“Esta noche mis pensamientos giran en torno a Paula, mi novia.
Una semana antes de irse de vacaciones confesó que tenía dudas, que no tenía claro hacia dónde iba nuestra relación, que no podía pasarme toda la vida trabajando de teleoperador o “ése tipo de cosas”, porque no es forma de construir un futuro en común. “Hago lo que puedo”, le dije. Y ella contestó: “No es suficiente”. Porque existe la opinión generalizada de que quién trabaja de teleoperador (o ése tipo de cosas) no encuentra algo mejor porque no quiere. Porque es un vago. Y os aseguro que yo busco sin parar. Pero nadie encuentra un curro como Dios manda enviando curriculums a diestro y siniestro. ¿O conocéis a alguien (y no vale el amigo de la novia de un colega de tu primo) que haya conseguido trabajo gracias a una de esas páginas especializadas de Internet? Ni de coña. No es más que una leyenda urbana. Y muy bien construida, por cierto. A la altura de Ricky Martin, la chica con el coño untado de mantequilla (mermelada, Nocilla…, depende de la versión) y su perro; o el número de puntos que necesitó Alejandro Sanz después de una noche de fiesta con Miguel Bosé (Rafael Amargo, Joaquín Cortés…, de ésta también hay varias versiones). Los buenos trabajos no se encuentran; te encuentran. En algún sitio leí hace tiempo que tras el éxito de uno se esconde el fracaso de cien mil. Presuponer que ése uno es inteligente y, por pasiva, el resto una manada de gilipollas, no sólo es estúpido. Además es injusto. Porque cada persona es un mundo. Y el mundo, generalmente, es una mierda.
“Se supone que las relaciones avanzan”, continuó Paula. Y yo le dije que sí, que tenía razón. Que con estas edades nuestros padres ya estaban casados y camino de tener su primer enano. “¿Quieres que pida una ampliación a cuarenta horas en Teletel y busquemos un cuchitril que podamos pagar a medias?”¸ le pregunté. “No”, respondió ella. “¿No quieres vivir conmigo, o no quieres vivir conmigo en un cuchitril?”. “Ninguna de las dos cosas”. En realidad yo tampoco, pero tenía la sartén por el mango (el papel de víctima, para entendernos), así que contraataqué: “¿Y qué cojones quieres entones?”. ¿Qué creéis que contestó? La primera respuesta típica de toda mujer: “No sé”. ¿Que cuál es la segunda? Pregúntale a tu novia qué le pasa cuando esté de morros. Ya verás como no se le ocurre otra cosa que “nada”.
Después, simplemente pasaron los días, se marchó, y hoy he recibido el mail: “cómo me gustaría que estuvieses aquí…” (haber ido conmigo, no con tus amigas), “te echo de menos…” (pues vuelve), “te quiero…” (¿para qué?), “… un montón…” (¿un montón de qué?). Nada en sus palabras me dice que las cosas vayan a ser como antes. Ni todo lo contrario. Y aunque esta noche no me duelan las piernas, me he desvelado. No tengo sueño. Son las dos de la madrugada. Y mañana no trabajo. De modo que me levanto, cojo el móvil, escojo un nombre… Y llamo”.
(Fragmento de CERO, una novela del menda lerenda. ¡No te pierdas el book trailer!)