Cuando Tarantino dijo aquello de que la década de los 80 es la peor de la historia del cine quizá no cayó en la cuenta de que en 1981 Jean-Jaques Annaud (El oso) dirigió EN BUSCA DEL FUEGO, una pieza única en su género. Y cuando digo única no me refiero a que sea única entre otras muchas, sino que es, efectivamente, la ÚNICA. Porque ni se hizo antes algo semejante, ni tampoco se ha hecho después. Ambientada 80.000 años antes de Cristo y basada en la novela La guerra del fuego (1911), de J. H. Rosny, En busca del fuego es una auténtica joya que narra la aventura de 3 miembros de un tribu de las cavernas a la que un clan enemigo roba el fuego y, no sabiendo cómo crearlo y teniendo que esperar a que sea la naturaleza quien lo haga, salen en su busca para recuperarlo. El fuego, es la vida. Y sin él, su pueblo no puede hacer otra cosa que perecer de frio… y hambre.
Una valiente película sin diálogos, solo los gruñidos de sus personajes, creados por el novelista Anthony Burguess (La naranja mecánica), a lo que se suma todo un abanico de patrones de movimiento y gestuales desarrollados por el etólogo Desmond Morris. Con ellos, los actores se emplearon a fondo en lo que es toda una lección y ejemplo de interpretación, haciendo uso tanto de su voz como de su cuerpo para meterse en la piel de estos hombres de la cavernas, comandados por un brillante Ron Perlman (que años después volvería a demostrar su capacidad gestual e interpretativa dando vida al jorobado Salvatore en El nombre de la rosa, 1986, de nuevo bajo la batuta de Annaud) o Rae Dawn Chong (Commando, 1985). Si a todo esto sumamos el tremendo trabajo de maquillaje para caracterizar a los actores como neandertales que le proporcionó el Óscar en dicha categoría, la evocadora banda sonora de Philippe Sarde, la fotografía de Claude Agostini, sacando todo el provecho de localizaciones exteriores en las Tierras Altas de Escocia o el parque nacional Tsavo (el mismo en que vivieron esos dos leones asesinos de hombres que fueron llevados a la gran pantalla en Los demonios de la noche, 1996) y, sobre todo, la dirección de Annaud, mostrando toda la crudeza de aquellos tiempos en que la naturaleza dominaba al hombre y no al contrario y éste sobrevivía en las condiciones más extremas, los animales salvajes aun dominaban la tierra y algo como el fuego, que ahora nos parece de lo más trivial por la facilidad con que lo conseguimos, era el bien más preciado. Una crudeza que se huele… y se mastica. Y todo ello en una extraordinaria película de aventuras, repito, sin diálogos inteligibles, lo que sin duda echaría para atrás a más de un espectador pero que es una muestra de valor y coraje de un director comprometido con su trabajo, su arte, y que puede compararse al que tuvo Mel Gibson cuando rodó en sus lenguas originales películas como La Pasión de Cristo (2004) o Apocalipto (2006).
De modo que, Quentin, toma nota. Porque en los 80 no sólo se rodó una gran película sino que, además, NUNCA se ha hecho nada igual, lo que que convierte a En busca del fuego en la ÚNICA representante del género prehistórico con rigor, no como en 10.000 a.C (Roland Emmerich, 2008) y , sobre todo, como drama y no excusa para arrancar carcajadas como Troglodita (1981) o Año Uno (2009). Si no la habéis visto, por favor, no os la perdáis…