El Metro. Un sábado cualquiera.
Los vagones abarrotados de gente camino del centro. Como siempre.
Y dos hombres, uno con una guitarra y otro con una flauta, que comienzan a tocar.
Nada fuera de lo normal.
Me quito los auriculares del walkman y les observo mientras interpretan las primeras notas. Lo habitual.
Y entonces… sucede.
Una pareja de vigilantes jurado se acerca a ellos. Les dice que nanai de la China. Y yo flipo en colores. Así que me levanto y me acerco a preguntarles qué pasa. Uno me mira como a una cucaracha que merece ser aplastada (el que va de poli malo, el idiota) mientras el otro (el que no va de nada, el normal) me dice que, efectivamente, está terminantemente prohibido cantar y / o pedir limosna en los vagones por las molestias que esto pueda causar a los pasajeros.
Molestias a los pasajeros… ¿De qué tipo, me cago en la puta? ¿Qué nos sintamos culpables porque alguien pide ayuda y tengamos los santos huevos de negársela bajando la mirada al suelo como si con nosotros no fuera la cosa? ¿Tanto miedo nos da la situación de mierda en que mucha gente se encuentra que preferimos no verla aunque la tengamos delante de nuestras narices? Hay que ser gilipollas.
Bajo en Sol y un espectáculo callejero llama mi atención: un mago argentino ha congregado un grupo de gente a su alrededor a golpe de labia y trucos realmente buenos mientras lanza pequeñas pullas y recalca que no está pidiendo limosna sino trabajando, por lo que espera que nos sacudamos los bolsillos si nos sentimos satisfechos con su magia.
Cuando saca la gorra sucede lo inevitable y él lo radia con tanta gracia como mala leche: muchos de los que han disfrutado del espectáculo más de quince minutos, riendo sus chistes y aplaudiendo sus trucos, huyen en desbandada, incapaces de reconocer el esfuerzo con unas monedas. El argentino los persigue y señala, dejándoles en evidencia mientras otros echan monedas en su gorra. Un turista, incluso un billete de cinco euros.
Putos cobardes de mierda. Así es esta sociedad. Que lo quiere todo gratis. Que vive en su nube wampa. Sin devolver las sonrisas que la vida les regala. Egoístas de los cojones. A quienes se les llena la boca para decirte que dan diez euros al mes a Intermón o Médicos sin Fronteras. Hipócritas. Que intentan comprar un pedacito de cielo para cuando la palmen. Con las desgracias, cuanto más lejos de ellos, mejor.
Tenemos lo que nos merecemos.
Así nos va.
Y eso me pone triste.
Muy triste.
La pena es no poder ayudar a todo el que te pide ayuda……
Algunas hacemos lo que podemos y sin esperar absolutamente nada de nada, ni el pedacito de cielo ese que dices.
Fabulosa entrada, gracias 🙂
A ti por leerla…
Miserias humanas que rondan las calles, y que son insensibles cuando se presenta un artista callejero, héroe anónimo que lucha con su espíritu en medio de un mar de adversidades.¿A quién le importa?quizás a pocos,a otros mas. Todavía queda un pedacito de cielo con que consolarse.Animo no hay que desfallecer.