“La estadística solo incluirá las heridas más graves del machismo“.
¿Qué es una herida grave en violencia de género? ¿Cuánta sangre tiene que derramar? ¿Cuántos huesos tiene que romper? ¿Cuántos centímetros de piel tiene que desgarrar?
Imagino que, además de invisibilizar a las víctimas, además de volver a enmudecer a la mujer, además de maquillar los datos, el Gobierno habrá pensado cómo cuantificar esa gravedad.
¿El miedo es una herida grave? ¿La humillación es una herida grave? ¿El ataque contra nuestra dignidad es una herida grave? ¿La anulación de nuestro yo es una herida grave?
Habrá que leerse con atención su nueva casuística. Determinar el número de veces que una mujer debe ser golpeada para que pueda figurar en esa insigne estadística de la que nuestro país sigue siendo un nefasto ejemplo. Esa estadística que alimentamos con los modelos misóginos y discriminatorios que nuestra sociedad alienta día tras día y que, como todos somos muy modernos, muy tolerantes y muy cool, aseguramos que no existe.
Esa sociedad donde lo que no se dice no existe. Donde lo que no se contabiliza no es real. Donde las heridas que no se ven no han sucedido.
Podemos luchar contra la violencia de género desde la educación. Desde la justicia. Desde la severa y unánime condena. Desde la solidaridad. Pero nunca desde el silencio. Un silencio atronador que se convierte en cómplice de quien maltrata, porque desanima, porque desalienta, porque nos hace perder la esperanza de que dar el paso de la denuncia sirva para algo.
Quienes hemos conocido casos reales de violencia de género, quienes hemos hablado con las mujeres que los han sufrido sabemos que las heridas graves tienen muchas formas. Que su rastro, a veces, se hace jodidamente indeleble. Que no resulta fácil empezar otra vez cuando te persigue -y te ahoga- tanto dolor. Y esas heridas, las que hemos de ayudar a cicatrizar y a combatir, no figuran -casi nunca- en los partes hospitalarios.
Los números, en realidad, no mienten. Mienten quienes los manipulan para que su aritmética de la hipocresía arroje los resultados que necesitan. La cifra exacta que servirá de perfecto cobijo numérico -todo un balón de oxígeno para la violencia- al presente y futuro maltratador.