Solo las obras maestras se engrandecen con el paso del tiempo. Y Mujeres al borde de un ataque de nervios lo es. No es fácil que a la comedia se le dé su sitio en este Olimpo cultural donde suele imponerse la nadería lacrimógena disfrazada de trascendencia, pero basta asomarse al musical recién estrenado en el West End londinense para comprobar que la enloquecida propuesta de Almodóvar sigue siendo uno de los guiones más redondos y brillantes de nuestro cine.
Y es que el musical recién estrenado bajo la dirección de Bartlett Sher no solo funciona por su brillante elenco -con un reparto femenino de altura en lo interpretativo y en lo musical: magníficas Tamsin Greig (Pepa), Anna Skellern (Candela) y Haydn Gwynne (Lucía)-, sino por el perfecto engranaje de las situaciones que siguen arrancando la carcajada y, más aún, el reflejo en un espejo delirante donde todos nos convertimos en ellas. Porque, con o sin gazpacho somnífero- todos estamos cerca de esa misma locura, como nos recuerda Lovesick, uno de los leit-motiv musicales del espectáculo, y todos, alguna vez, hubiéramos querido quemar la cama como lo hace Pepa para consumar el exorcismo de los amores inútiles.
La puesta en escena del montaje es ágil y levemente autoparódica, con su toque de deconstrucción -por supuesto- y su capacidad para convertirse, con los elementos básicos, en el Madrid de finales de los 80. Se recurre a la siempre temible figura del narrador pero, al menos, se elige un personaje carismático y que realmente funciona como hilo conductor -y nunca mejor dicho- de la trama. No podría ser otro que el taxista (bien ejecutado por Ricardo Afonso) que socorre a Pepa y con el que atraviesa la ciudad en el día más loco de su vida. En elecciones como esta reside, seguramente, la fuerza de este musical pues, en definitiva, sus autores y compositores (David Yazbek y Jeffrey Lane) han sabido encontrar la esencia del film de Almodóvar para traducirlo a un nuevo lenguaje. No se trata de un ortopédico calco, sino de una lograda recreación y así se consiguen momentos tan espléndidos como el Invisible de Lucía -una pausa en la que el estremecimiento ante la soledad vence al humor desbordante del conjunto- o el hilarante número musical de la sufrida Candela en esa eterna llamada para la que no hay respuesta.
A pesar de que la propuesta no tuviera el éxito esperado en su anterior estreno neoyorquino, cabe esperar -por la entusiasta reacción del público con quien compartí visionado- que su suerte sea bien distinta para la propuesta londinense. Se han ajustado los temas -las canciones han variado ligeramente con respecto al repertorio de Broadway-, se han hecho nuevas propuestas de dirección y, sobre todo, se han conseguido un reparto bien engranado y capaz de sobrellevar el frenético ritmo de una historia coral donde todo se halla tan al borde como las protagonistas. Velocidad emocional y argumental, en un viaje al corazón de unas mujeres que vuelven a trascender fronteras de espacio y de tiempo para recordarnos que pocos han sabido retratar nuestras miserias -ya sea en el humor, ya en el drama- como Almodóvar. Siempre verosímil en su singular inverosimilitud.