En 1982 se estrena esta pequeña joya del cine de animación. Una inolvidable aventura de espada y brujería en la que Peter, un joven de nuestro mundo contemporáneo, es «reclutado» como paladín para encabezar una misión en un mundo fantástico en el que se enfrentan las fuerzas de la luz y la oscuridad. Pero la cruel batalla irá más allá, estableciéndose un duelo entre la magia y la ciencia, dos mundos opuestos pero que, y esa es la primera lección, deben aprender a convivir para mantener el equilibrio que hace posible la existencia de ambos. Una misión que tendrá su primer problema cuando al llegar a ese mundo de magia, Peter quede atrapado en el cuerpo de un dragón llamado Golpezas. A partir de ese momento, cualquier cosa puede suceder. Vamos al lío…
El vuelo de los dragones adapta dos libros: por un lado el que da título a la película, escrito por Peter Dickinson en 1979, y que más que una novela es un tratado naturalista sobre la vida de los dragones: sus costumbres, alimentación y, lo más importante, un estudio científico para explicar el curioso funcionamiento de su organismo que les permite volar y echar fuego por la boca. Sí, habéis leído bien, un estudio «científico». Y por otro, la novela The Dragon and the George, escrita por Gordon R. Dickson en 1976, en la que un joven científico y escritor se ve involucrado en la misión de salvar el mundo de la magia, y que es es el eje principal de la película. A saber: los tres grandes magos, y hermanos, de ese mundo fantástico, Carolinus, señor de la naturaleza; Solarius, amo de las profundidades y las alturas, y Lotahal, maestro de la luz y el aire, se enfrentan al cuarto en discordia, Omadon, el demonio de la magia negra, que se niega a renunciar a su mundo fantástico en virtud del lógico del ser humano que, poco a poco, comienza a dejar de creer en ellos y puede provocar su extinción. Es por ello que Omadon decide enfrentarse a sus hermanos para imponer su imperio de maldad y contaminar al ser humano para que se autodestruya. Y es ahí donde entra en juego Peter, el paladín reclutado por Coralinus para hacerse con la corona roja de Omadon y acabar con su poder. Pero Coralinus no cuenta con el accidente mágico en el que Peter acaba encerrado en el cuerpo de su joven dragón Golpezas. Y deberá reclutar a otros héroes para que le ayuden en su peligrosa misión. Es así como se unen a él el veterano dragón Smrgol y el caballero Sir Orin Neville Smythe. A ellos se irán sumando en el transcurso de la aventura una valiente arquera, un duende de los bosques y un lobo parlante. La aventura está servida.
Emocionante a la vez que ingeniosa. Emotiva y cruel. Violenta a la par que didáctica. Divertida a la vez que terrorífica. El vuelo de los dragones es una nueva demostración de cómo el cine de los 80 trataba a los más jóvenes como espectadores, no como estúpidos, de cómo el cine podía verse por ellos acompañados de los adultos para que cada cual aprendiera una lección y sacara sus conclusiones. Porque, señores, esta película es mucho más que un cuento de hadas: los objetos mágicos se dan de la mano con el acero, los hechizos con crueles duelos a muerte, la valentía con el sacrifico, el amor con el odio más visceral, las ninfas con gusanos y ogros gigantes, el cielo con el lodo y los dragones con la crueldad, al punto que uno de ellos se coma los huevos de los que han de ser una nueva camada, y el alcohol, al punto de que dos se emborrachen en el sótano de una taberna a base de vino y aguamiel.
Si no tenéis suficiente, en la versión original encontramos a James Earl Jones (el malvado Thulsa Doom de Conan , el bárbaro), poniendo su imponente voz al malvado Omadon. Un nuevo ejemplo del talento de este fenomenal actor que, recordemos, dio voz al mismísimo Darth Vader. Además, el tema musical está interpretado por el mismísimo Don «American pie» McLean. ¿Necesitáis más razones para verla?










