Por @SilviaP3
Mientras alguna gente es consciente del peligro de aislamiento que nos acucia, otros están creciendo en él. Chavales que tienen «amigos» en las redes sociales y que, cuando se cruzan con ellos en un ascensor ni siquiera se saludan; jóvenes cuyas emociones solo son expresadas pulsando un botón que pone «me gusta»; y adolescentes que narran sus desventuras amorosas por capítulos online son ejemplos de un modelo social que emerge a nuestro alrededor, donde el terror al contacto humano solo es comparable a la hipocresía de muchos gestos virtuales.
Seguramente, muchos de ellos ni siquiera son conscientes de que sufren una carencia. Los humanos somos seres sociales, y aunque las redes sean un modo fácil y accesible para comunicarse, así como para difundir y compartir información, no deberían convertirse en sustituto del contacto humano. Ambas facetas habrán de complementarse en su justa medida, porque si observamos a nuestro alrededor, desde luego, no parece que sea lo más sano psicológicamente que se excluyan; y por más que pueda pensarse que no es así, el avance resulta inexorable.
Muchas personas ya ni siquiera se cuestionan si determinada noticia debe comunicarse de forma personal, verbal, por un mensaje de texto, en un tuit, en un wasap o plantificarlo en el muro del Facebook para que se entere todo el mundo. Atemoriza pensar que las máquinas nos conviertan en máquinas, que la ausencia de empatía y el uso de aquellas por su comodidad y por su coartada para la cobardía nos alejen de la vida real, apartándonos de aquello que nos hace humanos.
Las decisiones y los hechos importantes de nuestras vidas, aquellos en los que entran en juego los sentimientos, las emociones y, en definitiva, lo que nos convierte a cada uno de nosotros en seres únicos e irremplazables, no deberían estar sujetos a un wasap o a un mensaje en el Facebook. Hay asuntos que, aún hoy, por más que la tecnología nos permita hacerlo de otra forma, deben tratarse a la cara; hay comunicaciones que deben hacerse a viva voz. No obstante, empieza a resultar inquietante que haya gente que ni siquiera se cuestione esa opción y teclee en su ordenador o en su dispositivo táctil, sin el menor atisbo de compasión, el aviso de una enfermedad, una ruptura o la comunicación de un fallecimiento.
Nada puede suplir la voz humana en el anuncio de las grandes alegrías y las grandes desgracias de la vida; momentos en los que el diálogo es importante y la empatía resulta fundamental, en los que uno no puede correr el riesgo de malentendidos ni malinterpretaciones. De tal forma, en nuestras relaciones personales, hay temas que merecen ser tratados con la importancia que tienen, y que no merecen quedar minimizados a una condolencia en un muro o a un emoticon en un wasap.
A veces, el lenguaje escrito es víctima de malas lecturas y de diversas limitaciones, lo que provoca que olvidemos la importancia de la comunicación no verbal, donde es posible que descubramos más de lo que nos cuentan. Otras veces, el lenguaje escrito no es más que una forma de esconderse para no dar la cara. Desengáñemonos, personas que aborrecen la letra impresa no van a ser buenos comunicadores manejándola.
¿No corremos el riesgo de deshumanizar las relaciones personales si simplemente nos limitamos a utilizar los mensajes escritos cuando tenemos otra posibilidad? ¿No debemos ser nosotros los que valoremos los sentimientos de tal forma que tengan mayor importancia que una etiqueta en el Facebook? ¿No debemos preguntarnos cómo nos hemos pasado toda la vida queriendo ser adultos, alejándonos de los estereotipos, ofendiéndonos cuando se nos tildaba de esto o de aquello, para aceptar alegremente que nos pongan etiquetas de todo tipo, como si fuéramos uno más en una larga serie de objetos de producción en cadena?
Recuerda que a través de unas líneas en una pantalla no podrás distinguir la piel de gallina, el titubeo del discurso, los ojos llenos de lágrimas, el brillo alegre de unas pupilas, la congoja de las palabras, el nudo en la garganta, ni escuchar los gritos de júbilo, ni sentir el abrazo de consuelo o la mano tendida.
Recuerda que nada podrá sustituir la sinceridad de tu mirada, una frase de consuelo, una explicación pausada, el contacto con otra piel, ni el sonido de tu voz. Así que, en determinados momentos, no nos olvidemos de hablar en voz alta, no vaya a ser que ni siquiera nos reconozcamos a nosotros mismos, un día, por sorpresa, al oírnos.
Artículo publicado el 12 de marzo de 2014 en el diario digital El Cotidiano.