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El último refugio Z

Nacemos para morir.

El único suspense consiste en descubrir qué mediará entre una cosa y otra.

Y, sobre todo, como ocurrirá lo segundo.

Con una Historia plagada de métodos para alcanzar la muerte (sobre todo ajena) con la mayor crueldad posible, superando muchas veces en la realidad lo que cualquier mente calenturienta puede crear para la ficción, hay una en especial que ha cautivado a millones de cinéfilos y lectores de todo el mundo, la conversión del hombre en muerto viviente, y que Alejandro Castroguer ha bautizado con acierto de croupier:

La DOBLE MUERTE.

Como si se tratase del mejor juego de ese casino que es la vida, donde ganar la partida y continuar viviendo es una cuestión de azar. Donde la ruleta se detiene para cobrarse una nueva víctima e inmediatamente comienza a girar para generar otra, y otra y otra… Donde no existen dados trucados. Y la calderilla que puedes obtener con el jackpot de una tragaperras de poco te va a servir en la miseria del día a día donde los zombis (pellejudos para Castroguer, en homenaje a esos muertos en vida que también eran los replicantes de Blade Runner) vagan hambrientos en busca de algo que llevarse a la boca para saciar su voraz apetito, sí, pero también de un alma caritativa que les mate por segunda vez y acabe con el via crucis de esa resurrección que les obliga a ver cómo sus propios cuerpos se descomponen, convirtiéndose en caldo de cultivo de alimañas cuyos huevos eclosionan en sus putrefactas entrañas y convierten sus gargantas deshilachadas en improvisadas pistas de despegue para un ejército de moscas cojoneras.

En la primera vez que leo algo de género Z. Mi conocimiento del mismo se ciñe al cine de los setenta y ochenta, con Romero a la cabeza y en especial su Día de los muertos. Después de mucha morralla el género no levantó cabeza hasta aquellos 28 días después del siempre genial Danny Boyle. Viendo unas y otras, malas y buenas, siempre eché en falta lo mismo: que los zombis no visitaran tierras españolas. ¿Tan poco apetitosos son nuestros michelines… o nuestros huevos?

Savilla, Finisterre, Monstserrat… son solo algunos de los escenarios de El último refugio en el que, con un estilo que me encogió el escroto desde el primer momento, proyectando imágenes que exigen celuloide por mérito propio, los supervivientes a una catástrofe zombie no encuentran en los pellejudos a su peor enemigo, sino en ellos mismos. Y todo con sabor a tortilla de patatas y no hot dogs, a café con leche en vaso y dos azucarillos y no ese americano que no sabe a nada, con molinos de viento y no rascacielos, con el Domingo de Resurrección como día clave y no el de la Independencia de los cojones.

Viendo esas pelis yanquis reconozco que en más de una ocasión (y sé que no soy, ni de lejos, el último) soñé con vivir algo parecido en mis propias carnes. Después de leer El ultimo refugio os aseguro que lo último que deseo es una Guerra de la Doble Muerte para ponerme a prueba. Porque las pesadillas son para cuando uno duerme, no para cuando se está despierto. Sobre todo si es Alejandro Castroguer quien reparte las cartas. Porque va a reservar los ases para los más sucios que están a la mesa, los doses para los valientes…

Y los jokers se los quedará él…

Para echarse una risas a nuestra costa.

 

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