La pasada semana el IES Ítaca de Alcorcón, el instituto donde estudié, cumplía 25 años y me pidieron que dijera unas breves palabras… Algo así dije. Y algo así siento. Hacia aquella Ítaca y hacia todas esas islas necesarias -imprescindibles- que forman nuestra educación pública. Por eso, y porque quizá ando algo nostálgico tras haber sumado un año más, hoy lo comparto. Desde (mi) Ítaca…
Ítaca es un nombre que marca.
Y no solo porque sea parte esencial de la historia de la Literatura (¿dónde habría viajado Ulises, si no?) o porque todos hayamos oído alguna vez el poema de Kavafis, aquel que nos preguntaba si sabíamos qué significan las Ítacas, sino porque Ítaca es un nombre que tiene que ver con nosotros, con quiénes somos. Y con quiénes queremos llegar a ser.
Nunca he tenido claro si Ítaca es el lugar al que Ulises quería volver o el lugar del que le habría gustado largarse. Tampoco sé si Ítaca es el adolescente que fuimos o el adulto que hoy somos. Quizá Ítaca sean las dos cosas: aquellos chavales de quince y de dieciséis años que soñábamos con comernos el mundo y los adultos de treinta y muchos que ahora somos y que seguimos peleándonos, día sí y día también, con ese mismo mundo.
Cuando empezamos a venir aquí, no éramos Ítaca. En realidad, este lugar no tenía nombre. Es más, ni siquiera existía, porque aquellos segundos y primeros de BUP casi infinitos (1ºA, B, C, D, E, F, G… hasta 1ºH, que fue mi curso) se amontonaban por la tarde en un instituto donde solo estábamos de paso. Un centro que pronto cambiaríamos por este Alcorcón VIII que, a falta de nombre, al menos sí tenía número.
Durante unos cuantos años fuimos “el 8” y aunque aquella anonimia podría haber desembocado en falta de identidad, nunca fue así. Tuvimos suerte, supongo. Suerte de dar con un buen puñado de profesores que vivieron esos años con la misma ilusión que nosotros. Para muchos, esta isla de Ítaca fue el inicio de nuestra vida profesional. Más de uno descubrió aquí, por ejemplo, la pasión por el teatro, en este mismo escenario, y hay quien, como es mi caso, ahora vive de lo que, en este lugar, parecía un juego. Con el tiempo, desde esa extraña niebla de lucidez que es la distancia, me he dado cuenta de la suerte que tuvimos, de la cantidad de personas excepcionales que nos rodearon, de cómo este lugar no era un simple contenedor de vidas como, por desgracia, he visto en otros centros, sino un territorio de creación y de libertad, un lugar donde vivir esa convulsa edad de la adolescencia entre compañeros y amigos con quienes compartíamos risas, de quienes copiábamos en algún que otro examen o con quiénes hacíamos pellas en las clases, digamos, menos motivadoras…
A mi generación nos tocó el BUP y el COU. Con viaje de 3º incluido. Y a Ámsterdam, motivo de gran jolgorio posterior para profes y estudiantes, que aún recordamos aquella experiencia… Fuimos la generación que sobrevivió a erizos rosas gigantes, lagartos extraterrestres y partidos eternos de unos tales Oliver y Benji. La generación que se sabe las canciones de Mecano y de Héroes del Silencio como si se las hubieran grabado a fuego. La misma generación que cuando suena en un bar eso de 20 de abril del 90 suelta alguna lagrimilla si llevamos encima las copas adecuadas. Y fuimos también la generación que le dio nombre a este lugar, la que contagiada por la fiebre humanista decidió que nuestro VIII solo podía llamarse Ítaca. Y recuerdo que hubo un acto inaugural y unos cuantos tuvimos la genial ocurrencia de interpretar o, más bien, masacrar una escena de Edipo Rey. No sé si festejar el nacimiento de un centro escolar con un tipo de que se arranca los ojos después de haberse acostado con su madre y asesinado a su padre era una gran idea, pero sí sé que todos compartíamos la euforia de haber contribuido a que algo importante surgiese. Algo que era más que un edificio. Era el lugar donde habíamos compartido unos años esenciales de nuestra vida. Ese tramo en el que decides, como Ulises, cuál va a ser el destino de tu barco. Si vas a dejarte seducir por las sirenas, o por los marineros, si te vas a enfrentar a Polifemo, si vas a dejar tu futuro en manos de los dioses o si vas a atreverte a coger el timón. Aquí tuvimos suerte, porque dimos con mucha gente que nos animó a tomar el mando, a guiar la nave y a trazar libremente el recorrido.
Gente que es, que somos la educación pública. Ese derecho que tanto ha costado conseguir y que tanto debemos defender quienes hoy somos gracias a estas aulas. A este sitio que permitió que aquel chaval de Alcorcón que soñaba con ser escritor, pudiese ver cómo su sueño sí se hacía realidad. Porque ese chico tímido e inseguro que hoy siento tan cerca de mí, dio con profesores y compañeros que le animaron a no rendirse, a emprender el viaje, a vencer sus miedos y su timidez para afrontar la travesía más difícil, la que nos conduce hacia nosotros mismos.
Hoy seguimos en ello, buscando Ítaca y con la esperanza de que tardemos mucho en llegar a encontrarla. Porque mientras sigamos buscándola seguiremos vivos, en pie de entusiasmo, capaces de reinventarnos y de volver a ser aquellos adolescentes que no hace mucho fuimos. Puede que aquellos quince y aquellos dieciséis años fuesen la edad del acné, de tener hora para volver a casa, de andar tirados en algún parque entre minis de calimocho, la edad en que se nos hundía el mundo cuando pasaba de nosotros el tío o la tía que nos gustaba o de pillarnos un cabreo del quince con ese profesor que, aunque no nos creyese nadie, nos tenía manía…
Sí, pero esos quince y esos dieciséis también son la edad de la vehemencia, del descubrimiento, de las primeras veces. La edad en que cada verano era el nuevo mejor verano de nuestra vida. Por eso es importante que hoy estemos aquí, celebrando estos primeros 25 años de compromiso y de trabajo. De esfuerzo y de rebeldía contra el gris, contra la uniformidad, contra quienes denigran la educación pública porque saben que en islas como esta se nos dan las herramientas y el coraje para atrevernos a ser, para no conformarnos, para no rendirnos.
Esta tarde, mientras conducía de camino aquí, a este lugar donde empezamos a ser quienes hoy somos, me hemos dado cuenta de que Kavafis tenía razón: ya sabemos qué significan las Ítacas. Significan que el mejor verano de nuestra vida todavía no ha sido: el mejor verano de nuestra vida siempre está por llegar.