impotente. Y sobre todo un Dwayne Johnson totalmente desquiciado, con una vis cómica nunca vista hasta entonces y que, pese a lo que muchos no creen, sí es un buen actor que sabe hacer más cosas que repartir bofetadas y cuya última película ‘The Smashing Machine’ le proporcionó una ovación de 15 minutos en, ahí es nada, el pasado Festival de Venecia. Junto a ellos, Tony Shalhoub (ganador de un Globo de Oro y tres Emmy por la serie de televisión ‘Monk’), como la víctima del trío calavera, y Ed Harris (El show de Truman) como el detective que investigará el caso.
DOLOR Y DINERO es la demostración de que las historias pequeñas conviven con el espectáculo y de que no hacen grandes fuegos artificiales para cautivar al espectador y no soltarlo durante dos horas de auténtico delirio, carcajadas, escalofríos, sierras mecánicas, manos a la brasa, dedos amputados a tiros y frases lapidarias para justificar el éxito y la riqueza a cualquier precio: «¿sabes quién inventó las ensaladas? Los pobres».
Si a todo esto sumamos la luminosa fotografía, el montaje y la estupenda e intimista banda sonora de Steve Jablonsky, os puedo asegurar que DOLOR Y DINERO es una película IMPRESCINDIBLE. Lástima de Michael Bay no haya vuelto a explorar estos derroteros y su próxima película tenga un título tan poco halagüeño como ‘Robopocalypse’. ¿En serio, Michael? ¿Más robots? ¿No has tenido suficiente con haber dirigido 5 películas de Transformers? Virgen santa…










