Celebro el Orgullo porque una vez, cuando empezábamos a sentir en plena adolescencia, tuvimos miedo. Porque pensábamos no encajar. Porque nuestras emociones eran diferentes. Porque no sabíamos si el grupo admitiría nuestra individualidad.
Celebro el Orgullo porque cuando tomamos conciencia de quienes éramos tuvimos que tomar muchas decisiones sobre nuestro día a día. Decisiones que deberían ser minúsculas y que, sin embargo, se revelaron trascendentes. Decidir si lo diríamos o no en nuestro trabajo, a nuestros amigos, a nuestras familias. Si hacerlo público tendría consecuencias o no en nuestro entorno profesional y cómo reaccionaría la gente al contárselo.
Celebro el Orgullo porque ha costado muchas vidas, mucho dolor y mucha soledad llegar hasta aquí. Porque son generaciones enteras de mujeres y hombres condenadas al ostracismo por sentir como sentían. Generaciones de vidas rotas, de pasiones truncadas, de amores secretos, de personas que han luchado por ser respetadas en una sociedad que las condenaba, marginaba y mutilaba en su identidad.
Celebro el Orgullo porque, más allá de leyes y celebraciones oficiales, sabemos que queda mucho por hacer. Que la igualdad real se consegue a pie de calle, siendo visibles en nuestros entornos particulares, dando referentes para que esos niños, niñas y adolescentes que se buscan no tengan miedo a encontrar su voz. Porque las cifras de acoso homofóbico en nuestras aulas siguen siendo inadmisibles, porque sabemos de amigos, amigas o quizá nosotros mismos que han sido agredidos, insultados o vejados por su condición sexual. Porque nos hemos tragado más de un maricón o bollera en estos años, incluso en estos últimos años. Porque la ley debe ratificarse desde la calle y, por suerte, cada vez somos más los del lado del arcoiris que los que preferirían la oscuridad.
Celebro el Orgullo porque aún hay más de 70 países donde ser homosexual es delito. Más de 70 países donde se castiga con la cárcel o la muerte el ser gay o lesbiana. Más de 70 países en los que se criminaliza el amor y donde tiene que llegar nuestra voz y nuestra lucha para conseguir que quienes ahora sufren esa persecución vivan libres en los lugares que los asfixian.
Celebro el Orgullo porque ha costado mucho llegar hasta aquí y tenemos que celebrar los logros y recordar, a la vez, las batallas pendientes. Porque no podemos conformarnos con una apariencia de igualdad, sino con la igualdad con mayúsculas. Porque estamos orgullosos de ser quienes somos, de ser como somos. Los logros ya cconseguidos, desde la necesaria aprobación del matrimonio igualitario en numerosos países hasta las banderas de colores ondeando en nuestros ayuntamientos o iluminando (¡al fin!) la Cibeles, son prueba de que algo está cambiando. Que ya no hay marcha atrás. Que la igualdad es el único camino y estamos, pese a quien pese, transitándolo.
Por eso el Orgullo debe ser cotidiano. Visibilidad diaria y natural. Expresión libre y clara de cómo sentimos y de a quién amamos. Porque solo así acabaremos con la lacra de la homofobia: dando testimonio y compromiso con cada beso, con cada abrazo, con cada mano que entrelacemos en la calle -a plena luz del día o bajo la intensidad de una noche cualquiera- con la persona a la que amamos. O a la que, en ese momento, deseamos. Porque de eso va la vida. De una continua sucesión de deseos y de emociones. De nombres que nos construyen -tengan el género que tengan- cuando pasan por nuestro cuerpo, por nuestro corazón y por nuestra vida.
Elijan sus nombres. Y celebren, con Orgullo, cada encuentro.
Feliz Orgullo
Qué bonito, Fernando.