“Ricos y pobres… todos cagan mierda”.
La primera vez que escuché esa frase fue en la universidad. Y desde entonces me la guardo en la recámara para recurrir a ella cada vez que algo (o alguien) intenta convencerme de lo contrario, a saber: existen las personas perfectas.
Porque todos tenemos nuestros rincones oscuros, debilidades y perversiones (aceptadas o no) que es precisamente lo que hace del ser humano algo tan contradictorio como sorprendente.
Que alguien esté más arriba que tú (socialmente hablando) no le convierte en un modelo a seguir, en ejemplo de conducta y pensamiento… En un santo. Precisamente porque esas aristas que le hacen tan complejo, como tú, como cualquiera, toman mayor protagonismo (y sobre todo altas dosis de morbo) si el individuo en cuestión tiene un peso especial dentro de la sociedad en que vivimos: políticos, grandes empresarios, cargos públicos, aristócratas, gente del mundo del espectáculo…
Porque un ministro también caga mierda. Y una princesa. O un obispo. Todos cagamos mierda. Y aunque varíe sus color, textura u olor… nunca dejará de ser mierda.
Como la que sale de la boca de Los inmorales, de Fernando Riquelme. Todo un catálogo de confesiones de la florinata de nuestra sociedad. Porque los secretos están en todas partes. Y si se esconden en las altas esferas su valor se multiplica. No porque también lo hagan sus repercusiones…
Más bien todo lo contrario. Porque lo que se reproduce entonces es la IMPUNIDAD.
Cuánto más arriba… más protegido. Y quien no se haya preguntado nunca los secretos que esconden cierto tipo de personas… miente. Con Los inmorales, Fernando Riquelme nos invita a fantasear. Imaginar qué podrían ocultar quienes detentan el poder… para descubrir que lo detenta quien menos te lo esperas. O que Dios es una marca registrada que cobra por los derechos de explotación de la misma, sin importar credo y religión. O que un miembro de las fuerzas de seguridad del estado siente la necesidad imperiosa de equilibrar su número de orgasmos… con el de víctimas de asesinatos que él mismo comete.
Algunos pensarán “Qué tontería”.
Bueno… allá cada cuál. Porque otros, a quienes ya todo les parece posible, quizá, y solo quizá, pensarán: “se ha quedado corto”.
Todo depende del grado de moralidad del lector. Sin olvidar lo que escribió John Fowles en El mago:
“¿Acaso no tienen los poetas y naturalmente los escépticos, el deber moral de ser inmorales?”
Ahora te toca a ti…
¿Estás de acuerdo?
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