Podría ser una novela histórica. O una novela de denuncia. O una novela-testimonio. Pero Mientras pueda pensarte es mucho más que todo eso. Porque no se puede esperar una novela unidimensional de Inma Chacón, una autora que es novelista, y poeta, y dramaturga, y profesora y, sobre todo, una mujer comprometida y valiente, una mujer que sabe encontrar las palabras –en sus versos y en sus historias- para que quienes la leemos sintamos que esas dudas que a todos nos hacen vacilar no son solo nuestras.
Dudas como las que persiguen a Carlos y a María Dolores en esta necesaria novela. Dudas sobre su pasado y sobre lo que puede venir en su futuro si siguen buscando las respuestas a las preguntas que la Historia forzó en sus vidas. Una Historia que recorre las páginas de esta obra desde la intimidad de quienes la vivieron, trazando un retrato –a ratos amargo, siempre lúcido- de los acontecimientos que han marcado nuestras últimas décadas. Y sobre ese fondo de desaciertos y derrotas, la peripecia vital de personajes que se atreven a cuestionarse su identidad, personajes que no solo se rebelan contra la injusticia y la crueldad de quienes les robaron su nombre, sino –también- contra la arbitrariedad de un destino que no siempre nos permite ser quienes querríamos ser.
«No hay sufrimiento más insoportable que el que produce la duda, esa alimaña que le clava los dientes a su presa y se ensaña con ella cerrando la mandíbula y apretando con fuerza para nos soltarla.» Pero esa alimaña nos conoce bien, así que nos busca a menudo –con más frecuencia de la deseable-, y se sienta a nuestro lado confiando en que la cobardía acabe venciendo y nos entreguemos a ella, a esa pegajosa desidia de quien prefiere la incertidumbre y la niebla a una luz que, según lo que nos muestre, tal vez resulte cegadora.
Los protagonistas de Mientras pueda pensarte se debaten entre esa duda y la necesidad de respuestas. Por eso nos emociona –tanto- su viaje, porque no es solo el retrato de uno de los episodios más vergonzantes de la historia reciente de este país, sino –más aún- el símbolo de ese trayecto que todos sabemos que alguna vez haremos o que, quizá, ya hemos comenzado. El viaje hacia esas raíces que dibujan el yo que creemos ser. El camino –a tientas y polifónico, como la magnífica estructura de esta novela- en el que nos esforzamos por reunir los pedazos que nos permitan construir el espejo de una identidad que es necesario esbozar aunque seamos conscientes de que cada hallazgo puede acercarnos un poco más al abismo desde el que tendremos que reconocernos. Desnudos, honestos y en soledad: «El abismo es así: predecible, repetido en sí mismo, igual para todos. Para Carlos también.»
Conocemos el riesgo de ese abismo. Sabemos que repasar nuestras propias huellas puede llevarnos a senderos que preferiríamos no volver a pisar. Pero lo hacemos. Y esta novela reivindica no solo ese derecho, sino -más aún- esa obligación, el deber de ajustar cuentas con nosotros mismos y con un país que ha preferido echar tierra donde deberíamos haber ejercido justicia. Porque el olvido no soluciona nada, solo consigue que lo que creemos olvidar –y continuamos recordando- se pudra y se convierta en futuro rencor.
«El olvido no. El olvido es un parásito que anida en las raíces de la memoria para destruirla desde dentro.» Por eso esta novela no nos permite que ese olvido suceda. Su autora nos invita a recordar, a ser desde sus personajes, a vernos reflejados en sus voces, a escuchar sus palabras y a convertirnos en testigos de sus acciones, a buscar con ellos en esta obra donde la acción es trepidante y el mundo, al igual que su título, absorbente y poético. Un mundo en el que los versos nacen de la poesía del lenguaje de una madre que no sabe expresar de otro modo el amor a su hijo, porque la maternidad tiene en su cotidiana grandeza algo de lorquiano, porque es una forma de amor que no necesita más retórica ni más métrica para volverse lírico.
Tras la lectura, se quedan conmigo las preguntas. La emoción contagiosa de sus reconocibles personajes. La rabia contra una Historia que negó sus sueños a toda una generación. Pero también se queda conmigo la apuesta por la honestidad -y, en definitiva, por la vida- que late en Mientras pueda pensarte. Una historia que nos invita a sustituir el olvido por la memoria, a cambiar la desidia por el compromiso, a mirar de frente el pasado y sanar las heridas que aún hoy siguen abiertas. No podemos conformarnos con vivir entre sombras: «Hay muchas maneras de preguntarse de dónde viene uno, pero solo una de contestar, y a mí aquella respuesta no me la habían dado todavía.» Así que, al igual que sus personajes, no dejaremos de buscar esas respuestas, ni de seguir luchando por deshacer la niebla y convertirla, entre todos, en luz.