Lo natural no es que dos personas se amen, se deseen, se acuesten, se disfruten. No, lo natural es que un obispo salga hoy en El País afirmando que si queremos estamos a tiempo de curarnos.
Lo natural no es que una mujer sin pareja desee ser madre. Ni que dos mujeres que compartan su vida también quieran serlo. No, lo natural es que el gobierno les niegue la posibilidad de acceder a los tratamientos de reproducción asistida por el mero hecho de no tener un hombre a su lado.
Lo natural no es avanzar en igualdad, ni desterrar prejuicios misóginos, ni combatir la homofobia. No, lo natural es hacerla aún más fuerte y enraizarla en una sociedad donde el machismo y la violencia de género causan un número abominable de muertes cada año.
Lo natural no es pelear por los derechos de todos, ni trabajar en la educación para que esos derechos sean evidentes y reconocibles. No, lo natural es borrar de un plumazo cualquier huella de igualdad que pueda haber en nuestras aulas y financiar con dinero de todos colegios que segreguen por sexo a la vez que se devuelven catecismos y rosarios a nuestras aulas públicas.
Lo natural no es plantear una sociedad donde seamos iguales, ni donde cooperemos, ni donde nos respetemos. Lo natural es alimentar tabúes, prejuicios, miedos y armarios.
Lo natural no es dar voz a quienes abren mentes y ayudan a progresar. No, lo natural es poner un altavoz al sector más rancio de la iglesia para que nos recuerde qué cerca andamos del infierno quienes creemos que el amor y el sexo -sin género determinado- son nuestro mayor don. Nuestra mayor fortuna.
Lo natural, en definitiva, no es amanecer en un país con un gobierno tolerante y justo. Lo natural es verse en este lodazal de misoginia y homofobia que ellos llaman ideología y que, en realidad, no es más que triste, rancia y patente ignorancia.