Una vida nunca es suficiente. Por eso necesitamos la literatura. Porque en sus páginas encontramos todas esas otras vidas que deseamos sentir. Y por eso, desde las aulas, es tan intenso el esfuerzo docente por transmitir esa pasión a los alumnos. Porque cada poema, cada relato, cada novela les ofrece instrumentos con que construir su propia realidad. La que ellos elijan. Una realidad que nacerá en ese momento mágico en el que la fantasía de las palabras escritas se funde con nuestros propios sueños. Ese instante en que los lectores somos también autores, pues es nuestra mirada la que crea la acción y somos nosotros los que, con nuestra lectura, la protagonizamos.
No es fácil guiar a niños y adolescentes por ese camino, y son muchos -me consta- los docentes que se dejan la piel en ese empeño. Porque sabemos que la llave de la lectura les ofrece el inicio de un viaje inagotable. Un caminar en el que hallarán tantas preguntas como respuestas. Y tantas vidas como personajes. Somos lo que leemos, la suma de las historias que han llegado hasta nosotros y que se han quedado como parte de nuestra propia biografía. Porque la ficción es tan real como la vida y su recuerdo, tan necesario como el de cualquier otra memoria aparentemente más tangible. Y con poco esfuerzo, apenas cerrando los ojos, podremos volver a tocar los espacios donde hemos vivido esas historias de papel. Sentir sus aromas. Escuchar sus voces. Podremos hacerlo porque hemos vivido en ellas, arrullados por la voz de Sherezade en los palacios de las Mil y una noches, intentando alcanzar con Alicia al Conejo Blanco o quemados por el sol de justicia que acompañó al Quijote por tierras manchegas. Pocas experiencias hay tan libres como la lectura. Pocos recuerdos tan imborrables como los que nos dejan sus páginas. Y pocas armas tan imbatibles como el hechizo de las palabras.
Palabras nacidas de la necesidad de crear mundos con los que sus autores confiamos en invitar a los más jóvenes a buscar la emoción de la literatura. Esa pasión que quienes escribimos sentimos latir con vehemencia cada vez que nos sentamos ante el papel el blanco. Esa pasión que, gracias a labor de tantos docentes, sigue inculcándose de generación en generación. Porque cada vez que leemos, vivimos. Y tenemos por delante mucha vida y muchas historias que inventar.
Me ha encantado leer este post. Gracias por escribir estas palabras. Un saludo.
Gracias, Fernando, por tus reflexiones y el magnífico trabajo que realizas desde el blog y en el aula.
Me permito hacer un par de comentarios al hilo de este párrafo tuyo:
“Por eso desde las aulas, es tan intenso el esfuerzo docente por transmitir esa pasión a los alumnos. Porque cada poema, cada relato, cada novela les ofrece instrumentos con que construir su propia realidad. La que ellos elijan. Una realidad que nacerá en ese momento mágico en el que la fantasía de las palabras escritas se funde con nuestros propios sueños. Ese instante en que los lectores somos también autores, pues es nuestra mirada la que crea la acción y somos nosotros los que, con nuestra lectura, la protagonizamos”.
Me pregunto, con un puntito de maldad, si de verdad “es tan intenso el esfuerzo docente por transmitir esa pasión a los alumnos”, no sé, Fernando, si te refiere a transmitir más bien el odio por la lectura, en vez del amor por la palabra impresa.
Y si en vez de que “cada poema, cada relato, cada novela les ofrece instrumentos con que construir su propia realidad”, no habrás querido decir “destruir” la realidad infantil y juvenil con esa avalancha de lecturas obligatorias alejadísimas de los intereses, momentos madurativos y capacidades que demasiados docentes arrojan sobre el incipiente itinerario lector de sus alumnos.
Por cierto, te invito a hacerte miembro de Lectyo (lectyo.com), la red social de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez para la gente de la lectura.
Un abrazo cordial.
Kepa
Maldad aceptada, Kepa. Aunque no coincido con esa visión tan tremendista y sí comparto, sin embargo, tu inquietud sobre las llamadas “lectura obligatorias” 😉
Es necesario cambiar el modelo, apostar por textos cercanos a las expectativas y el horizonte de nuestros alumnos e invitarles a construir, que no a destruir. Aunque, como tú, soy crítico en este aspecto, tampoco me gusta caer en el pesimismo absoluto, sobre todo porque desde que hace unos años voy dando charlas sobre mis novelas en institutos de toda España, he podido conocer las iniciativas de muchos docentes para fomentar la lectura y te aseguro que es asombrosa la creatividad y el entusiasmo que ponen en ello. Lo triste es que el sistema oficial no lo reconoce y, en muchos casos, incluso lo dificulta. Desde luego, es un arduo tema de debate, pero por eso mismo escribí este post, para transmitir ánimos (o, al menos, intentarlo) en una tarea que nunca es sencilla… Un abrazo.
(Gracias por la invitación a Lecyto: soy socio ya desde hace unas semanas.)
Leer es como reencarnarse, nos permite vivir 100 vidas en una. Ser capaz de abstraerse y sumergirse en una historia es un don. Para el viaje, basta con abrir el libro y asomarse a hurtadillas. Eliges el día, la hora, sin pasaporte ni pertenencias y ¡en marcha! Y sin embargo… Lástima, algunos tienen tanto apego al suelo que pisan que ya no saben ni soñar despiertos.
Gracias, Fernando. Saludos.
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[…] La frase que proponemos en esta ocasión no es de un libro, es del blog de Fernando J. López […]