Se va un grande.
Para vivir una aventura aún más grande.
De esas que se emprenden por lo que realmente vale la pena.
Y que ha llenado millones de páginas y fotogramas.
Letras y partituras.
Muros.
Y, sobre todo, corazones.
Quizá algún día se anime a escribirla.
Por eso le conozco.
Porque escribe.
Coincidir con alguien que, como tú, escribe boli en mano en una cafetería a la hora del papeo… no tiene precio. Y menos aún empezar a hablar con él y acabar siendo grandes amigos.
Desde aquel día han pasado muchas cosas. Y, sobre todo, libros. Él ha publicado su trilogía Las Tierras de Narph en apenas un par de años. Y yo Almas Grises e Isla Perpetua. También ha habido cañas, pelotis, fútbol televisado y confesiones.
A una edad en la que lo normal es perder amigos, no hacerlos, se le dio la vuelta a la tortilla. Pero ahora el destino nos trae un nuevo punto de giro. En forma de viaje. Y nueva vida.
No es el primero que se va a Alemania en busca de nuevas oportunidades. Pero sí el primero que conozco. Y, por tanto, que echaré de menos.
Porque si los amigos son un bien escaso, más aún lo son aquellos que siempre tienen una sonrisa y la increíble capacidad de generar buen rollo con solo un abrazo o un apretón de manos, que siempre piensan en positivo, porque siempre ven el vaso medio lleno. Seguramente sea esa la razón por la que se rodean de buena gente.
Gracias por cada momento compartido, Fran. Y por haberme permitido conocer a los tuyos.
Te deseo lo mejor en esta aventura gestada mientras escribías tu última novela, La soledad del Caminante.
Espero que escribas muchas más allá donde vas. Entre ellas esa que tú y yo sabemos.
Caminante no hay camino…
Se hace camino al andar.
¡Ole tú!
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