Empezar de nuevo

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Uno no descubre nada cuando dice que cada decisión que tomamos condiciona nuestra vida. A menudo, caemos en el error de creer que solo las grandes elecciones que nos vemos en la tesitura de hacer a lo largo de la misma son las que afectan notoriamente a nuestro futuro, y aunque esto sea así, también es verdad que las decisiones pequeñas, las cotidianas, lo hacen tanto como aquellas.

Contestar o no un mensaje, hacer o no una llamada, confesar o esconder un sentimiento, mostrar u ocultar un enfado, admitir o negar un error, perdonar o guardar rencor, intentar comprender o ignorar a otro, ser sincero con los demás o mentirse a uno mismo… Todas y cada una de esas opciones, entre muchas más que tomamos cada día casi sin ser conscientes de las consecuencias que pueden acarrear, van despejando el camino que se abre ante nosotros. Somos responsables por las que tomamos y somos objeto o víctima de las que los demás toman, y en muchos casos ni los unos ni los otros somos conscientes de hasta qué punto podemos herir o consolar con las elecciones que hacemos cada día, siempre y cuando esté en nuestra mano efectuarlas.

Cada decisión que tomamos condiciona nuestra vida.

Hay personas que no son conscientes en absoluto de ello. Son aquellas que, cuando se encuentran con algún cambio o imprevisto en la senda que recorren, protestan o se frustan como si no hubieran tenido nada que ver, como si ellos mismos no tuvieran absolutamente ninguna vinculación con lo acontecido anteriormente. Pierden la ocasión de comprender que cada instante nos ofrece la oportunidad de decidir. A veces, para encauzar el camino si te has equivocado o si te has confundido y te estás alejando de lo que realmente amas o te importa; otras, para reafirmarte en una decisión ya tomada. Ambas opciones son respetables, pero han de tomarse cuando son escogidas conscientemente. Nadie debe jamás cuestionar a quien elige un camino sabiendo bien lo que hace, de forma reflexiva, sin hacer daño a nadie, y siendo coherente con sus deseos, consiga o no sus metas.

Vivir es decidir.

Ahora bien, hay muchas otras personas que ni siquiera escogen, simplemente se dejan llevar por el río de lo que los demás esperan de ellos y de lo que la sociedad les dice que necesitan para ser felices o tener éxito. Pecan a menudo de querer complacer a tanta gente que siempre acaban haciendo daño a alguien, sobre todo a sí mismos, víctimas de su propia frustración. Si uno, directa o indirectamente, enfrenta a esas personas a tal hecho, tropezará con el resentimiento de aquel que prefiere la comodidad y la permanencia a la libertad y la vida. Poco se puede hacer por salvar a los hombres de las jaulas que con sus propias manos se han construido, al menos que por voluntad propia sierren ellos mismos los barrotes. Al fin y al cabo, la vida es mutable y quien hace lo posible por permanecer de forma inalterable debería asumir que se está perdiendo gran parte de ella.

Cada día, sin apenas darnos cuenta, hacemos mil pequeñas elecciones. Cada día, a pesar de los errores, de los malentendidos, de las idas y venidas, de las conversaciones no mantenidas y de las palabras no dichas, tenemos la oportunidad de empezar de nuevo. Solo hemos de avanzar y aprender. Solo hemos de buscar el camino.

Hagamos lo que hagamos, jamás olvidemos que, a cada instante, decidimos los motivos por los que queremos luchar, los sentimientos que habremos de expresar, las discusiones sin importancia que deberíamos eludir y los inconvenientes y problemas que deberíamos minimizar, pues dentro de cien años aquí no estará ninguno de nosotros. Ni siquiera tenemos la seguridad de si estaremos mañana. Será mejor no desperdiciar el tiempo, porque ni tú ni yo sabemos cuánto tenemos.