Por qué escribo este blog. O, simplemente, por qué escribo. Así, en general.
La verdad es que no tengo una clara respuesta para ninguna de las dos preguntas. Tan solo me pregunto si hay un diagnóstico posible para esta necesidad continua de teclear y compartir palabras, un afán -¿contagioso?- que ya empezó en mi adolescencia gracias a una Olivetti mucho menos práctica y, por supuesto, también más romántica que cualquier procesador de texto actual.
En cualquier caso, la primera pregunta -por qué escribo este blog- quizá sea de respuesta más inmediata. Supongo que lo hago porque los novelistas buscamos, cada vez más, el diálogo -fuera de nuestra obra- con aquellos que nos leen. De todos es asumido que no existe la novela sin el lector, porque no tiene vida aquella página que no se vuelve real en la imaginación -y, más aún, en la memoria- de quienes se adentran en ella. Y ese diálogo, al que estoy malacostumbrado por mi faceta como dramaturgo, es el que me hace valorar tanto la experiencia de poder debatir sobre mis novelas en blogs, redes sociales o, si la ocasión y el tiempo lo permiten, en encuentros, firmas, charlas y clubes de lectura donde conocer -de verdad- la opinión de los lectores.
En realidad, este diálogo es -cada vez más- un hábito recíproco, pues son los lectores los que nos interpelan a los autores y nosotros los que buscamos sus palabras. Su aprobación o su crítica. Su sinceridad y, sobre todo, su generosa
No sé si habría afrontado con tantas energías la escritura de mi última novela, Las vidas que inventamos, si no hubiera recibido ciertos correos y mensajes de la novela anterior, La edad de la ira. Si no hubiera oído hablar de Marcos, su adolescente protagonista, con el cariño que he sentido en algunos de esos comentarios. Porque eso, supongo, es lo que da respuesta -en parte, al menos- a la segunda pregunta con que inicié este post.aproximación a nuestra obra. Teniendo en cuenta lo solitario que es el proceso de escritura de una novela y, para qué vamos a negarlo, lo dura y compleja que resulta su posterior promoción, esas palabras de quienes nos leen son, sin duda, el mejor motor para seguir escribiendo. Para pensar que esta lucha eterna de la literatura -lucha con uno mismo mientras se escribe, lucha con un duro mercado editorial cuando se publica, lucha con la sensación de exposición y desnudo que nos deja cada libro- sí merece la pena.
No tengo ni idea de por qué escribo. Ni de por qué es, en mi vida, una necesidad absoluta. Sí sé que gracias a la literatura me he ahorrado muchas sesiones de psicólogo -escribir es una terapia a veces dolorosa y, a menudo, lúcida-; sé que para mí es un modo de intervenir en la realidad que me rodea -no creo en el panfleto, pero sí en el compromiso: ya debatiremos ese tema otro día-; y hasta sé que el único lugar donde soy realmente yo es frente a esta pantalla, dejándome llevar por el lenguaje hacia lugares que no siempre controlo. Que, afortunadamente, no creo que nunca llegue a controlar.
Pero, además de todo eso, escribo para conseguir que los lectores sientan la misma pasión que yo por mis personajes. Con el deseo de que lleguen, de algún modo, a formar parte de sus vidas. Exactamente igual que me ocurre a mí, que no puedo explicarme sin nombres tan dispares como Emma Bovary, Ennis del Mar, Alonso Quijano, Ana Ozores, Buzz Lightyear, Mr. Ripley, Mrs. Dallow
ay, Don Draper o Walter White. La lista es ecléctica, me consta, pero eclécticos son también nuestros recuerdos, llenos de gente de ficción que, en nuestra memoria, tiene mucho más peso que gran parte de la gente real. En mi día a día me he acordado muchas más veces de Fermín de Pas o de Charles Bovary que de muchos compañeros de trabajo a los que apenas recuerdo. ¿Realidad o ficción? La literatura elimina esa frontera. Y por eso, precisamente, puede llegar a ser -para el poder que quiera controlarla- tan peligrosa.
Así que, en cierto modo, escribo para intentar que mis personajes se cuelen también en los recuerdos de los lectores, ya sea Marcos en La edad de la ira o Gaby en Las vidas que inventamos, de la que ya les hablaré más adelante. Supongo que pretendo que su mundo de ficción les resulte tan cierto como su mundo real y que, mientras sigan en esas páginas, los lectores sientan la necesidad de saber más de ellos. De inventar más con ellos. De crear con todos ellos.
En el fondo, me temo que no he sido capaz de contestar ninguno de mis dos porqués. Pero estoy seguro de que este blog va a ser un buen lugar donde intentar hacerlo.
Frankenstein también quería dialogar, y así comprender quien era, pero se lo pusieron difícil. Afortunadamente tu punto de partida es distinto, así que seguro disfrutaremos con tus pensamientos en voz alta.
No sé si llego a tiempo de ser de los primeros que comentan en tu blog, sólo deseo desearte buena suerte con él, la que te mereces.
Miguel
Gracias, Miguel. Qué alegría comenzar este viaje con tus palabras… Y con una cita tan llena de literatura y cine como Frankenstein. ¡Cuánto nos une! Un abrazo,
F.
Enhorabuena por el nuevo blog; estoy segura que tendrás mucho que contarnos. De momento me quedo con esa idea de escribir como terapia, me temo que la escritura nos ha servido de refugio y alivio a muchos. Y qué cierto aquello de que ciertos personajes pasan a formar parte de nuestras vidas. Como dice mi madre, los que leemos somos un poco raritos…
Saludos.
Gracias, Rusta. Algo de terapéutico -para bien y para mal- sí que tiene…
Enhorabuena por el blog, espero que tengas muchísima suerte con esta nueva andadura. Es maravilloso ver como esa necesidad tuya de escribir se cuela en la vida de los lectores, haciendo que retengamos en nuestra memoria a tus personajes para siempre. Gracias por regalarnos “tu necesidad” de escribir ya sea en forma de blogs, de tearo o de novelas.
Un beso,
Olga.
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