Una película bélica ambientada en la Segunda Guerra Mundial dirigida por Mel Gibson…
Sonaba igual de bien que una película sobre el atentado contra las Torres Gemelas dirigida por Oliver Stone.
Además, está basada en hechos reales…
Coño, como World Trade Center.
Y el trailer está de puta madre…
¿También?
Habrá que ir a verla…
Y sí, resultó ser como World Trade Center: un auténtico truño.
Vamos, que Gibson se ha hecho un “Oliver Stone”. Y si Stone no ha levantado cabeza desde el suyo, dudo que Gibson lo haga después de éste. Entre otras muchas razones, porque no se lo merece.
Hasta el último hombre es la historia real de un joven norteamericano que, pese a ser objetor de conciencia, se alista en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial con el propósito de ayudar en el frente como médico (¡sanitario, sanitario!), eso sí, negándose a tocar un arma… ni siquiera durante la instrucción. A las iniciales dificultades que tendrá por este motivo con sus compañeros y superiores, se sumarán las posteriores, cuando se las vea y se las desee en plena batalla contra los japoneses por intentar conquistar la isla de Okinawa, una auténtica masacre de la que no solo saldrá vivo sin disparar una sola bala sino en la que, además, rescatará a más de 70 compañeros heridos… él solito.
Material de primera.
Sobre todo para un tipo como Gibson, capaz de rodar batallas tan épicas y realistas como las de Braveheart, retratar violentos choques culturales como los de Apocalypto o de convertir el misticismo religioso en una película de terror como hizo con La Pasión de Cristo. Claro que todo esto fue antes de empezar a ser víctima del síndrome Stone, comúnmente conocido como “chochear”.
Con un abuso de los efectos digitales, el plato fuerte de la película, la sangrienta refriega sobre el Hacksaw Ridge que le da título en inglés, Hasta el último hombre se convierte en un espectáculo pixelado, que no pirotécnico, más propio del palomitero John Rambo que de las dramáticas Salvar al soldado Ryan o La delgada línea roja. Esas secuencias no son de cine… sino de videojuego, creadas por el responsable, insisto, de las espectaculares (y artesanales) proezas de William Wallace en escenarios reales, con cientos de extras, animales auténticos y mecánicos, prótesis, sangre, barro, fuego… y ni un solo efecto digital. Madre del amor hermoso, hasta para un plano en que el joven protagonista y su hermano contemplan un atardecer en las montañas donde crecieron, ¡utiliza un croma! Y canta la Traviata. ¿En 2016? ¿Con un presupuesto de unos 50 millones de dólares? Vamos, Mel, no me jodas…
No contento con esto, todo el segundo acto, el período de instrucción, cae en más tópicos que uno de esos libros de Yo fui a EGB. Uno tras otro. Desde las situaciones a los personajes. Las primeras, más vistas que el tebeo. Y los segundos, también. Puras caricaturas. Como el sargento instructor. Vale que es muy difícil hacer algo original y que no provoque carcajadas después del de Louis Gosset Jr. en Oficial y caballero o el de Ronald Lee Ermey en La chaqueta metálica, pero si, además, escoges para interpretar al personaje a un actor como Vince Vaughn, cuya credibilidad actoral está por los suelos después de más de veinte años arrastrándose por las comedias más estúpidas que ha parido madre, el resultado no puede ser otro que DE RISA. Que se supone que es un drama bélico, Mel, no El pelotón chiflado…
Y luego tenemos al pobre Andrew Garfield, el protagonista, a quién Gibson condena a sonreír bonachonamente en cada plano, para poner de manifiesto su gran bondad y espiritualidad. ¿Recordáis la cara de alelado de Elijah Wood como Frodo durante las nueve horas de El señor de los Anillos? Pues esto es lo mismo, pero en lugar de alelado, de bendito. Eso sí, “solo” 132 minutos.
Lo peor del asunto es cuando, días después, te enteras que la película tiene varias nominaciones a los Globos de Oro, entre ellas, Mejor película, Mejor actor y Mejor director. Entonces es cuando dices…
Apaga y vámonos.
Todos sabemos cuál es el cine bélico del bueno: desde Senderos de gloria a Platoon, pasando por las anteriormente mencionadas La delgada línea roja, Salvar al soldado Ryan o La chaqueta metálica. Apocalypse Now, Black Hawk Derribado… Premiar, aunque solo sea con unas nominaciones, una película como Hasta el último hombre, no solo es un insulto para todas ellas, sino una señal inequívoca de que el cine está perdiendo la esencia que lo hizo grande. Además del criterio. Y el sentido común.
Quizá alguien debería empezar a poner los cojones (o los ovarios) sobre la mesa y, ante la ausencia de películas dignas de ganarlos, declarar algunos premios desiertos.
Eso sí, ¿alguien de los que está en la posición de hacer eso… los tiene?
Mel es tremendo actor y director no hay duda de eso……otro oscar para el.