Mi familia, que es de mucho carácter, siempre ha considerado de importancia capital la elección de la pareja. Desde pequeña me inculcaron que no puedes elegir a cualquiera, porque en ese pequeño detalle puede residir tu felicidad, tu tranquilidad, tu bienestar y hasta tu equilibrio mental. La persona que está a tu lado es la que, con los años, te sujeta y te hace conseguir lo que tú crees que has conseguido solo, y esto es extrapolable a todo aquel en el que pones tus ojos para que te acompañe en la vida, ya se socio, colega, amigo o, incluso, enemigo. Trasladado a personas cuyos logros han repercutido en la humanidad, está claro que la elección del secundario es decisiva.
Afortunadamente, la historia nos ha dado secundarios de tanto peso, que solo justifican su posición de segundón porque sin ellos no hubiera habido un primero tal y como hoy lo conocemos. Si no, que se lo digan al cardenal Richelieu o al duque de Lerma; a Collins o Aldrin –los astronautas que acompañaron a Neil Armstrong a la luna y la pisaron tras él; o al propio Sancho Panza.
En este apartado de segundones, me gustan especialmente los cinematográficos, porque hay actores, que estando siempre en un segundo plano, son los que de verdad dan carácter a una película. He visto trabajos brillantes, sostenidos por actores principales con un talento interpretativo que son capaces de dejar con la boca abierta al crítico más exigente, pero cuando te encuentras con una película con actores secundarios de esta categoría, hay un plus innegable, como ocurre con Gene Hackman, Robert Duvall o Ed Harris, que para mí elevan a sus personajes por encima del protagonista. Quizá, si fuera una estrella del firmamento hollywoodiense, puede que me pensara si querría que me eclipsasen…