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REIVINDICANDO EL CINE DE LO 80 (14): CONAN EL BÁRBARO

Seguimos demostrando a Tarantino lo equivocado que estaba cuando afirmó que, junto a los 50, los 80 es la peor década de la historia del cine. Y volvemos a cambiar de tercio para afrontar una película única en el género de la espada y brujería, CONAN EL BÁRBARO (1982), adaptación del personaje literario creado por Robert E. Howard en 1932. Una maravilla rodada, para más inri, en mi querida España (esa España mía, esa España nuestra), incapaz de envejecer pese al paso de los años por estar ambientada en la Cimeria de Howard, un mundo bárbaro, cruel y salvaje, donde la sangre, el acero, la magia y la venganza se dan de la mano con la camaradería, la épica y la búsqueda del bien más preciado: la libertad. Y no solo eso. Además, fue el trampolín definitivo para Arnold Schwarzenegger, estrella del cine de acción durante casi dos décadas y cuyas películas han recaudado más de 5.500 millones de dólares. Vamos al lío…

John Milius, director de películas como El viento y el león (1975) y guionista, entre otras, de Apocalipsis Now (1979), dirige y escribe junto a otro grande, Oliver Stone (Scarface, 1983) el origen y la que sería primera aventura fílmica de Conan, huérfano tras el saqueo y asesinato de su pueblo a manos de un ejército liderado por el malvado Thulsa Doom (un genial James Earl Jones), convertido en esclavo, posteriormente en gladiador (con una memorable secuencia enlazando crueles duelos a muerte en un foso de los que siempre sale victorioso y que no dudo sirviesen de inspiración para Ridley Scott y su Gladiator) y finalmente liberado para poder llevar a cabo su venganza. En su camino se encontrará con dos ladrones, Valeria (Shandahl Bergman), Subotai (Gerry López) y una mago (Mako), que le ayudarán a llevarla a cabo.

La violenta y salvaje atmósfera de un mundo decadente donde el asesinato es la principal moneda de cambio, la enfermiza, terrorífica y envenenada presencia del culto de Thulsa Doom, con su estandarte de dos serpientes enfrentadas y sus sacrificios de jóvenes muchachas que parecen inspirarse en la figura de otro iluminado, esta vez real, llamado Charles Manson, la espectacularidad de las batallas, incursiones y asesinatos, y todo orquestado bajo la monumental banda sonora de Basil Poledouris (Robocop, La caza del Octubre Rojo) hacen de CONAN EL BÁRBARO un espectáculo visual único, de una época en la que el público era respetado por los cineastas, creando películas de entretenimiento para adultos que a los adolescentes creaban pesadillas. Películas que, por eso, no se olvidan. Y permanecen en la memoria colectiva como auténticas joyas.

Y, junto a todo esto, Arnold Schwarzenegger, un actor que hizo suyo el personaje como años más tarde haría con Terminator (1984). Sí, ya lo sé. Muchos diréis que no es buen actor. Y os daré como repuesta lo que me dijo hace muchos años el director Benito Zambrano (Solas, 1999) cuando tuve la oportunidad de entrevistarlo: “el personaje hace al actor, no al revés. ¿Crees que alguien habría podido hacer mejor de Terminator que Arnold? ¿Al Pacino? ¿Robert de Niro? No, Arnold es Terminator”.

 

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