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La mirada de los niños, allí donde el cordero mora con el león

 

Crónica de una escritora en El Valle Encantado.

25 El lobo y el cordero comerán juntos,
el león comerá pasto, como el buey,
y la serpiente se alimentará de tierra.
En todo mi monte santo
no habrá quien haga ningún daño.
El Señor lo ha dicho. (Isaías 65:25)

Aranzazu Diez retrata a Helena Cosano con Dani, el célebre burrito cojo.

Aranzazu Diez retrata a Helena Cosano con Dani, el célebre burrito cojo.

Cuando era pequeña, me costaba mucho comer carne. No lograba tragarla. Imaginaba que tenía un trozo de cadáver en la boca y que, por más que lo masticaba, no se resignaba a descomponerse. Como a muchos niños, me gustaban los animales. Pero como a la mayoría de los niños, los adultos me hablaron de la ley de la naturaleza en que “el pez grande se come al chico”, de “cadena trófica” y de un mundo que “Dios” había creado así, para que el más fuerte tuviera derecho a comerse al más débil, la vida se alimentara de muerte, y el dolor fuera la esencia misma de la existencia. ¿Cómo amar a un Dios así? Estudié filosofía, dejé de comer carne y perdí “esa” fe: otras formas de transcendencia vinieron a colmar el vacío.

Hace unos días visité el Valle Encantado. He descubierto un  nuevo mundo, que demuestra que muchos ideales no son tan imposibles como quieren hacernos creer.

Puesta de sol, por Raquel Ramos

Puesta de sol, por Raquel Ramos

El Valle Encantado está situado en la Sierra Oeste de Madrid. Se define a sí mismo como “una posada, un lugar de cobijo y sanación para animales”. Es la casa de Esperanza Álvarez, una veterinaria que emana compasión, sabiduría y pragmatismo, y de su compañero Andrés del Valle. Ambos se desviven por sacar adelante un proyecto difícil, tan ideal que parece utópico, y que sin embargo, gracias a sus esfuerzos y sacrificios y a la ayuda de voluntarios, está floreciendo.

Son animales rescatados de la explotación de la industria alimentaria. En general son cedidos porque no son rentables. Con respecto a los millones de animales diariamente sacrificados en los mataderos, su número es simbólico. Pero es un símbolo cargado de sentido. Además de proporcionar una segunda oportunidad a esos seres que ya estaban condenados, demuestra que otro mundo es posible. Un mundo sin explotación. Sin crueldad. El Valle está rodeado por inmensos cotos de caza y esto lo hace aún más simbólico si cabe: Un pequeño santuario de paz y amor rodeado por una jungla cruel. Dicen que a veces se oyen disparos, y que personas que se creen civilizadas, a menudo adineradas, se divierten truncando vidas, se sienten poderosas con la destrucción, disfrutan causando sin razón dolor a seres que están vivos, que sienten, que aman, que perdonan, y que quieren vivir.

Panorama por Aranzazu Díez

Panorama por Aranzazu Díez

La filosofía del Valle Encantado es que los animales tienen valor por si mismos y no en función de su utilidad al humano. La vida, incluso la más pequeña, merece respeto, pues la vida, toda vida, es un fin en sí mismo. Por coherencia, promueven el veganismo, es decir, una alimentación estrictamente vegetariana que excluye todo producto que provenga de la explotación animal. David Román, de la Unión Vegetariana Internacional Solovegetales.com, define el veganismo como la filosofía y práctica de la vida compasiva.

¡Viva la primavera!

Era el primer domingo de primavera, un día fresco pero soleado, con el cielo muy azul y la sierra de ese verde claro característico, con los almendros y cerezos ya en flor. Lidia y Eugenio, una pareja de voluntarios encantadores, me condujeron al Valle, y además de ofrecerme transporte pusieron a mi disposición fotografías para este artículo.

Foto de Eugenio Prieto

Foto de Eugenio Prieto

Nos recibieron los anfitriones, Andrés y Esperanza, con los brazos abiertos, y un montón de perros de todos los tamaños se abalanzaron sobre nosotros para darnos la bienvenida con saltos eufóricos. Entre ellos circulaban, menos expansivos con los recién llegados, una decena de gatos. Ambas especies conviven en armonía. Perros, gatos, además de gallinas, conejos, cerdos, ovejas, burros, ocas… Sinceramente, yo lo creía imposible.

Esta es Esperanza Alvarez, la fundadora del Valle Encantado

Esta es Esperanza Alvarez, la fundadora del Valle Encantado

Dentro de la casa conocí a  Beatriz Rivas, una voluntaria muy comprometida que comparte con los habitantes del Valle sus múltiples talentos y su gran formación en diversos ámbitos. Nos ofreció los más deliciosos bocados de su “cocina de la abuela vegana”, vi cómo impartía sesiones de Reiki a los animales que lo necesitaban. Y me contó historias del Valle y de sus habitantes…

En El Valle Encantado cada animal es un individuo, único e irrepetible. Cada uno tiene un nombre, un pasado en general tan duro y doloroso como puede llegar a ser la vida, una historia de superación, y un presente en que, aunque no sea fácil, vivir es gozoso. Cada uno es una “persona”, aunque no sea humana. Los animales rescatados encuentran en allí un hogar. Allí se recuperan de sus enfermedades crónicas y de las secuelas de la explotación, conviviendo con otras especies en un ecosistema natural diseñado especialmente para ellos. Reciben no solo comida, sino también terapias naturales y el cariño que nunca tuvieron. Debe de ser más que gratificante observar cómo se transforman de día en día, ganando fuerzas, confianza, alegría.

Su slogan, no en vano, es «Camino a la libertad«. Es una frase cargada de significado y simbolismo. Así nos lo cuenta la propia Esperanza Álvarez:

Camino fue el primer animal que nos planteamos rescatar como «El Valle», aunque no fue el primero en llegar. Él era un caballo que no valía para nada, y vino a demostrar precisamente eso, que los caballos no tienen que valer para nada, que tienen valor por sí mismos. Era cabezota y tontorrón, pero su espíritu era tan grande que aún lo llena todo. Otro significado, el principal, por supuesto, es la liberación que experimentan los animales al llegar aquí. Libertad especialmente para los paralíticos o mutilados, que pueden volver a caminar. Pero también queremos que sea un «Camino a la libertad» para el humano, por eso estamos aprendiendo permacultura, como camino hacia la mayor autosuficiencia posible, hacia la independencia de este sistema capitalista que le pone precio a las vidas, a los seres, a nuestro tiempo de descanso y de trabajo, a cosas que no deberían valorarse con dinero. Y, ¿por qué no? «Camino a la libertad de espíritu«, El Valle puede ser un lugar para la reflexión, la meditación, para tomarnos la vida de otra forma, para encontrar nuestra alma y hablar de tú a tú con el alma del resto de animales. Los animales son un tremendo ejemplo a seguir.”

Esperanza le da el bibe a Lilu, que ha decidido ser su hija

Esperanza le da el bibe a Lilu, que ha decidido ser su hija

En El Valle, la vida, por pequeña que sea, merece respeto y tiene derecho a subsistir y cada individuo, sea cual sea su especie, puede llevar una existencia feliz. Y allí se ve, se palpa esa felicidad. Brillando en esa mirada tan simple o tan sabia, tan agradecida, tan plena del gozo de la existencia.

Lidia y Eugenio

Lidia y Eugenio

Hay una forma de mirar que sólo tienen los niños. Una mirada transparente, vulnerable, llena de vida, de curiosidad, sin prejuicios ni crítica, conmovedoramente pura, desbordante de eso que llaman “inocencia”. He conocido a algunos sabios con esa mirada. Pero la mayoría de las personas la perdemos al crecer. Empezamos a vivir en los laberintos de nuestra mente, en el torbellino de pensamientos, ya no estamos plenamente aquí y ahora, ya no percibimos el mundo con la misma intensidad. La realidad  nos llega filtrada, como atenuada, ya interpretada y juzgada, sin el vigor inicial, sin la viveza de sensaciones, mustia. La mirada ya no tiene esa chispa llena de vida de la infancia. Los ojos ya no se abren como si quisieran abrazar el universo entero con el alma. La mirada ya no refleja la magia de la vida: estamos ausentes, perdidos en nuestro mundo mental. El alma se esconde, y el vidrio turbio e insensible de muchos ojos humanos proclama ese vacío inanimado, muerto. Curiosamente, cuando la mirada deja de ser pura y vulnerable, cuando se pierde la inocencia, se pierde también la esperanza. Disminuye la empatía. Olvidamos la compasión.

Vivir es gozoso. No quiero decir que la vida sea fácil, ni que sea “bella”. Es atrozmente dura, injusta, malvada. La naturaleza es cruel. La sociedad humana, también. Creo que la vida es un espectáculo espeluznante de sufrimiento y dolor; creo que la mayoría de las personas lo soportan solo porque deciden voluntariamente cegarse, simplemente porque no es soportable la consciencia de tanto dolor: por ello se empañan las miradas.

La mirada de un amigo que ya se fue. Imagen del facebook de Esperanza Alvarez.

La mirada de un amigo que ya se fue. Imagen del facebook de Esperanza Alvarez.

