Intenta parecer real pero no es más que un muñeco. Y bastante feo, la verdad. Posee una amplia variedad de gestos, habla su propio idioma… pero al final no es más que un bicho a pilas que, irremediablemente, acabará tarde o temprano enterrado bajo otros juguetes en el armario. Y claro, si llegado ese momento, te regalan otro, por muy niño que seas, acabarás hasta los cojones. Que es como acabé yo viendo El Gran Gatsby. Sobre todo la primera hora y media. Saturado de tantos festivales de música, luz y color que no son más que una copia de los de Moulin Rouge, que a su vez lo eran de los de Romeo+Julieta. Y esto no ha hecho más que empezar…
Se trata de una historia de un amor imposible entre un hombre y una mujer (igual que las otras dos). Ella, una chica de rostro angelical y sin tetas (como Claire Danes – Julieta y Nicole Kdman – Satine). Y él, un joven de sonrisa también angelical y siempre bien afeitado (como Ewan McGregor – Christian y el propio Di Caprio – Romeo, encantado de conocerse y copiarse a sí mismo). El malo es Joel Edgerton, que como Richard Roxburgh, el duque en Moulin Rouge, luce ridículo bigotillo para que te entren ganas de arrearle en la cabeza con la goma de la bombona de butano, capuchón incluido. Tobey Maguire, que hace de narrador, luce todo el tiempo esa cara de empanao que se le quedó desde La tormenta de hielo y que su compañero de reparto en aquella peli, Elijah Wood, mantenía durante las 9 horas (nueve, manda huevos) de la trilogía de El señor de los Anillos. La casa de Gatsby es una copia del Moulin Rouge, que a su vez lo era del casoplón de los Capuleto. Incluso podrías intercambiar los temas de las bandas sonoras entre las tres pelis y no te darías ni cuenta.
No es una sensación de deja vu. Sino un clon. Que por mucho que intente ser humano, no respira. Ni caga. Ni folla. Ni siquiera tiene mala leche. O te da ganas de leerte la novela en que se inspira. Con las ganas y curiosidad con que leí La costa de los mosquitos, de Paul Theroux, El nombre de la rosa, de Umberto Eco, La princesa prometida, de William Goldman…, incluso La playa, de Alex Garland o Mensajero del futuro, de David Brin. Porque al salir del cine, por mucho que la última parte de la peli intentara remontar el vuelo… “ni chicha ni limoná”, como dice mi madre.
Conclusión: antes que un Furby… prefiero un Tamagochi. Ni hace tanto ruido ni ocupa tanto sitio. Pero al ritmo que vamos, con cada día que pasa menos “escaparates” es lo único que vamos a poder “adquirir”. Por cojones. Y doloroso. Como decía Christopher Walken en Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, “¡alforfones para todos!”.
Lo peor de todo… que nos lo merecemos.
Por vagos y por roñosos.
Me temía algo así, pero esperaba con todas mis fuerzas que no se cumpliera… El libro es un melocotonazo de miedo, de lo mejor que caerá en tus manos. Y Di Caprio me parecía un Gatsby perfecto para el personaje. Pero pon a un verbenro a dirigir y te hará una verbena.
Aún así, supongo que la veré.