Cada vez que alguien resucita el debate sobre el género gramatical con la excusa de la corrección lingüística, tiemblo. Porque, generalmente, bajo un cúmulo de argumentos confusos no hay más intención que devolver a la mujer a la invisibilidad a la que la gramática -y la Historia- la condenó durante siglos.
Estas últimas semanas, por ejemplo, circula un post donde se afirma que no se debe decir la presidenta, sino la presidente, puesto que se trata del participio presente del verbo presidir. El razonamiento, que ha gozado de gran éxito en las redes sociales y que procede de alguien que no se ha molestado en mirarse la última edición del diccionario de la RAE (donde sí se admite la forma presidenta), mezcla los conceptos de diacronía -la lengua a través del tiempo- y sincronía -la lengua en su uso-, en tanto que ni los hablantes tienen por qué percibir la herencia etimológica ni el participio presente es una forma no personal de la conjugación castellana actual.
Por supuesto, este mismo debate no se plantea en palabras tan habituales y comunes como dependienta: ¿alguien diría que le atendió una dependiente muy amable, por ejemplo? Incluso la última edición del diccionario de la RAE recoge y admite (al fin) tanto la flexión de género de dependiente en su categoría de sustantivo como la de presidente, que -en su edición anterior- estaban limitadas exclusivamente a su forma masculina. Ambos sustantivos –dependiente, presidente– poseen el mismo origen etimológico (participios presentes latinos de depender y presidir, respectivamente), de modo que no hay razón gramatical alguna que justifique aceptar uno y defenestrar el otro. Como es lógico, el sistema heteropatriarcal –ese concepto que tanto molesta a quienes lo sustentan- no tiene miedo a visibilizar el femenino cuando considera que no atenta al poder masculino, poder que sí se ve amenazado en esa temible palabra, presidenta.
Es cierto que el sufijo ya lexicalizado -ente no admite flexión de género en la mayoría de los casos, valgan ejemplos como paciente, estudiante o agente, pero la ruptura de esa analogía en el caso de presidenta tiene una clara justificación sociológica: la necesidad en aras de la igualdad de visibilizar el sexo a través del género, dentro de la dimensión de construcción del mundo que conlleva todo acto lingüístico. Y si hemos admitido extranjerismos completamente innecesarios con toda facilidad, ¿por qué no habríamos de admitir con la misma naturalidad este femenino que resulta mucho más útil y que el uso ha conseguido incorporar al mismísimo diccionario de la RAE? Por otro lado, ¿desde cuándo la excepción -circunstancia inherente al idioma y que explica la irregularidad de muchos de nuestros usos lingüísticos- no forma parte de nuestra lengua?
La extrañeza que provoca a algunos la palabra presidenta es la misma que aún suscitan sustantivos como arquitecta o jueza a ciertos -y ciertas- profesionales, que incluso -y tengo ejemplos muy cercanos- rechazan ser llamadas así. ¿Es más prestigioso ser una ingeniero que ser una ingeniera? ¿Ser una arquitecto que ser una arquitecta? ¿Ser una médica que una médico?. En este caso, ¿qué razón morfológica impide flexionar la -o de médico en su correspondiente -a? ¿Por qué sí nos suena bien camarero y camarera, pero no médico y médica?
Lo mismo cabe preguntarse con las continuas quejas sobre la duplicación del plural. Porque sí, es cierto que resulta agotador y cansino hablar de “todos y todas”, “chicos y chicas”, “compañeros y compañeras”, pero también es cierto que, en muchos casos, especialmente en los colectivos profesionales, se precisa una reflexión sobre el género que nos lleve, a su vez, a una reflexión sobre la igualdad. ¿Por qué se habla del colectivo de enfermeras y del colectivo de maestros y profesores, en vez del colectivo de maestras y profesoras, cuando en ambos casos la mayoría de mujeres es abrumadora? Podríamos no duplicar, de acuerdo, pero sí elegir esos femeninos e incluir a la minoría masculina en la mayoría femenina, aunque seguro que correrían a decirnos que en nuestra lengua el género no marcado es el masculino (que sí, que es cierto) y, por tanto, se trata de una cuestión gramatical, que no sexual.
El debate sobre el género es, sin duda, complejo y prolijo. Pero sigue siendo debate. Por eso, en este caso, no pretendo llevar razón alguna, pero como lingüísta y como ciudadano me parece que, al menos, debemos reflexionar y discutir estas cuestiones en vez de conformarnos con visiones simplistas y llenas de lugares comunes que, curiosamente, siempre nos conducen al territorio de la desigualdad. Olvidamos con demasiada frecuencia que el lenguaje condiciona nuestra visión del mundo y que existe una relación directa -y delicada- entre la visibilidad léxica y la realidad. Una discusión que, en cada día, se me antoja más que necesaria.
Te iba a contestar en el artículo del arte, pero en ese estoy totalmente de acuerdo contigo. La LOMCE es una aberración, y lo es porque se carga asignaturas necesarias para el desarrollo de los niños. ¿Dejar a niños de 10 años sin plástica? Eso sí, la religión evaluable… ¿Evaluar creencias?
No quiero entrar en el tema de estos falsos bilingües porque ya me enciendo del todo. Mejorar el nivel de inglés no debe ser a costa de contenidos científicos, dando habilitaciones de inglés como si fueran churros… En fin, me voy por las ramas…
Espero que el fin de la LOMCE llegue en breve.
En cambio en este tema del lenguaje políticamente correcto no estoy de acuerdo contigo. Me aburre mortalmente este tema, y como mujer hasta me ofende. El respeto a las mujeres no se demuestra diciendo “la jueza” en vez de “la juez”. ¿Hablamos también del “periodisto”? Me niego a estar todo el día hablando de los niños y las niñas, de los alumnos y las alumnas de los maestros y las maestras… Mi dignidad como mujer vale mucho más que venga nadie a hacerme creer que me respeta más porque en un mitin jalea un “compañeras y compañeros”…
Un saludo.
No conozco en detalles de la LOMCE, no soy un especialista en el tema, en un principio pensé que hacer algo por mejorar un sistema educativo que está en el último lugar de la cola en Europa sería bienvenido.
Lo que si me jode son los puritanismos lingüísticos, el lenguaje verbal surge para facilitar la comunicación, no para complicarla y desesperarnos; después tenemos que soportar eso de miembros y miembras o partidarios y partidarias o que como me encontré recientemente en un libro de relaciones laborales: las y los trabajadores designados tienen la misma función que los y las directoras de prevención. Y así constantemente todo el libro, que pesados.
Qué pereza me da este debate y estos artículos. Así como la gente que dice amigos y amigas compañeros y compañeras. Yo cuando alguien dice mis amigos no me siento excluida por ser mujer, igual que no creo que los hombres se sientan excluidos en los artistas, en vez de decir artistas y la presidente me parece fenomenal, igual que la juez, jueza lo veo bastante feo. Hace poco oí a un famoso diseñador decir que él no era un modisto sino un modista, que es el que hace moda y me pareció de lo más lógico. Pero hemos llegado a tal nivel de estupidez que el género de las palabras se ha desvirtuado completamente, trasladando el debate del machismo a un lugar absurdo haciendo a la gente hablar como idiotas. Vale que se diga damas y caballeros porque son cosas distintas, pero compañeros y compañeras, amigos y amigas, jóvenes y “jóvenas”, a mi me da la sensación de mayor exclusión sólo por el hecho de tener que hacer la distinción….