Pero también creo que la vida en sí, el estar vivo, conlleva un gozo independiente del dolor. No me refiero sólo a los mal denominados “placeres de la vida”, sino a algo mucho más básico y esencial. Para los budistas, el dolor es inevitable pero el sufrimiento es optativo: pues lo consideran un estado mental, que con presencia, estando plenamente conscientes del momento, se diluye. Algo a menudo tan automático como respirar es en sí gozoso, todos los que han practicado formas de meditación, mindfulness, pranayama o respiración consciente, lo saben. Más allá del instinto innato de conservación, todo ser vivo goza de la vida: los más pequeños, los más grandes, más y menos complejos o evolucionados, hasta cada célula viva parece palpitar y estremecerse como si intuyera la plenitud. Sólo los humanos lo olvidamos a menudo.

Los humanos desearían un elixir de la eterna juventud que detuviese los estragos del tiempo en su cuerpo. Pero los animales viven en el presente eterno de la infancia y su mirada cristalina no tiene edad, siempre tan vieja y tan joven como lo es la tierra con cada nuevo amanecer. Por eso me conmueven tanto los animales. Tienen algo que a menudo nos falta. Saborean la vida con otra intensidad, con una contagiosa alegría. Veo en su mirada la misma inocencia virgen que tienen los niños, el mismo gozo de estar vivo que solemos olvidar y al que acceden sólo unos pocos ancianos, ciertos sabios, y aquellos a los que llaman “santos”. Me conmueve la mirada transparente del perro o del caballo, plenamente presente, aquí y ahora, palpitante de vida, capaz de entregar el alma.

Ahora toca biberón

Ahora toca biberón

Precisamente, mi visita coincidió con la de un grupo de discapacitados. Varios tenían el síndrome de Down. Les enseñaron el santuario: Los árboles frutales, los cerezos ya en flor, los olivos, las encinas, la piscina donde se bañan las ocas, el manantial que ofrece agua de la tierra, las lombrices que fabrican humus, la forma de reciclar las aguas de fregar, los renacuajos que se convierten en sapos, el conejito enfermo, las distintas clases de gallinas, que acudían corriendo cuando las llamaban. Les contaron que las ovejas sonríen como las personas, que eligen a una “mejor amiga” de la que no se separan: como las niñas en el colegio… Contaron que las ocas son monógamas para siempre. Les deleitaron la historia de Dani, el célebre burrito sin pata que ahora camina feliz con una prótesis, o la historia de Gorki, el perrito chihuahua a quien su amo abandonó en una gasolinera y, para evitar que le siguiera, le tiró piedras hasta que una le sacó un ojo: sigue tuerto, pero desbordante de vitalidad y amor.

Andrés Valle con parte de su familia. El perrito tuerto es particularmente cariñoso, yo lo tuve en brazos la mayor parte del día...

Andrés Valle con parte de su familia. El perrito tuerto es particularmente cariñoso, yo lo tuve en brazos la mayor parte del día…

Los jóvenes acariciaron a los perros y hundieron las manos en la lana de las ovejas, chillaron de placer con los burritos y, cuando después del paseo al sol entraron en la casa y se sentaron en los sofás de la sala de estar, los perros brincaros a su regazo, algunos inmensos, otros diminutos, y los chicos los miraban con esos ojos que tanto me conmueven, llenos de pureza y de alegría de vivir, y los animales los colmaban de cariño.

No todos los discapacitados eran niños: si tenemos en cuenta la biología del cuerpo, algunos estaban más cerca de la tercera edad. Pero todos tenían mirada de niños. Todos tenían esa pureza que se reflejaba si prejuicios en los ojos claros del burrito Dani o de Aitor el cordero. Es una de las observaciones que más me conmovió: comunicaban, se reían, jugueteaban… Y niños humanos y animales de todas las especies tenían la misma forma inocente de mirar y de vivir en el eterno presente de la infancia.

Aitor está enfermo. Me conmovió ver cómo le cuidaban todos. Beatriz Rivas le da sesiones de reiki.

Aitor está enfermo. Me conmovió ver cómo le cuidaban todos. Beatriz Rivas le da sesiones de reiki.

En El Valle Encantado vi el mundo que hubiera deseado de niña. Un mundo sin crueldad, en que las diferentes especies conviven en paz. ¿Qué sería el Jardín del Edén? Yo lo imagino exactamente así. El paraíso perdido o el idilio anunciado, que parece tan imposible que lo sitúan en un remoto final de los tiempos, “cuando el cordero more con el león”. Pero no es imposible. Yo lo he visto: el Valle Encantado lo está logrando.

Los cerdos son animales inteligentes,  sociables, juguetones y cariñoso: todos los habitantes del Valle dan fe de ello.

Los cerdos son animales inteligentes, sociables, juguetones y cariñoso: todos los habitantes del Valle dan fe de ello.

Lo estamos logrando todos juntos, todos los que deseamos que sea posible. Todos los que mantienen la pureza en la mirada o añoran la que perdieron, todos los que saben que en un metafórico “Reino de los Cielos” sólo pueden entrar los que tienen alma de niño.

Dani, el bebé burro que recogieron con una malformación en las patas y que iban a dejar morir. Se ha convertido en una estrella mediática! Es el icono del Valle Encantado

Dani, el bebé burro que recogieron con una malformación en las patas y que iban a dejar morir. Se ha convertido en una estrella mediática! Es el icono del Valle Encantado

Es posible visitar la página de Facebook del Valle Encantado y colaborar de muchas maneras. ¡Esperanza y Andrés os recibirán con los brazos abiertos!

https://www.facebook.com/posadanimal.vallencantado?fref=ts

 

Agradecimiento a todos los voluntarios, pues sin ellos el Valle no podría subsistir.

Agradecimiento a todos los voluntarios, pues sin ellos el Valle no podría subsistir.

 

 

 

 

 
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La Cueva del Erizo, Tolstói, el sexo, y yo

Leo, el erizo lector.

Leo, el erizo lector.

Este es Leo, el simpático erizo con gafas hecho de libros, porque “somos lo que comemos”, y Leo se alimenta de letras. Vio la luz hace pocas semanas, y a pesar de su proverbial timidez, está creciendo día a día, invitando a su cueva a cada vez más lectores. La Cueva del Erizo es una revista literaria diferente, un proyecto único que reúne revista literaria, agenda y servios. Así se presentan:

“La Cueva del Erizo nace con la vocación de ser el puente que pone en contacto a lectores y autores. Por un lado, una detallada agenda literaria ofrece al ciudadano la oportunidad de conocer a los autores en persona en sus eventos. Por otro, producimos elementos de comunicación audiovisual y servicios asequibles para que las editoriales y librerías puedan hacer una buena promoción de los libros. El sueño de Leo el Erizo es compartir con los lectores su pasión por la buena Literatura, la que se escribe con L mayúscula. ¡Bienvenido a la cueva!”
Por aquí se entra: www.lacuevadelerizo.com

Luisa Cabello, fundadora de la Cueva del Erizo, nos presenta a Leo. ¡Bienvenidos a la cueva! www.lacuevadelerizo.com

Luisa Cabello, fundadora de la Cueva del Erizo, nos presenta a Leo.
¡Bienvenidos a la cueva!
www.lacuevadelerizo.com

Dentro de esa cueva llena de novedades, descubrimientos, entrevistas y otros tesoros, me han concedido un rinconcito para hablar de clásicos, para recordarlos, criticarlos, recomendarlos, compararlos… Lo hemos llamado “Valores Seguros”, porque en un mundo de incertidumbres donde todo fluctúa, de la bolsa a la ética, los clásicos han demostrado, superando el filtro del tiempo, que son naves seguras para viajar por los recovecos del alma humana.

He inaugurado esa sección con reflexiones sobre uno de mis ídolos más admirados, Lev Tolstói, desde el punto de vista del sexo, especialmente a la luz de dos obras tardías que recomiendo: “El Diablo” y la “Sonata a Kreutzer”. Aquí las tenéis:

Lev Tolstói

Lev Tolstói

Tolstói y el sexo: El diablo

 

Tolstói es uno de los escritores más ilustres de todos los tiempos. Con Pushkin, es considerado el máximo exponente de la literatura rusa. Novelas como Anna Karénina o Guerra y Paz, además de hacer gala de una estructura técnicamente inmejorable, de un estilo sobrio y transparente, de una filosofía propia y original, y de un ritmo perfecto, han embrujado a varias generaciones de lectores de todo el mundo por su sabiduría y su hondo conocimiento del alma humana.

Sí, Tolstói, con sus barbas blancas de profeta, nos aparece como un sabio que emana empatía, generosidad y un amor al prójimo lleno de compasión ante sus inevitables flaquezas. La mayoría hemos oído comentar su honda religiosidad, que se fue haciendo cada vez más política y radical, con posturas próximas a las del anarquismo, considerando que la propiedad privada es intrínsicamente malvada: otra forma de esclavitud. Sabemos que, por esta misma religiosidad, hacia el final de su vida dejó de escribir, y quiso desprenderse de todos sus bienes. Sabemos, y parece una consecuencia lógica, que ansiaba una existencia simple, en la naturaleza, sin lujos, pura y casta.

