A mediados de los 80 el cine de vampiros está prácticamente muerto. Atrás quedan los tiempos de las películas de serie B de la Hammer protagonizadas por Christopher Lee y Peter Cushing como el Conde Drácula y el Doctor Van Helsing. Y el intento de revivir el género y el personaje de John Badham en 1979 con su Drácula protagonizado por Frank Langella se quedó en eso, en un intento. El cine de vampiros necesitaba reinventarse. Tony Scott (Top Gun) lo intentó con El ansia (1983), con David Bowie, Catherine Deneuve y Susan Sarandon, subiendo la temperatura con su escenas de sexo lésbico pero mostrándose quizá demasiado densa para el público mayoritario. Y es así como los vampiros encontrarán en los jóvenes a sus más fieles espectadores, principlamente con comedias como Transilvania 6-5000 (Rudy le Luca, 1985), Noche de miedo (Tom Holland, 1985) o Mordiscos Peligros (Howard Storm, 1985). Hasta que en 1987 Joel Schumacher (Un día de furia) estrena Jóvenes ocultos. Un éxito de taquilla pese a su calificación R (los menores de 17 años deben ir acompañados por adultos), una película de culto con una magnífica banda sonora y un reparto con jóvenes promesas que despuntarían a partir de ella. Vamos al lío…
Lucy (Dianne Wiest) se ha separado y se muda con sus hijos Sam (Corey Haim) y Michael (Jason Patric) a casa de su padre en la ciudad costera de Santa Carla. Una localidad que, sin ellos saberlo aún, es sacudida por una oleada de misteriosas desapariciones. Para unos urbanitas como Sam y Michael allí no hay más diversión que la del parque de atracciones local, lugar en el que se reúnen los jóvenes de la zona y donde Michael conoce a la enigmática Star (Jami Gertz) de la que obviamente queda prendado. Pero la chavala está ‘custodiada’ por cuatro inquietantes moteros liderados por David (Kieffer Sutherland) que esconden un terrible secreto relacionado con esa ola de desapariciones. Y así, mientras Michael hace amistad con David y compañía para conseguir a Star, Sam lo hace con Edgar (Corey Feldman) y Alan (Jamison Newlander), dos hermanos que regentan una tienda de cómics y que le desvelarán la cruel realidad de Santa Carla: es el hogar de una banda de vampiros que siembra el pánico en la zona y que están detrás de todas esas misteriosas desapariciones.
El título original de la película, The lost boys (Los niños perdidos) es una alusión directa a Peter Pan. Y es que eso es lo que pretendía ser JÓVENES OCULTOS, una versión oscura y despiadada del clásico de J. M. Barrie. Incluso algunos personajes tenían los nombres de los de la novela. Pero la Warner no lo tenía claro y, salvo el título, eliminó prácticamente todas las semejanzas con Peter Pan. Pero sí mantuvo el tono oscuro y sangriento, algo que Schumacher exprimió al máximo con secuencias con una violencia explícita como el brutal ataque de los vampiros a un grupo de jóvenes entorno a una hoguera en la playa o la lucha final en la casa del abuelo de Sam y Michael con ajo a mansalva, pistolas de agua con agua bendita, electrocuciones y empalamientos incluidos . Si a ello sumamos la banda sonora instrumental de Thomas Newman (American Beauty) y los temas rokeros Cry Litlle sister de Gerard McMann, Good Times, de INXS con Jimmy Barnes o el I Still de Tim Capello, con su espectacular actuación en directo con su saxo, el espectáculo está servido.
Cine JUVENIL con mayúsculas, con TERROR, AVENTURAS y algunas notas de COMEDIA. Un cóctel habitual en las películas de los 80 que aquí funciona como un tiro, con una estética POP y oscura y un reparto de jóvenes promesas por aquel entonces liderados por el carisma de Kiefer Sutherland (que lo reventaría décadas más tarde con la serie 24) en el lado de los vampiros y Corey Feldman (que ya nos deslumbró a todos en Cuenta conmigo) en el de los cazadores, el aura de misterio de Jamie Gertz (la veríamos en Twister), el guapo de turno Jason Patric (Sleepers, Hasta el límite) y el aporte adulto de Dianne Weist (ganadora del Óscar por Balas sobre Broadway) y Edward Hermann (Las chicas Gilmore).
Si no la habéis visto, estáis tardando…
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