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Boyhood

Boyhood_Momentos_de_una_vida-954973569-largeEsto no es una crítica. No puede serlo, porque no recuerdo bien en qué momento -solo sé que fue pronto- me olvidé de que estaba en una sala de cine, ante una película. Y lo olvidé porque lo que nos ofrece Linklater es mucho más que un experimento. Mucho más que un envoltorio ocurrente -ese rodaje prolongado durante 12 años- en el que encorsetar una sencilla historia.

Lo que nos ofrece Linklater en Boyhood es el retrato de la banalidad, de la trivialidad, de la cotidianidad, de esa nada que, con altibajos, compone el día a día… No es fácil captar ese argumento invisible de la vida, ese momento eterno -siempre efímero, siempre  a punto de terminar- en el que transitamos cada una de nuestras etapas. Porque, como dicen sus protagonistas, siempre es ahora. Y no se trata de un simple carpe diem, sino de la constatación de que si miramos nuestra vida -si reflexionamos unos minutos, los que dura esta película- sobre ella, nos daremos cuenta de que somos quevedescas sucesiones de un presente del que, a menudo, ni siquiera somos conscientes.

Presentes en los que sumamos aprendizajes, errores, amores, desengaños, amistades, mudanzas simbólicas y físicas, caminos que recorremos a veces a ciegas, a veces con un destino que acaba volviéndose diferente al que pretendíamos alcanzar. Porque esta película, como nuestra vida, tiene alma de road-movie, y de folletín, y de nouvelle vague, y de telefilm de sobremesa, y de película experimental… Adjetivarla sería tan torpe como etiquetar nuestro propio devenir, ese que en el que a veces nos cuesta reconocernos en el niño que fuimos y, a veces, en el adulto que no sabemos si queremos ser. Ese adulto que, como admite el personaje de Ethan Hawke, alcanza la madurez sin tener una sola certeza, pero con nuevos puntos de vista.

Podría hablar de las interpretaciones, de la dirección, de cómo sentí la tentación de anotar ciertas frases que, de puro sencillas, me revolvieron hasta hacerme un sutil daño. Podría, sí, pero en esta ocasión prefiero no tener que hacerlo. Porque no se puede elaborar una crítica técnica de algo que es vida. Algo que demuestra que el cine sigue siendo un lenguaje abierto a la exploración. A la sensibilidad. Y, sobre todo, a la emoción.

Háganse un favor: véanla.

 

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