Lo que menos lectores saben es el papel destructor que el sexo desempeñó en la vida del autor. El sexo se refleja, sobre todo, en sus obras tardías y en los diarios: en el suyo y el de su esposa Sofía Behrs, y aparece como una fuerza bestial, compulsiva, malvada, peligrosa, sucia, corrosiva, diabólica. En varias obras, como en las novelas cortas Sonata a Kreutzer (de 1889, título original: “Крейцерова соната”, cuya transcripción oficial es “Kréitzerova Sonata”) y El Diablo, el protagonista solo puede liberarse a través de un asesinato.

Como tantos jóvenes de la época, Tolstói descubrió el sexo a través de las prostitutas. Era al parecer lo habitual, lo que se consideraba “normal” y “sano”, en un siglo en que las “niñas bien” procuraban llegar vírgenes al matrimonio y el sexo femenino parecía dividido en dos categorías estancas: las vírgenes veneradas para casarse y criar hijos para Dios, y, por otra parte, las putas despreciadas para desahogarse, mediante pago monetario redentor, de los instintos más bajos. Pero, contrariamente a otros jóvenes, para Tolstói esta práctica era atrozmente problemática. Sus diarios le muestran lleno de asco, remordimiento, ira, desprecio, hacia las mujeres y hacia sí mismo. El instinto sexual lo poseía como una fuerza maligna y oscura que siempre vencía, a pesar de su razón y de su alma siempre en busca de pureza. Contrajo varias veces enfermedades venéreas. Siempre se juraba que sería la última vez. Y, siempre, volvía a caer.

Se casó con una chica inocente de dieciocho años (dieciséis años más joven que él), Sofía Behrs, a quien ya conmocionó para siempre dándole a leer sus diarios antes de la boda (en Anna Karénina, eso mismo hace Lyovin, alter ego del autor, con su prometida la princesa Kitty). Fue el suyo, tal vez, uno de los matrimonios mejor documentados de la historia de la literatura, y uno de los más desgraciados. Obligó a Sofía a tener trece hijos (sólo ocho sobrevivieron), a amamantarlos aún cuando su salud apenas se lo permitía, convirtió su vida un infierno difícilmente imaginable. Y ella cuenta el martirio, entre otras cosas, de tener que satisfacerle sexualmente. Su voracidad se nos muestra enfermiza, e indiscriminada. Además de su mujer, muchas campesinas siervas suyas tuvieron que saciarle, sin que en ningún momento reconociera a los hijos que con ellas engendró, costeara su manutención ni les proporcionara esos estudios que consideraba tan beneficiosos para el pueblo.

Retrato de boda de Sofia Behrs, 1862

Retrato de boda de Sofia Behrs, 1862

En Anna Karénina y Guerra y Paz, la fuerza oscura de la pulsión sexual es ya patente. Anna acabará arrojándose a las vías del tren, como si de un justo castigo se tratara por su inmoral lujuria. En Guerra y Paz, Natasha destruye su noviazgo de ensueño con el príncipe Andrés por intentar fugarse con el pervertido Anatoly Kuraguin, cuya hermana Elena también utiliza su atractivo sexual para manipular sin escrúpulos, hasta que una misteriosa enfermedad de transmisión sexual la lleva a la muerte, ya bajo la invasión napoleónica. En muchos de los cuentos, el tema es tratado de forma más o menos directa. Pero en su obra tardía es donde aparece en toda su magnitud.

Acabo de releer El Diablo, obra póstuma de 1911. La había descubierto por primera vez a los veinte años, cuando era estudiante de Eslavística en la Universidad de Viena. Recuerdo que ya en esa época me había dejado un tanto perpleja. Pero sin escandalizarme como ahora. Se trata de una “nouvelle”, relato largo o novela corta, con un ritmo maravilloso, que puede leerse del tirón y que recomiendo, porque siempre es un placer leer a Tostoi, con su prosa cristalina y sus personajes dotados de alma aunque sólo los caracterice con un par de líneas. Pero el contenido, el mensaje implícito (o, más bien, explícito) es profundamente inquietante.

Empieza con las citas del Evangelio según San Mateo sobre el adulterio: 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya pecó con ella en su corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y arrójalo lejos de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y arrójala lejos de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y, realmente, estas citas sintetizan el mensaje.

Esta sería la sinopsis del libro: Eugenio, un joven soltero a quien espera una brillante carrera, hereda a la muerte de su padre, y se traslada con su madre viuda al campo a gestionar sus bienes. En la ciudad mantenía relaciones con mujeres y, soltero en el campo, empieza a no poder soportar su abstinencia sexual involuntaria, por lo que, a través de un mediador y siempre pagando, consigue mantener relaciones con una campesina: “por higiene”, pues en ningún momento acepta un vínculo afectivo más allá del intercambio de dinero por sexo. Se casa, y, como es un hombre recto que considera sagrado el matrimonio, deja de ver a la campesina, a pesar de que ésta ha tenido un hijo, muy posiblemente suyo. Todo parece ir bien, sus asuntos económicos mejoran, pero su esposa pierde un hijo, y vuelve a encontrarse la campesina. Finalmente, su obsesión sexual y sus remordimientos llegan a tal intensidad, que se suicida.

En otro final que también propone el autor, recordando la lógica de la Sonata a Kreutzer, en lugar de suicidarse, mata a la campesina. Y lo más desolador desde la perspectiva, no solo de toda mujer, sino de la justicia humana: ¡la culpa de la tragedia parece tenerla ella, por ser tan atractiva!

Lo más interesante para mi ha sido comprobar la profunda misoginia que expresa el autor inconscientemente. La mujer era un instrumento para tener hijos y debía encontrarse constantemente embarazada, para que así sus encantos malignos fueran menos nocivos. Aparece como un verdadero “demonio”, capaz de enajenar la mente de inocentes hombres de bien… como el mismo Tolstói. Y, ante eso, la única salvación parece ser suicidarse, o matar al demonio.

Resumiendo:
Sí: Tolstói fue un genio de las letras, y no me cansaré de leerlo y releerlo ni de recomendar su lectura. Pero hay que intentar dar “al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”: fue también un marido cruel y un padre indiferente con sus hijos ilegítimos, de un egocentrismo brutal. Su visión de la mujer como “Eva tentadora”, instrumento del demonio para la corrupción de santos e inocentes varones, es digna del más machista de los ayatollahs. Y su deseo exacerbado y constante, vergonzoso y sucio, tan intenso que nublaba su mente y aniquilaba su razón, era lo que hoy en día diagnosticarían como una obsesión sexual.

El matrimonio Tolstói, en Iasnaia Poliana

El matrimonio Tolstói, en Iasnaia Poliana

La Sonata a Kreutzer y su oscura verdad

 

He juzgado con mucha severidad a Tolstói.
Sí, escribí en mi último artículo, fue un genio de las letras, uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. Pero como esposo, como padre, como hombre, como ser humano globalmente, dejó mucho que desear. Sobre todo, su relación mórbida con el sexo, compulsiva, obsesiva, capaz de anular su fuerza de voluntad y de nublar su lucidez, distorsionando su visión del mundo, es, desgraciadamente, una enfermedad.

La Sonata a Krutzer de Tolstói, en una de las ediciones más populares entre los estudiantes rusos.

La Sonata a Krutzer de Tolstói, en una de las ediciones más populares entre los estudiantes rusos.

La Sonata a Kreutzer (en ruso Крейцерова соната, transcrito como “Kréitzerova Sonata”) es una obra tardía de Tolstói, una de las que más crudamente ilustran su opinión sobre el sexo. Es una “nouvelle”, que toma su título de la pieza para violín y piano que Beethoven dedicó a Rodolphe Kreutzer. Vio la luz en 1889 pero al poco tiempo fue censurada en Rusia, luego también en Estados Unidos, donde el propio Theodore Roosevelt afirmó que el autor era “un pervertido sexual y un desvirtuador de la moral”. Como suele ocurrir, la censura disparó el interés que suscitó la obra.

Los románticos se empeñaron por primera vez en sublimar las grandes pasiones y el amor carnal. Antes, tanto las religiones como la tradición clásica solían afirmar lo contrario: que rebajan y envilecen, pues hunden a un ser racional en las miserias de su condición animal. Para un profundo creyente como Tolstói representan, además, un pecado de impureza. Y el que no solo se tolere, sino que se considere “sano” y “normal”, le parece paradigmático de una sociedad moralmente corrupta.

Esta es la trama: durante un largo viaje en tren, el narrador se encuentra en el mismo compartimento con otros tres pasajeros. Entre ellos, una señora que fuma, no particularmente atractiva, discute con su amigo abogado de las relaciones entre hombres y mujeres, del número de divorcios en aumento, del amor… Se une a la conversación un pasajero taciturno de pelo canoso, Pozdnychev, y afirma que eso que llaman “amor” no es más que una atracción sexual pasajera. Pozdnychev acaba confesando al narrador que ha matado a su mujer, por celos, y le cuenta su vida.

La obra defiende vehementemente el ideal de castidad y analiza la locura de los celos. El personaje Pozdnychev, y Tolstói a través de él, denuncia la profunda hipocresía de una sociedad en que la doble moral es la norma abiertamente aceptada, en que los jóvenes varones utilizan a las mujeres como objetos, primero prostitutas (despreciadas porque “a corto plazo”), luego a la esposa legítima (considerada una prostituta a largo plazo, que por ello es respetada). El matrimonio es una farsa o un infierno, el mal llamado “amor” no es más que el disfraz pasajero de la atracción sexual, una ilusión, una funesta trampa del Mal, que a menudo degenera en odio y en que los celos son tan intensos que pueden conducir al asesinato.

