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Prejuicios literarios

gato-duerme-sobre-libro1 (1)¿Qué es lo literario? Llevo años trabajando en esto -como editor, como profesor, como investigador y como escritor- y, honestamente, cuanto más profundizo en ello, menos claro lo tengo. Claro que he llegado a algunas respuestas -y hasta a ciertas argumentaciones más o menos válidas-, pero en todas hay un halo de subjetividad que me impide pronunciar una sola sentencia dogmática al respecto.

Sin embargo, echo en falta ese mismo relativismo cuando escucho cómo se etiqueta tal o cual novela en determinados medios académicos y críticos. Etiquetas que van desde el no siempre acertado reduccionismo del género literario -novela negra, novela rosa, novela histórica, novela gráfica…- hasta el manido y nada literario género sexual -novela femenina, novela masculina, novela gay…- o, cómo no, a su pretendida o inexistente calidad artística -literatura vs. subliteratura., novela de autor vs. best-seller. Resulta cómodo encasillar un lanzamiento editorial y, sobre todo, nos da una cierta sensación de seguridad poder afirmar -cómo nos gusta ser jueces- qué es bueno y qué no lo es.

Desde esta estrecha perspectiva, no suele ser literario nada que aborde con naturalidad la época presente. Frente a otras literaturas, la novela española parece mirar con recelo el tiempo actual, como si el contagio del mundo que nos rodea pudiera llevarse consigo la posible calidad de una narración. Frente a esta tentación de retratar el hoy -algo que echo en falta en casi todas las novedades de ciertas editoriales-, se premia con gusto el canto al pasado y la aparición de una enésima revisión sobre la guerra civil, la posguerra o, en un alarde de modernidad, hasta la transición. En el próximo siglo lo tendrán muy difícil si pretenden entender nuestro tiempo actual gracias a nuestra literatura, pues poco verán en ella de lo que somos . Y de lo que vivimos.

Por supuesto, tampoco es literario aquello que opta por una prosa más descarnada, o que apuesta por retratar la lengua espontánea y viva de la calle. Lo literario ha de tender a lo engolado -que no a lo poético: esto último tampoco está nada in– y, más aún, a lo críptico. Se puede, eso sí, escoger entre una sintaxis desmadrada en lo extenso y lo subordinado o, si se pretende ser rupturista, optar por una poética más próxima al hipertexto y la segmentación pop, tan efectista como efímera. El ideal de naturalidad cervantino o galdosiano está poco menos que condenado por anacrónico y, sobre todo, por facilón, pues de todos es sabido que contar una historia sin afectación y logrando captar la esencia de hechos y personajes es tarea harto sencilla.

Y, por último, hay dos criterios que jamás fallan: nunca es literario un título que figure en una lista de best-sellers ni aquel que no sea ovacionado en uno de esos suplementos culturales  donde se comenta exclusivamente lo que producen los amigos, para dejar claro que la cultura es un círculo perfectamente cerrado donde solo tiene cabida un grupo de elegidos.

Ante tanto prejuicio, cabe la opción de bajar la cabeza y aceptar este credo que encumbra a quien le place o adoptar la postura contraria y decir que es literatura aquello que consiga emocionarnos, provocarnos, alterarnos, atraparnos. Podemos elegir el canon y hasta la religión del gafapastismo o decantarnos por la mezcla y el eclecticismo, disfrutando sin complejos de aquellos títulos -novedades o clásicos, minoritarios o best-sellers- que nos hagan revivir, palabra tras palabra, el mundo que se encierra dentro de ellos.

En mi caso, que llevo tiempo rebatiendo términos con el de “novela gay” -las novelas no se acuestan con nadie, aunque nos presenten a gente que sí lo hace-, cada vez tengo más claro que el hecho literario es estudiable, sí. Y discutible, por supuesto. Y filológicamente analizable, claro. Pero también es un hecho privado, subjetivo y, sobre todo, esencialmente íntimo, así que cada vez tengo menos prejuicios y, a cambio, más voracidad lectora. Quizá porque, en lo que a mis novelas respecta, no sé bajo qué etiqueta ni en qué casilla colocarlas. Y, si les soy sincero, tampoco quiero hacerlo.

 
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3 de respuestas

  1. Me encanta tu nueva visión. Mis profesores insistían cuando les preguntaba que había que ser aceptado por el canon.

  2. fernandojlopez

    Hace poco, Fran, me sucedió algo parecido a lo que cuentas en una de mis clases de Literatura Universal. Una alumna me preguntó si cierto autor era o no “literatura”. Mi respuesta fue pedirle que me expresara y argumentara su opinión. Cuando terminó de hacerlo, y como su razonamiento fue más que adulto y sensato, le dije que ella misma tenía la contestación a su pregunta. Y que pusiese en duda a quien juzgase o prejuzgase qué era y qué no era verdadera literatura. Y claro que eso no excluye educar en la sensibilidad ni abrir las puertas hacia otros textos, autores y formas de expresión, pero tampoco podemos privar al hecho literario de uno de los rasgos que lo hacen imprescindible: su libertad.

  3. Susana

    Totalmente de acuerdo contigo. Las etiquetas siempre delimitan y privan de libertad. La literatura se debe disfrutar, amar, estudiar,… pero nunca debemos ponerle límites. También hay que valorar el trabajo del autor, constante y diario, fructífero a veces, infecundo otras…

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