La enseñanza me apasiona por muchos motivos. Porque hace que me levante ilusionado cada mañana. Porque todos los palos que nos han dado desde el poder -tan interesados en debilitarnos- solo han servido para fortalecernos y sacar lo mejor de la comunidad educativa (padres, alumnos, profesores). Porque aprendo cada día de mis alumnos y porque, en cada curso, se abren círculos invisibles que el tiempo, en ocasiones, se encarga de seguir ampliando. O incluso de cerrar.
Y así, en círculo perfecto, nace DARWIN DICE, este nuevo montaje de un texto mío. Un círculo que surgió allá por mis tiempos de estudiante universitario, cuando soñaba con ser algo parecido a esto que -según me dicen- ya voy siendo, y escribía obras de todo tipo y condición con la única premisa de montarlas, estrenarlas y pelear por moverlas donde fuera posible. Así surgió un encargo imprevisto, un texto pensado para unas jornadas de Universidad y Empresa en la Complutense que debía ser cómico, ágil y centrado en la realidad de quienes, diez años atrás, acabábamos de entrar en nuestros veintipocos.
Yo, que soy muy obediente, escribí un texto cómico -esa era la primera premisa- que reflejaba mi realidad -premisa segunda-, pero a los organizadores del evento no les gustó nada, porque -me dijeron- la imagen era demasiado crítica y se aludía a problemas -añadieron- muy reales. Aquel texto debía ser representado por diversas compañías en todo el campus y, aunque se me invitó amablemente a censurar algunos pasajes, se estrenó tal cual.
Y diez años después -perdonen la elipsis: pero la vida suele ser así de brusca cuando dibuja círculos- unos ex alumnos del instituto donde yo trabajo me escriben para contarme que han montado una compañía teatral, Vaivén Teatro, que ya han hecho sus primeros montajes -en el mundo del teatro infantil- y que les gustaría saber si puedo ofrecerles uno de mis textos para su primer estreno de teatro adulto. Busco en mi carpeta y aparece, sepultado en el olvido, Darwin dice, así que -aunque con reticencia (uno es inseguro siempre)- se lo envío.
A ellos les gusta. A su futuro director, Simon Breden, también. Y a mí, que lo releo, me sorprende que sea tan actual. Un dibujo de una crisis que ya se gestaba en el triunfo de la política económica aznarista –neoliberali sumus– y que ahora, globalizado y cristalizado en fracaso común, sale a borbotones.
El próximo miércoles 13 estaré sentado como espectador en la sala Nudo, esperando con atención el estreno de una de mis comedias más duras -sí, en eso mis censores tenían toda la razón- pero, también, más vigentes y, sobre todo, más comprometidas. Saber que son ex alumnos de mi propio centro quienes cierran el círculo para abrir el siguiente le suma, si cabe, mayor emoción. Y me recuerda por qué la educación y la cultura están siendo tan castigadas por el poder. Porque pueden llevarnos a pensar, a reflexionar y, si la osadía cunde, también a rebelarnos. Y al poder le gustamos sumisos o fagocitando realities, pero no en las aulas. Ni el teatro.
Mucha mierda, chicos. Sois unos valientes.
P.S. Podéis encontrar más información sobre horarios, entradas y actuaciones de DARWIN DICE en el blog oficial de VAIVÉN TEATRO (pulsen aquí).