La Sonata a Kreutzer, de Tolstói.

La Sonata a Kreutzer, de Tolstói.

Así se expresa el propio autor:
Debemos abandonar el pensamiento de que el amor carnal es algo sublime y entender que el objetivo digno de un hombre -servir a la humanidad, a su país, a la ciencia o al arte (sin hablar ya del servicio a Dios), cualquiera que sea con tal de que lo consideremos digno de un hombre- no se alcanza mediante la unión con el objeto de amor dentro del matrimonio o fuera de él, sino que, al contrario, el enamoramiento y la unión con el objeto de amor (por más que se intente probar lo contrario en poesía y prosa) jamás facilita el camino hacia el objetivo digno de un hombre y siempre lo dificulta.

Es fácil estar en desacuerdo con Tolstói. Pero nuestra sociedad actual es una consecuencia lógica de la que él critica. Hoy en día, el sexo ya no es románticamente sublime, ya no inspira “pasiones elevadas”. Se ha convertido en un producto de consumo, anodino, instrumental y con fecha de caducidad. Le hemos quitado su carga. Tanto aquella religiosa de pecado que tanto atormentaba a Tolstói como aquel velo romántico que hacía parecer excelso un simple instinto básico. Lo hemos desvinculado del amor y lo hemos liberado del pecado. Lo hemos situado en la categoría amoral de los pasatiempos. Lo hemos deshumanizado.

Ya nadie en nuestro entorno occidental escribiría una Sonata a Kreutzer. Como mucho, se publican libros sobre “la violencia de género” u obras, como Las partículas elementales de Houellebecq, llenas de nostalgia ante un mundo donde el sexo, constantemente ensalzado, casi impuesto, se ha vuelto omnipresente, pero donde las personas, ahora tanto las mujeres como los hombres, nunca han estado más solas ni se han sentido menos amadas. Donde un ser capaz de sentir y de pensar se ve reducido a un cuerpo sin alma, un producto de consumo para usar y tirar, un objeto para satisfacer una voracidad pasajera dentro de un mercado de la carne efímero, sin piedad ni remordimiento.

He juzgado con mucha severidad a Tolstói. Pero su análisis de la hipocresía de la sociedad de su época es absolutamente acertado, y su sed de pureza, su búsqueda de un mundo mejor, su lucha por un ideal, son sinceras.

Nuestra sociedad tal vez sea algo menos hipócrita. Hemos dejado atrás los dilemas de Tolstói. Pero hemos llegado a una trivialidad que también deberá ser superada. Crece el hastío, se anuncia un nuevo paradigma. Y nuevas voces, tan sinceras y a veces atormentadas como en su día lo fue la de Tolstói, ya nos indican el nacimiento de un nuevo ideal.

Cuadro de Repin.  Tolstói en el campo de labranza. Se encuentra en la galería Tretiakovskaia de Moscú.

Cuadro de Repin. Tolstói en el campo de labranza. Se encuentra en la galería Tretiakovskaia de Moscú.

Helena Cosano
www.helenacosano.es
Twitter: @HelenaCosano
Facebook: https://www.facebook.com/HelenaCosano.Autora

¡Y bienvenidos a la cueva del erizo! www.lacuevadelerizo.com

 
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La niña muerta

Helena Cosano

tratando de retratar al espectro tras la flor

LA NIÑA MUERTA

 

– ¿Hoy me dejas que te habite?
– No, niña, no.
– Pues yo hoy te veo peor que ayer.
– Sí, peor. Será lo que Dios quiera.
– ¿Dios?
– Dios custodia el orden de sus mundos. Los vivos con los vivos. Los muertos con los muertos.
– Llevo mucho tiempo muerta. Te juro que no hay ningún Dios.

El domingo pasado, dos de junio, día del Señor, falleció la tía Milagros, a la edad de ciento un años, en su casa, mientras la muchacha que la cuidaba le preparaba un potaje, las campanadas de la iglesia llamaban a la oración y ella charlaba apaciblemente en francés con un ser invisible. “Nati, no hace falta que prepares cena”, cuenta la muchacha que le dijo pocos minutos antes de expirar, “yo ya me voy.”

La tía Milagros era entonces una viuda sobre la que circulaban los más extraños rumores. Había sido muy piadosa en su juventud. Era la hermana del cura del pueblo, iba todos los días a misa, con ropa austera, con la mirada humilde. Ella también había sentido la llamada de Dios. Pero por su camino se cruzó primero un albañil de ojos verdes y brazos poderosos. Luego conoció a una niña pálida de trenzas rubias. Y nada volvió a ser igual. Pactó.

Yo nunca me había permitido creer en nada sobrenatural. No creía en dioses ni diablos, ni en paraísos ni infiernos, pero sí era consciente del trágico poder del tiempo. Imaginaba la muerte como un sueño sin sueños que sepultaba a los seres vivos por toda la eternidad y la vida me parecía una absurda tragedia que sólo se podía sobrellevar con inmensas dosis de humor. No era infeliz pero, a veces, añoraba ese “algo” trascendente que ilumina la vida de sentido.

Yo tenía dieciocho años cuando fui a verla por primera vez, acompañando a mi mejor amiga. No tenía miedo. Porque era escéptica, acababa de empezar estudios de filosofía pura y amaba la razón por encima de todas las cosas.

Cuando la conocí, la tía Milagros era una mujer vestida de negro por lutos innumerables, cabello blanco, mirada de niña, sonrisa de ángel. Su casa, decían, estaba encantada. Pero a ella no le molestaban los muertos. Ella había pactado.

En esa época, mi amiga consultaba con la anciana cada cuestión de su vida, por nimia que pareciese, y jamás tomaba decisión alguna sin el visto bueno de la tía Milagros. “Es una bruja de verdad”, afirmaba con veneración. “Lo sabe todo, se lo dicen los espíritus”. Pero, aquella vez que fuimos juntas, apenas le prestó atención. Inesperadamente se giró hacia mí, como si sintiese mi escepticismo, me miró con serena dulzura, me cogió la mano y me sonrió.

— ¿Usted lee la mano? —le pregunté.
—No. Yo leo el alma.

No dije nada. Yo no creía en el alma. Me volvió a sonreír, y el brillo de sus ojos me asustó, me dio la impresión de que oía mis pensamientos.

— ¿Y qué es lo que se lee en un alma? ¿Dónde se mira?
Soltó una carcajada. Mis preguntas debían de parecerle profundamente estúpidas.
— ¿Qué quieres saber? ¿Qué te interesa de tu futuro? —me preguntó.
—No me interesa mi futuro. Quiero saber cómo lo hace. Cómo ve el alma.

Mi amiga suspiró. Ella pagaba la consulta para que la tía Milagros le contara lo que le iba a suceder, si aprobaría los exámenes, si conocería pronto el amor y si el chico que estudiaba arquitectura sería su novio. Milagros notó su impaciencia y le pidió que saliese a tomar un café y regresara una hora más tarde. Y nos quedamos las dos solas.

Continuó:
—El alma se ve con el alma. No puedes verla con los ojos del cuerpo, con los de la mente.
— ¿Y en la mía qué ve usted?
— Lo veo todo, querida mía.
— ¿Todo?
— Todo lo que quiera ver.
— Mi amiga dice que usted es infalible. Que es vidente. Médium.
— ¿Y bien?
— No lo creo.
— No es cierto. Si de veras no lo creyeses, no estarías aquí.
— ¿Usted tima a la gente?

Soltó otra carcajada. Sin acritud. Y me hizo esa propuesta que cambió de rumbo mi vida:

— Podría pasarte mi don. Si tú quieres. En algo más de cinco años. Si tú me permites habitarte, te haré ver.
— ¿Cómo?
— Aún es pronto. El día de mi muerte. Será el dos de junio dentro de cinco años. Hasta entonces, sigue como hasta ahora. Termina tu carrera, trabaja, enamórate y haz algún viaje. Y luego, en cinco años, cambiará tu vida. Viviremos juntas. Te guiaré.
—El dos de junio es mi cumpleaños.
—Claro. Por eso lo elijo para renacer en ti. Para que empieces tu nueva vida.
—No tiene mucho sentido. Sólo querría saber cómo lo hace.
— ¿Aceptas el pacto?
—No creo en él.
—Pero… ¿Aceptas?
—Sí.
—Entonces tengo tu palabra. Para siempre.

Volvió mi amiga, antes de tiempo. No sabía estar sola, se exasperaba. Cambió el tono de la conversación. Hablaron de chicos, de exámenes, de lo que debía decir o hacer. Yo callaba. Me sentía aturdida. Intuía que había ocurrido algo “trascendente”, algo que mi razón se negaba a aceptar. Decidí olvidarlo.

Y seguí viviendo como hasta entonces. Estudiando, jugando con ideas y sentimientos, viajando mucho con la mente y en el mundo. Consciente del paso del tiempo, del dolor de la existencia, del sinsentido de la vida. Con cierto cinismo. Con grandes dosis de humor.

