Dirigida por los hermanos Wachowski, unos mequetrefes que desde el primer Matrix, allá por 1999, lo único digno de mención que han hecho fue producir V de Vendetta; con Tom Hanks multiplicado como en aquella estupidez titulada Polar Express, que no gustó ni a los niños a quienes iba dirigida; también aparece Jim- qué soso eres– Sturgess, otro caso de chaval supuestamente guapo que en lugar de sangre tiene horchata en las venas; hay un maquillaje caricaturesco que hace saltar la alarma de ataque mortal de risa… Por no hablar de sus tres horas de duración… A priori, demasiados handicaps. Y sin embargo… La madre que parió a los Wachowski. ¿En qué se han equivocado? Porque la peli es una auténtica joya, un desfile de Women’ Secret en el catálogo de bragas de los chinos, una palabra inteligente en boca de Ramoncín, un destello de lucidez en la mirada empanada de Carmen Lomana, una interpretación de Oscar en la carrera de Eduardo Noriega. Sentimiento en una canción de Chimo Bayo. Emoción en un discurso del Rey. Sentido común en el Ministerio de Cultura. Y calidad artística en la parrila de Tele 5. Increíble… Pero cierto.
Con El atlas de las nubes, los hermanos Wachowski me han hecho creer en los milagros. El más increíble de todos: que aún puedo disfrutar en una sala de cine. Sobrecogerme. Reírme.Y sorprenderme. Lo mejor del asunto: no saber apenas de qué va la vaina. Para subirte a un carro emocional que, a medida que avanza, gana en colorido, profundidad, aristas y tridimensionalidad. Que pica, acaricia, escuece… y te hace cosquillas. Y mira que había leído críticas que la ponían a caldo… Pero fui con la mente abierta. Porque hay cosas que se merecen que les des una oportunidad. Para dártela a ti también. Y descubrir, por ifn, algo que te haga reflexionar… Para bien. Y desde la esperanza.
Me estoy poniendo moñas. Lo sé. Pero no solo me da igual… Además me gusta. Porque agradezco que por un período de tiempo (24 horas después sus efectos aún perduran), y un precio aceptable (llevo a mis hombros demasiadas películas de garrafón), algo a priori (salvo excepciones) tan inocuo como ir al cine se convirtió en una experiencia que, esta vez sí, me hizo ver el lado bueno de las cosas. Y no desear abrirle la cabeza a alguien. Tomarme un respiro. Y volver a creer en la amistad, el sacrificio, el amor y la generosidad…
¿Y todo esto con una película de los Wachowski? Ostia puta. Os aseguro que soy el primer sorprendido. Quizá todo sea, insisto, porque estoy un poco moñas. Pero si esa es la razón por la que se me pusieron los ojos Candy, Candy incluso una vez abandonada la sala, viendo cómo la policía detenía a un grupo de rumanas en la planta alta de un centro comercial… bienvenida sea la moñez. Porque prefiero ser consciente de las cosas que pasar de largo. Observar el mundo que me rodea, aunque sea en el metro, que la pantalla de un estúpido smartphone donde mi “amigo” 157 ha escrito, por enésima vez, que basta ya de tanta mierda, eso sí, desde el salón de su casa y rascándose los huevos. Es cierto, si hiciera algo para “remediarlo”, solo seria una gota de agua en medio del océano pero, como echa el cierre El atlas de las nubes, “¿qué es el océano sino millones de gotas de agua?”. Vale. ¿Y cuántos millones de seres humanos vivimos en este mundo? Si no es como queremos… es porque nos sale de los cojones. Esos mismos que no dejamos de rascarnos.
Ahora, dale al play.
Cierra los ojos.
Quizá cuando los abras…
Veas el mundo de otra manera.
Alguna buena película tenía que haber en cartelera…
Gracias por la recomendación, gran entrada 😉