Creo en la palabra que duele,
en la página que desata nuestras sombras,
en el verbo que se desangra en el recuerdo,
en la historia que se teje desde el sinsentido de un hoy
o desde la universal agonía del siempre,
en el autor rencoroso que comparte su insomnio,
en las llagas que abren los adjetivos útiles,
en la vehemencia de los adverbios impertinentes,
en el texto que nos deforma ante su espejo,
en la verdad que se esfuerza por ser literatura,
en la literatura que se sabe verdad,
en los versos que nacen porque no pueden no nacer,
en la vocación de la palabra que se compromete,
en las grietas del alma que se abren entre líneas,
en el intento honesto de quien no encuentra el cómo
y con su grito solo rasga el papel,
en la página en blanco,
en Macondo,
en Camelot,
en Ítaca,
en las ínsulas que nadie nos regalará jamás,
en el silencio que provocan las palabras necesarias,
en el laberinto del que no deseamos hallar la salida,
en el sacramento -eterno y universal- de la creación.