La tía Milagros había sido muy piadosa en su juventud. De niña abrazaba a los árboles, hablaba con los pájaros, amaba a todas las criaturas y veía en la belleza del mundo la firma del Creador. El universo era un cosmos ordenado de inconmensurable perfección. La vida tenía sentido. No temía al tiempo ni a la muerte. Dios cuidaba de ella y ella deseaba dedicar su existencia terrena a servirle. Era feliz. Si le hubieran preguntado entonces a Milagros si creía en los espíritus, no lo habría dudado: rotundamente NO. Pues, ¿qué sería un fantasma? Un “algo” perdido entre dos mundos. En otro espacio, en otro tiempo. En la más inconmensurable soledad. Un ser que no está ni vivo, ni muerto. Un monstruo. Dios no permitiría algo así. Dios no abandona a sus hijos. Pero por su camino se cruzó primero un albañil de ojos verdes y brazos poderosos. Luego conoció a una niña pálida de trenzas rubias. Y nada volvió a ser igual. Se alejó de Dios. Pactó.

Se casó con el albañil de ojos verdes. Se fueron a vivir a un pisito luminoso que llenaron de flores. Lo llamaban “la casa de los franceses”, porque allí vivieron “en pecado” dos jóvenes, hasta que su hija de ocho años falleció en extrañas circunstancias y decidieron regresar a París. Milagros dejó los estudios, era feliz con su marido, aunque fuera fregando escaleras. Pero al poco tiempo, la enfermedad la eligió. Tuvo que guardar cama. La fiebre era alta. A veces deliraba. Los días, los meses pasaban.

Cumplió los veinticinco años enferma. Un día vio a una niña pálida, pecosa, de lacias trenzas doradas, a la vera de su cama. Supuso que deliraba y pensaba ignorar la aparición, pero la niña se puso hablar. Con una voz meliflua y alegre, en un idioma extranjero.

— On m’appelle Mimi — dijo.

La tía Milagros no sabía francés. Y sin embargo comprendía…. Sin comprender cómo ni por qué.

— ¿Quieres que te cure? —Le preguntó con una pícara mirada.
— Mimí, ¿acaso tú tienes ese poder?
— Sí, yo puedo eso y mucho más. Porque quiero vivir.
— Yo no te puedo ayudar.
— Sí puedes. Fue muy injusto. Un día te lo contaré. Muy injusto.
— ¿Estás muerta?
— Claro. ¿No lo ves?
— Los muertos van al Cielo. O al Infierno. No se quedan rondando por el mundo de los vivos.
— Quiero volver a tener un cuerpo, aunque solo sea de vez en cuando. ¡Ayúdame!
— No sé cómo.
— Muy fácil. Sólo necesito tu permiso. Yo sólo quiero habitarte.
— ¿Eso lo permite el Señor?
— El Señor no está en casa. De hecho, yo diría que no existe.

Pasaron las semanas, y Milagros no sólo no mejoraba, sino que parecía empeorar. Cada día tenía menos fuerzas, cada día eran más negras sus ojeras, más amarillenta y ajada su piel, más débil su voz, más apagada su mirada.

Su marido empezó alejarse de ella. Las flores del pisito se secaron, y ya no entraba como antes la luz a raudales. Las cortinas siempre estaban corridas, se hicieron constantes el desorden y la suciedad. Ya nadie cocinaba ni hacía la compra, el frigorífico estaba prácticamente vacío y por la casa flotaba un agrio olor a descomposición. Las dudas empezaron a corroer su fe. ¿Y si fuera la enfermedad un castigo de Dios, por no haber acudido a Su llamada? ¿Tan joven, iba a morir? ¿Y si no hubiera dios alguno, nada más que un ciego y cruel azar? Rezaba mucho aún, por hábito, pero sin el amor y la gratitud de antaño. Su marido la estaba abandonando. Ella estaba abandonando a Dios. Pero otros seres, los más abandonados, acudían a ella: los fantasmas. Los veía a su alrededor. Seres perdidos en laberintos de soledad y dolor, cuya existencia ningún Dios hubiera debido tolerar. Monstruos.

Solo la niña muerta la visitaba a diario. Le prometía la salud y una intuición más allá del tiempo y del espacio, a cambio de “habitarla”. Hablaban… El albañil de ojos verdes estaba cada vez menos en casa. Pero a veces escuchaba a su mujer, charlando con un ser invisible. Y pensaba que se había vuelto loca.

La soledad se hizo insoportable. Milagros se consumía de desesperanza. Un buen día, su marido idolatrado, por quien había renunciado a servir a Dios, volvió con otra mujer. Una joven cubana de curvas sensuales y amplia sonrisa. “Te cuidará”, le dijo. Pero no era enfermera. Era una chica descerebrada que ponía la música a todo volumen y gritaba sin miramientos cuando hacían el amor. Milagros ya no soportaba su vida. Decidió pactar.

— Sólo los demonios poseen cuerpos ajenos.
— Qué tontería. Yo soy Mimí.
— ¿Me darás la salud?
— Te la daré. Al instante.
— ¿Y echarás a esa mujer?
— ¿Qué quieres que le haga?
— Quiero que desaparezca. Y que le castigues a él por haberme traicionado.
— ¿Entonces sí puedo habitarte?
— Sí.

A la mañana siguiente, Milagros sintió un torrente de lava por sus venas. Respiraba de otra manera. El aire entraba sin dificultad, y respirar conllevaba un placer que antes nunca había sentido. Abrió los ojos, y vio un mundo nuevo. Un mundo pequeño, transparente, dominable. Sentía dentro de sí una energía límpida y burbujeante, la cándida alegría y la vitalidad de la infancia. ¡Estaba viva! Por primera vez intuyó la voluptuosidad de vivir y la invadió un jubilo salvaje. Buscó con la mirada a la niña, y no la vio. “¡Estoy dentro de ti!”, dijo en su mente la vocecilla meliflua de Mimí, y soltó una carcajada de triunfo. “Vamos a ser muy, muy felices.”

Milagros se levantó, se bañó disfrutando del contacto del agua sobre su piel, de la sensualidad de la espuma perfumada, de la perfección de su cuerpo joven y de nuevo sano. Desayunó saboreando cada bocado como si comiera por primera vez… Se vistió con esmero, se maquilló, y se puso a mirar el mundo por la ventana con curiosidad infantil, canturreando canciones de niños en una lengua que nunca había estudiado. Sí, qué incomparable felicidad el habitar un cuerpo de carne y hueso.

Sonó el timbre. Milagros abrió. Era la cubana. No esperaba que le abriera la puerta la esposa moribunda. Y vio algo, algo atroz, algo que sólo saben los espíritus. Al verla, dio un grito de espanto, se dio media vuelta y salió corriendo despavorida escaleras abajo, con tan mala suerte que resbaló, cayó de espaldas contra los peldaños y se desnucó.

El marido de Milagros fue con su cuerpo a urgencias, lloró desconsolado en el hospital. Pasó la noche solo en la cama vacía de su amante. Milagros le oyó murmurar algo. Alguna pesadilla, alguna premonición de muerte. No amaneció vivo.

A partir del día siguiente, empezaba para Milagros y Mimí una vida nueva. Volvió a entrar la luz y llenaron la casa de flores, Milagros cocinaba, Mimí cantaba, eran dos almas amigas en un cuerpo dócil. Recibía la pensión de viudedad de su difunto marido pero, sobre todo, empezó a trabajar con Mimí: se convirtió en “la bruja del pueblo”.

Todos los que han pasado por su salón de colores alegres, lleno de flores, recuerdan su mirada de niña, su risa de niña, su cuerpo sin edad, sus palabras sabias, sus premoniciones infalibles, sus visiones que ningún espacio ni tiempo lejano pueden limitar. Dicen que la casa está embrujada, habitada por seres que no están ni vivos ni muertos, desamparados de soledad. Pero ella no teme a esos monstruos. Es un de ellos.

Ahora la comprendo. El pasado domingo dos de junio, día del Señor, día también de mi veinticinco cumpleaños, falleció la legendaria tía Milagros. Comienza una nueva vida. Ya nunca más temeré a los fantasmas. Yo también he pactado.

 

 
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¿QUIÉN ERES?

por Helena Cosano

por Helena Cosano

 

 

¿QUIÉN ERES?

Una gota de agua en el océano,
Un pequeño dios dentro del gran Dios,
El gran Dios infinito encerrado en la pequeña gota,
Una gota limitada, pero que puede ser tantas cosas.
Una estrella radiante de luz y amor, entre tantas estrellas, entre tantos
universos, entre tantos infinitos,
una estrella más, una estrella única, una estrella efímera y eterna.
Una gota con fronteras de gota,
que goza de ser gota y cultiva sus límites,
los pule, los embellece,
Una gota ambiciosa que se cree real,
Con su ego de gota y sus problemas de gota: limitada.
Olvidando el océano,
Olvidando que es Dios.

¡Puedes ser tantas cosas!
Eres libre de elegir,
Porque a Dios le gusta jugar,
Le gusta bailar,
Y en su baile se dividió en infinitas gotas que olvidaron su divina esencia
Disfrazarse, olvidarse–
Un instante,
El tiempo de un baile,
El tiempo de una vida y una muerte de lo que ni vive ni muere, de una
rueda eterna de bailes eternos, de infinitas formas y universos, de
infinitos tiempos ilusorios y de ilusorios infinitos.

