Hace tiempo que el cansino sintagma icono gay no es más que la etiqueta mercantil que se aplica a ciertos productos para asegurar su rendimiento mediático. Nombres que se repiten y que, me gusten o no en sus respectivas facetas, cada vez me aportan o suponen menos. Simples excusas para aumentar las ventas o reciclar a ciertos artistas que, en sus horas más bajas, siempre tendrán un hueco en el mercado gay.
Lejos de esa previsible banalidad, hay nombres que sí significan e inspiran. Nombres que tienen que ver con la igualdad, con la lucha, con la visibilidad. Nombres a los que hoy, trágicamente, se suma el de Shira Banki, una adolescente de 16 años que ha perdido la vida tras ser apuñalada en el ataque en el Orgullo Gay en Jerusalén. Solo se hallaba allí para defender el derecho de sus amigos a amar a quien quisieran. Así se lo contó a su familia y así lo mostró asistiendo a ese desfile en el que deseaba visibilizar su apoyo a la igualdad. A la libertad. Y al amor.
La violencia sanguinaria de un ultraortodoxo -humana e hiperbólica expresión de la homofobia que aún nos rodea y que sigue tan viva en muchos lugares del mundo- acabó con su vida -una vida, con 16 años, apenas iniciada- y añade su nombre al de la (injusta y dolorosa) lista de las víctimas de la barbarie, del odio y de la sinrazón. La extensa nómina de quienes han sufrido -y siguen sufriendo- las heridas que ocasionan las sombras, el miedo y el odio. Nombres que dejan de ser anónimos por un dolor que nunca debió ocurrir o, en casos tan tristes como este, por una muerte que solo nos provoca infinita rabia y desazón.
Hechos así deberían hacernos reflexionar sobre las batallas pendientes y sobre cómo en el mundo LGTB hemos caído en una peligrosa complacencia que, cada día, lo aleja más de la beligerancia y lo acerca más a esa mercadotecnia inofensiva y tontorrona en la que parecemos tan cómodamente instalados. Así que, mientras “buscamos similar” o “gente que se cuide y sin malos rollos” en cualquiera de esas apps donde andamos tan entretenidos, hay realidades que siguen ocurriendo y que apenas ocupan espacio en los medios que dicen llamarse LGTB o en nuestros propios muros y comentarios en redes sociales, mucho más preocupados de cuál será el próximo vídeo de Madonna, el siguiente single de Kylie o si tal o cual famoso ha vuelto a posar desnudo en Instagram.
No acabo de sentirme cómodo en esta marea de trivialidad y likes en la que hemos convertido entre todos nuestro día a día. Falta sentimiento colectivo, conocimiento de la historia del movimiento LGTB y mayor conciencia combativa: el riesgo de haber conseguido tanto no consiste solo en olvidar lo que ha costado conseguirlo, sino en creer que no queda nada ya por lograr.
Pero esa situación ideal y perfecta es solo un espejismo que la realidad interrumpe con imágenes tan duras y terribles como las que nos llegaban de Jerusalén en esta última marcha del Orgullo Gay. Imágenes que nos llenan de rabia porque en ellas vemos cómo pierden la vida quienes solo exigen el derecho a esa libertad de la que nosotros sí disfrutamos. Imágenes y nombres como el de Shira que, con solo 16 años ya se ha convertido, en esta sórdida tarde de agosto, en uno de los pocos iconos que pienso recordar -y respetar- en adelante.