Un bebé arrojado por la ventana de un segundo piso.
Y otro escondido en un conducto de ventilación.
Uno abandonado a las puertas de una farmacia.
O en una jardinera…
Por suerte, los encontraron.
Aunque sus problemas nos hayan hecho más que empezar. Aunque tengan unos padres de acogida que se ocuparán de ellos hasta que la Administración les encuentre un hogar definitivo. Bebés con el síndrome de abstinencia y que toman metadona, morfina o anticonvulsivos…
Hostia puta, parece una película de terror.
Desde 2009, y solo en Madrid, ya son 99 los bebés recogidos de urgencias en Madrid; la mayoría de ellos, ABANDONADOS.
Y, sin embargo, cuando te encuentras con parejas que te hablan de sus intereses por adoptar un niño… Una auténtica odisea. Un calvario. La mayoría, desesperados por la lentitud del proceso (coño, estamos hablando de AÑOS), deciden emprender la aventura fuera de España, invirtiendo una barbaridad de tiempo y gastándose una fortuna para hacer realidad su sueño de convertirse en padres.
Manda huevos: para adoptar un niño atraviesas un laberinto institucional que ni El proceso de Kafka…
Pero para tener un hijo de forma natural a cualquier gilipollas le basta plantar su semillita.
Y mientras tanto, son los bebés que ya han venido al mundo y han abandonado quienes sufren.
Algo estamos haciendo mal. Pero de mal de cojones.
Porque todavía están por descubrir las secuelas que arrastrarán estos hijos de la crisis con el paso de los años. De padres postizos a un centro, de ahí a otro… y tiro porque me toca. Mientras personas con recursos que los cuidarían y querrían, que les darían un hogar, una educación, un futuro, cruzan las fronteras gastándose un dinero que no tienen (y que en muchas ocasiones no tienen muy claro dónde irá a parar) para formar una familia.
Es como decir que dos más dos son cinco. Y fuera verdad.
Aunque sólo sea por la rima.
Porque nos la están metiendo doblada.
Y hasta el fondo.
La culpa es nuestra.
Qué coño…
Cualquiera diría que nos gusta.