Un juego.
Un instante.
La ilusión de una vida.
Actuar, amar, aprender, soñar…
La gota juega.
La gota baila.
La gota se olvida.
El instante de una vida.
Y el Dios la mira jugar, la mira bailar:
el Dios se mira.
Y cuando la gota se observa y en la meditación se encuentra,
Recuerda el océano,
Recuerda que es Dios.
Recuerda quien es.
Y sigue jugando.
Una vida más.
Un baile más.
Un instante más u otra eternidad.

Hasta que te canses de tus límites.
Hasta que te despojes de tu ego,
Hasta que dudes del tiempo y el espacio y la materia,
Hasta que veas más lejos que tus ojos y oigas lo que oídos vivos no
podrían oír
Hasta que tu consciencia se expanda sin límites.
Más allá de bailes y velos y juegos en el tiempo.
Hasta que sueñes con el océano.
Hasta que desees de nuevo ser Dios
Y quieras volver.
Y tus límites se rompan y expandan hasta abarcar el océano –
el mundo, los universos pasados y por venir, todos los bailes de todos
los tiempos, los infinitos espejismos del juego del ser.

Y entonces comprendas:

Que eres libre.
Eres Dios.

 
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DESPERTAR

Por la fotógrafa Laura Muñoz Hermida, para el libro de Helena Cosano "Almas Brujas"

Por la fotógrafa Laura Muñoz Hermida, para el libro de Helena Cosano «Almas Brujas»

DESPERTAR

Desperté. No sabía dónde estaba. Al abrir los ojos me deslumbró la luz.
Me levanté como todas las mañanas y miré a mi alrededor. Estaba en casa. Entre los cristales brillaba el sol.
Bajé al jardín y lo vi todo extraño, como si lo viera por primera vez. En el estanque verde agonizaban las palomas de siempre. Me acerqué. Toqué el agua. Una paloma sin alas se agarró a mi mano y me miró. Ojos grandes, vidriosos, tristes. Sólo tenía una pata, con dedos suaves y afilados, que me agarraban débilmente.
«¿Qué haces? ¡Suéltala!»
Era él. Me había estado observando. Retiré la mano, y la paloma se hundió. Nos fuimos.

Era verano, y la gente estaba feliz. Fuimos a nadar al río. Dos amigas risueñas, él y yo. Vi el agua verde y espesa, la espuma inmóvil, y me entró miedo. No veía el fondo. Había hierbas, musgo, barro, peces muertos.
Ellas nadaban y reían; a mí me daba miedo. Me empujaron. El olor a agua estancada se pegó a mi cuerpo como una segunda piel. Sentí el cosquilleo de las hierbas en el agua espesa, aparté nenúfares y peces muertos, nadé lentamente entre juncos y algas, en el barro, hasta llegar al primer puente. Ellos ya habían salido del agua, con las ropas mojadas pegadas al cuerpo y el cabello viscoso de musgo y barro.

La tarde era clemente, nos sentamos bajo un árbol para mirar caer el sol. Una capa de lodo verde cubría mi piel, la miré con extrañeza, con asco, como si la viera por primera vez. Era una Tarde Roja, tarde de muerte, de despertar. «Es la Reina», murmuró él, «la Reina se va». Las nubes púrpuras se diluyeron en chorros de sangre y oro, y la noche cayó de golpe.

Hicimos un fuego. Querían bailar. Se quitaron la ropa mojada, y chillaron y rieron en el silencio, y se contorsionaron desnudos hasta caer agotados. Vi sus cuerpos verdes, blancos, negros, con tantas sombras y resplandores, zonas ásperas y lisas, curvas y llanuras, músculos flexibles, vello azul, óvalos color de luna, corazones veloces que bailaban a un ritmo que yo no oía. Se hizo el silencio, y ellos se vistieron con desgana. «Me vuelvo a casa» dijo mi amiga rubia. La de los largos cabellos azules propuso bajar a la fiesta del pueblo, se podía apedrear gratis a los enanos y el oráculo inventaba profecías infalibles por placer. «Qué pereza» dijo él. Yo decidí ir a ver cómo estaba la Reina.

Nos separamos. Crucé el primer puente y me adentré en el bosque. Los árboles vibraban como tinta mojada en el terciopelo hondo de la noche. Los pájaros callaban en honor a la Reina, y sólo una joven estrella perdida en la oscuridad me sonrió tímidamente al verme pasar. Salí del bosque. Atravesé el séptimo puente, caminé sobre el abismo donde aún se oye gritar a la niña bruja que resbaló. Llegué al palacio. La Princesa Lara, mi hermana, mi otro yo, me abrió sigilosamente la puerta, y entré en una sala inundada de luz.

Lara vestía como siempre de blanco, y como siempre sus ojos negros reían mientras su rostro permanecía sereno.

—¿Cómo está? –pregunté.
—Ya casi se ha ido. ¿Quieres verla?

Atravesamos salas y salas, hasta el dormitorio de la Reina. La Princesa Lara entornó suavemente la puerta; vi a la Reina. Flotaba en la penumbra, ya casi transparente, serena como si estuviese dormida. «Pronto serás Reina» le dije a Lara. Me sonrió con la mirada y me cogió la mano. Al pasar por la galería de los espejos nos miramos extrañadas, como si nos viéramos por primera vez: Ella siempre pulcra, inmaculada, yo cubierta aún del lodo verde del río. Tenemos exactamente los mismos ojos negros, pero los suyos comprenden y ríen, mientras los míos, siempre extrañados, descifran el mundo con amargura.

—¿Estuviste en el río? Estás cambiada.
—Sí. No sé por qué, no me gustó. No sé lo que me pasa. Todo parece tan extraño.
—Es normal, pasa todos los siglos cuando hay Tardes Rojas. La Reina se va.
—Tengo miedo.
—Es normal, siempre pasa al despertar.
—¿Crees que yo también me voy?
—Parece que no comprendes, como si estuvieses ya en la otra lógica.
—No me gusta la realidad.
—Porque no la entiendes. No puedes juzgar lo que no entiendes.
La realidad es la que hay. No se elige, no se entiende, no se juzga.
—Pero hay otra realidad. Otros mundos. Otra lógica. Un más allá.
—Quién sabe. Sólo esta realidad es segura. Lo demás son especulaciones, sueños.
—¿Entonces crees que nos morimos para siempre?
—Tal vez. O de Tarde Roja en Tarde Roja. Qué más da.
—Da miedo.
—No. Nos pasa a todos. El mundo es así.
—Ya no me gusta; parece absurdo.
—Nunca te ha gustado. Intentabas creer que sí para no sentirte
desgraciada. Como si vinieras de otro lugar. Siempre has soñado con irte.
—¿Tú no?
—Yo estoy bien.
—Es una jaula de oro.
—Sí; pero yo no sé volar. Yo estoy bien. Tú siempre has querido
irte, como si no fueses de aquí.
—¿Y si me fuera?
—¿No te da miedo?
—Tal vez sea sólo abrir los ojos…
—Hazlo lentamente. ¡Imagina que no hay nada después de la muerte! ¡Imagina que el más allá es un infierno! Quédate. La vida es segura, la realidad no se diluye, quién sabe si existe un más allá.
—Quédate tú. Te espero allí.
—Adiós.
—Quiero ser libre, ¿me comprendes?
—Sí: eres libre en los sueños, libre en la muerte, libre en otros universos que tal vez no existan –pero incapaz de ser libre ahora y aquí.
—Adiós Lara. No te quedes demasiado, vete en la próxima Tarde Roja. Te espero allí.
—¡Tal vez no haya ningún «allí»! Dile el último adiós a la Reina.

De nuevo entramos en el dormitorio. La Reina se había diluido en la penumbra; la habitación estaba vacía. Intuí los resplandores fríos del alba.

La Reina Lara me acompañó a la puerta; tenía algo triste en la mirada.

—Adiós.

Había amanecido. Todos los pájaros del bosque aclamaban a la nueva Reina. Pensé que sería otra mañana de sol, y que, si quisiera, podría ver una infinidad de mañanas de sol, y la eternidad me dio vértigo. Pensé en las pobres palomas que agonizaban en el estanque verde, pensé en los peces muertos del río, en los cuerpos extraños que bailaban desnudos, en los largos cabellos azules de mi amiga, en la niña bruja gritando en el abismo por toda la eternidad, pensé en la hermosa Reina Lara, mi hermana, mi otro yo. Y me fui sola. Di el salto. Abrí los ojos.
Desperté.

 
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El secreto del amor

El Lago de Ginebra

El Lago de Ginebra

 

Érase una vez, un matrimonio feliz.

Él la amaba por encima de todas las cosas; ella le correspondía cortésmente. Él trabajaba muchas horas para ganar el pan; ella lo comía sin remilgos y pedía más. Él se iba al banco a las siete de la mañana; ella se quedaba en casa meditando sobre el sentido de la existencia. Tenían una casa grande y bonita a orillas del lago, a las afueras de Ginebra. Había cisnes, ardillas, una gata siamesa, árboles centenarios, muchas flores en primavera gracias a un primoroso jardinero, una vista inigualable sobre las montañas azuladas y las nieves eternas del Mont Blanc. Tenían tres coches, dos personas de servicio, un piso en la Costa Azul y otro en París, y los fines de semana de invierno iban a esquiar a las alturas donde siempre brilla el sol. Se trataba, pues, de un matrimonio feliz.

O, al menos, él era feliz. Ella no.

Todo empezó con el profesor de yoga. Ella se llamaba Domitila, para sus amigos Mimí. Era rubia de ojos claros, delgada, alta, delicada, muy elegante. Sus movimientos eran sigilosos y suaves, hablaba en voz baja, siempre sonreía y hacía lo posible por agradar. Y lo conseguía: todos la consideraban “agradable”. Discreta, de modales exquisitos, algo tímida y recatada, de una belleza sobria. Pero, caballeros, ¡no se fíen de las aguas mansas! La dulce Mimí tenía treinta años, sentía angustia por el futuro y unas ansias vagas pero desesperadas de vivir.

Foto de Helena Cosano, por Arturo Villarrubia

Helena Cosano fotografiada por Arturo Villarrubia

Así que todo empezó con el profesor de yoga. Habían abierto una escuela nueva en el mismísimo centro de la ciudad, ofrecían clases diarias, sauna y baño turco, masajes, y el fundador era un “gurú” apasionado del yoga que había pasado más de quince años en la India.

Domitila llevaba dos años practicando yoga. Había participado en diferentes retiros y cursos intensivos; había experimentado con varias escuelas y muchos estilos. Llegó al nuevo centro por casualidad: estaba paseando, contemplaba los escaparates de lujosas tiendas cuando vio un póster con una hermosa flor de loto, empujó la puertecita que indicaba, y entró.

Vio al gurú. Vestía de blanco. La recibió con una sonrisa franca y una mirada demasiado oscura. Era un joven tatuado y musculoso. Había vivido en la India y le apasionaba el yoga. Pero su práctica resultaba más física y competitiva que espiritual, y amaba la enseñanza  menos por la satisfacción de transmitir sabiduría que por el poder y el aura de superioridad que le otorgaba su condición de Maestro. Decía llamarse Shiva. Era un joven ambicioso. Y le gustaba seducir.

Le enseñó las instalaciones, le mostró la sala de meditación, la sauna, la cocina donde preparaban los tés ayurvédicos, los vestuarios. La ayudó a rellenar el formulario de inscripción. Y Domitila acudió a su clase ese mismo día, con su ropita ajustada de marca, sus movimientos delicados, su cuerpo perfecto y su sonrisa siempre dispuesta a agradar. Le impactó el joven tatuado y musculoso todo vestido de blanco, cuyas manos suaves pero firmes sujetaban su cuerpo y le indicaban con precisión lo que debía hacer, cuya mirada oscura, demasiado penetrante, la hacía sonrojarse. Se sentía tímida cuando él se acercaba a ella en las clases, y a la vez anhelaba su proximidad. Fue rápido: ella se aburría, y a él le gustaba conquistar.

Las semanas, los meses siguientes, fueron maravillosos para Mimí. “C’est le premier pas qui coûte”, dicen en Ginebra. Después de Shiva, y aunque seguía con Shiva, conoció a un francesito de provincias que se dedicaba a la sanación energética. Y a un millonario maronita con el mejor yate del lago, que la colmó de joyas y pidió su mano. Y a un actor egocéntrico que hacía de galán en una serie italiana de televisión. Y a un astrofísico persa cuyos padres se habían desterrado con el Sha y que recordaba con nostalgia glorias de otro tiempo. Y a un joven embajador griego que le componía filosóficas poesías de amor. Y a un finlandés más blanco que la luz de la luna que le enseñó meditación trascendental y le hizo tántricamente el amor. Y a un catedrático de la universidad de Berna que dominaba el arte del haiku japonés. Y a su monitor de esquí, que no tenía nada de particular, más que una tez bronceada, dientes cegadores de blancura y los ojos del azul más intenso que Mimí había visto jamás.

Algo cambió en Mimí. Sus movimientos se hicieron aún más felinos y su mirada más franca, y su sonrisa ya no procuraba agradar. De pronto, era consciente de su poder, y ese poder emanaba de su piel y la envolvía como un perfume. Cuando caminaba por la calle, los hombres siempre se daban la vuelta para poseerla con la mirada, y ella se embriagaba de los deseos feroces que sabía despertar. Y cuando decidía que uno sería suyo, al instante lo tenía. Los hombres caían rendidos a sus pies. Parecía magia; era el simple poder de su feminidad liberada. Sobre todo, por primera vez en su vida, no deseaba nada, no le angustiaba el futuro ni el tiempo que pasa, no meditaba sobre el sentido de la existencia, no se aburría ni un instante y daba gracias al universo por haberle concedido la plenitud. Era feliz.

Durante la primavera de aquel año, mientras las ardillas volvían a recorrer los árboles centenarios, los cisnes ponían huevos en lugares insospechados, la gatita siamesa entraba en celo y todo el jardín de nuevo se volvía exuberante de flores, Mimí fue feliz. Tenía, prácticamente a la vez, un imponente número de amantes excepcionales, y, aunque su vida resultaba a veces algo compleja de gestionar, nunca había sido tan rica, tan estimulante, tan llena de emociones, sensaciones nuevas y pensamientos, nunca había aprendido tanto, nunca se había divertido tanto, nunca se había sentido tan poderosa, nunca había disfrutado tanto de ser mujer. Y la relación con su marido nunca había sido tan armoniosa, pues Mimí desbordaba hacia él toda su gratitud: tenía siete amantes y estaba felizmente casada; su vida era perfecta, gracias a él.

Pero, un buen día, conoció a quien no hubiera debido conocer. Hasta entonces había jugado, con desapego y alegría, regalando placer, amistad, respeto y afecto, pero nunca, jamás, amor. Y de pronto se enamoró. Fue imprevisto, fue involuntario. Fue atroz. Y catastrófico. ¡Se enamoró!

Se enamoró de un amigo de su marido, banquero él también, que acababa de regresar de Londres. Era soltero, alquiló una casita junto a la del matrimonio y empezaron a coincidir con frecuencia. Se llamaba Roberto. No era particularmente guapo. Ni especialmente inteligente. Tampoco destacaba por su sentido del humor. Ni por una extensa cultura ni algún talento admirable. Ni siquiera compartía con Mimí aficiones o intereses. Hablaba poco y sólo de dinero, de comida y de jugar al golf. Tal vez sólo tuviera un punto fuerte: que apenas la miraba y no sabía verla. La veía, cómo no, la veía casi a diario, y era siempre hacia ella impecablemente galante. Pero lo era por vana cortesía; con el frío desapego que hasta poco antes había sido el de Mimí. La veía: y la olvidaba. Veía a una mujer bonita que quería agradar, como tantas. La veía, la consideraba “agradable”, y al instante la olvidaba.

Mimí, que era intuitiva, lo notaba. Y enloquecía. Por alguna misteriosa razón, aquel personaje anodino estaba fuera de su alcance. ¿Por qué no funcionaba ya esa magia femenina que parecía infalible? Dicen que el secreto del amor es no amar. Mimí había sido todopoderosa. Pero, de repente, quería agradar, temía no gustar como deseaba, y perdía su seductora seguridad, perdía la espontaneidad alegre e indiferente de quien sólo está jugando y sólo pretende jugar; y a todos, hombres y mujeres, nos asusta un poco tanta sinceridad. De pronto, se enamoró. Se enamoró mientras jugaba. Sin haberlo planeado. Sin darse cuenta. Se enamoró. Y el juego se volvió tan atrozmente serio que ya no sabía continuar.

Dejó de ver a sus amantes. De pronto descubrió que eran todos insoportables, por las razones más diversas. Se percató de que el bello gurú vestido de blanco, musculoso y tatuado, cometía faltas de ortografía, y le dejó. El actor escribía con corrección, pero no tenía nada interesante que escribir. El francesito de provincias vestía sin gusto, y eso le pareció inaceptable. El astrofísico persa era demasiado decadente, la deprimía. El millonario maronita era tan materialista que Mimí consideró su deber dejarle claro que no todo se puede comprar. El joven embajador tenía un deje cosmopolita excluyente y esnob, la irritaba. El profesor de universidad (que no cometía faltas de ortografía, no era decadente ni materialista ni esnob y vestía con cierto gusto) le resultó pedante. El finlandés era demasiado espiritual. El monitor de esquí, que no adolecía de ninguno de estos defectos, desgraciadamente no sabía de tantra y hacía mal el amor.

Sólo quedaba su marido. Mimí ya no sentía hacia él gratitud alguna. Le exasperaba. Le molestaba su tono de voz demasiado estridente, le irritaba sobremanera su forma de comer, le disgustaba el aroma de su agua de colonia, el olor algo agrio de su cuerpo y el tacto siempre húmedo de su piel, y, por la noche, no soportaba escucharle respirar. Las primeras peleas comenzaron cuando Mimí decidió que la respiración nocturna de él, ligeramente asmática, suponía un agravio hacia ella. Una noche él sin querer roncó, y Mimí estalló en un ataque de cólera. A partir de entonces durmieron en habitaciones separadas. Y un buen día, cuando Mimí rompió a llorar durante el almuerzo porque él masticaba con la boca abierta, decidieron separarse.

De vuelta en el piso de sus padres, Mimí lloraba todas las noches pensando en su amor platónico, su idealizado Roberto. Hasta que, unos meses después, volvió a coquetear con otros, y su enamoramiento se evaporó. Estaba saliendo con un apuesto cirujano cuando coincidió con Roberto en una fiesta. Ella le saludó con cálida indiferencia y él, por primera vez, la miró de verdad. La vio. Y no la pudo olvidar. Se enamoró. Enloqueció.

Un año más tarde, Roberto y Domitila estaban casados. Él la amaba por encima de todas las cosas; ella le correspondía cortésmente. Él trabajaba muchas horas para ganar el pan; ella lo comía sin remilgos y pedía más. Él se iba al banco a las siete de la mañana; ella se quedaba en casa meditando sobre el sentido de la existencia. Tenían una casa grande y bonita a orillas del lago, a las afueras de Ginebra. Había cisnes, ardillas, una gata siamesa, árboles centenarios, muchas flores en primavera gracias a un primoroso jardinero, una vista inigualable sobre las montañas azuladas y las nieves eternas del Mont Blanc. Se trataba, pues, de un matrimonio feliz.

Lago de Ginebra

Lago de Ginebra

 

 
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Tradición vs. Compasión: el Toro de la Vega

La violencia en el arte

Helena Cosano (1ª por la dcha.) en la manifestación ‘Rompe una lanza’ del 14 de septiembre de 2013.

El sábado pasado tuve el honor de asistir a la manifestación organizada por PACMA (el Partido Antitaurino contra el Maltrato Animal) contra la celebración de un festejo de origen medieval, el llamado “toro de la vega”, durante el cual un toro es lanceado hasta la muerte. Que aún existan prácticas de ese tipo, que sigan siendo legales en nuestro país, demuestra que nuestro derecho positivo aún tiene un gran trecho que recorrer.

Algunos justifican su pervivencia alegando que es “arte”. Fue reconfortante constatar cuántas personalidades del mundo del arte, de la literatura y del espectáculo se encontraban allí, protestando contra una crueldad que ninguna expresión artística podría justificar. Allí estaban, al frente de la manifestación, entre otros muchos, Soledad Puértolas, Rosa Montero, Chesús Yuste, Isabel Camblor, Marta Navarro, Ruth Toledano, Jorge Magano o la actriz Beatriz Rico. Demostrando con su apoyo que el mundo de la cultura conoce la diferencia entre la tortura y el arte.

Yo me cambio por Vulcano

«Yo me cambio por Vulcano»

El arte ha recogido siempre las pasiones humanas, las más sublimes y las más deleznables, y las ha sabido transmutar a través de la belleza de la forma. Escenas de caza o de muerte están ya presentes en las pinturas rupestres; la violencia parece consustancial a la naturaleza. Y al arte humano. Los actos de altruismo más admirables y las injusticias más abyectas, la venganza, la traición, así como el heroísmo y los más magnánimos sacrificios, han sido siempre parte del alma humana, que el arte expresa y ennoblece. Aristóteles definió en su Poética el concepto de “catarsis” como “purificación”, y el psicoanálisis lo adaptó al proceso terapéutico de liberación de los traumas psíquicos.

¿Pero cuál es el límite de violencia aceptable para que el arte siga siendo arte? Lo interesante de la cuestión es tal vez que parece obvia, pero que la historia de la cultura demuestra que no lo es. Así, hoy todos aceptamos unánimemente en nuestro mundo supuestamente civilizado que representar una tragedia de Shakespeare en la que se tortura, mutila o asesina, es “arte”. Pero que asesinar, mutilar o torturar a los actores durante la puesta en escena ya no lo sería, por estéticamente bella que fuera la ejecución, pues rebasaría una línea roja, no formulada pero sentida implícitamente por todos los que pertenecen a un mismo medio cultural. Y, sin embargo, esa línea roja es subjetiva y variable. Por ejemplo, en el teatro romano, sí fue habitual que los actores esclavos pudieran ser torturados, mutilados o asesinados durante el espectáculo. Y la justificación era evidente: la obra así resultaba más intensa, más real, más “sublime”. La legislación de la época lo facilitaba sobremanera: los esclavos no eran “sui iuris”, no eran sujetos de derecho, sino objeto de él. Como lo son los animales en muchos ordenamientos jurídicos actuales. La cuestión del estatus de los esclavos a lo largo de la historia siempre me ha parecido inquietante, pues los esclavos no eran plenamente humanos, como no lo eran los judíos en el Tercer Reich. Eran “sub-humanos”: es decir, animales. Objetos que se mueven. Máquinas, como imaginaba Descartes. Y por lo tanto, quedaban excluidos del mundo del derecho. Y del de la compasión.

La condicionalidad de la compasión hacia otros seres vivos es de las cuestiones más turbias para un ser racional. La compasión parece instintiva, “natural”. Y, sin embargo, la historia demuestra que es aprendida, que depende de múltiples factores, que no es la misma de un individuo a otro ni de un país a otro, y que puede cambiar con el viento de las circunstancias.

Cabeza maniCreo que nadie en su sano juicio aceptaría en España un espectáculo en que un niño de nuestra especie homo sapiens fuera alanceado. Pero en muchos momentos históricos, si el niño hubiera nacido esclavo, o negro, o judío, u homosexual, o miembro de cualquier minoría temporalmente despojada de su plena humanidad, entonces, sí hubiera sido aceptable. Porque, si bien no se hubiera negado que el niño judío o negro sintiera dolor o, más filosóficamente, si bien incluso se hubiera podido aceptar su capacidad de sufrimiento, éste era considerado irrelevante. Como si la compasión no debiera expresarse hacia seres indignos de ella: no hacia el condenado a muerte, no hacia el enemigo en una guerra, no hacia el traidor, no hacia la mujer adúltera o el asesino en serie, o el simple moroso. No, hacia quien fuera implícitamente, aún de forma pasajera, considerado de una especie inferior. No, hacia los animales.

En las tradiciones espirituales más diversas, la “compasión” – que se denomine “amor al prójimo”, “caridad cristiana”, “piedad”, “Amor”, “misericordia” o “empatía” — es uno de los rasgos que demuestran más claramente el grado de “humanidad” de una persona, su nivel de consciencia, la etapa de desarrollo personal a la que ha llegado. Porque lo más sublime en la especie humana es esa capacidad de conmiseración hacia el débil. De ahí surgió el derecho, el derecho que impidió que reinara la ley de la selva, la ley del más fuerte. El derecho nació como un invento de la humanidad para proteger al débil que la naturaleza dejaría desamparado. Así, el derecho ha ido transformado nuestras sociedades en lugares menos crueles. Ha conseguido que en general el macho humano procure lograr el consentimiento de su hembra antes aparearse, y no la viole aunque su fuerza física se lo permita y aunque así ocurra en otras especies. Que se intente proteger a los niños, a los discapacitados, a los ancianos. A los débiles. Y cuanto más avanzada una sociedad, mejor protege a los más débiles. Ese contrarrestar la ley de la selva y nuestros instintos más básicos a través del derecho, es un invento típicamente humano, y erige la compasión en el criterio más certero de la civilización. Como decía Gandhi, la grandeza de una nación se mide en cómo trata a los más indefensos. A todos los indefensos: sin excluir a ningún ser vivo del ámbito de la compasión.

En España aún “se celebran” ciertos espectáculos que dejan atónita a gran parte de la opinión pública internacional. Se celebran de forma legal, pues el derecho a menudo se limita a recoger las costumbres en lugar de contribuir a modernizarlas. Parte de nuestra población los aplaude y defiende con la virulencia con la que nos aferramos a nuestras pulsiones más bajas. Otros, que son cada vez más numerosos, se limitan a observar, aterrados ante tan poca “humanidad”. Ante tan poca compasión. Ante un hecho de barbarie que niega los cimientos de la civilización.

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Las escritoras Isabel Camblor y Helena Cosano rompen simbólicamente una lanza en la Plaza de Colón durante la manifestación del 14 de septiembre 2013.

Lo del Toro de la Vega, como otros tantos espectáculos de nuestro país, es tan atroz que discutirlo debería ser innecesario. Que un animal al que se somete a una muerte lenta sea capaz de sentir dolor, un animal con un sistema nervioso tan parecido al nuestro, es como negar que los judíos padecieran en los campos de concentración o que los esclavos fueran capaces de sufrir: es una cuestión tanto filosóficamente como desde el punto de vista de la biología tan obvia que carece de interés discutirla. Lo interesante es la compasión: ¿por qué no inspira compasión el dolor de ciertos seres vivos? ¿Por qué una madre de familia ejemplar, que ama a sus hijos por encima de todas las cosas, entregada, generosa y llena de amor, por qué no siente ni un ápice de lástima cuando contempla la lenta agonía de un animal? La madre de familia ejemplar me responde, y en general se contradice a sí misma: Primero me dice que el animal no sufre. Luego acepta que sí, que tal vez sí sufra, pero ¿qué le importa eso a ella? No es que sea sádica. Es que el sufrimiento del animal, no lo “ve”. Ella ve “Arte”. Siente la inmensa energía de las masas, la tensión eléctrica que recorre su cuerpo, el combate mitológico con “la bestia” frente a “la inteligencia”, los ideales de valor, los colores y los gritos, música y rituales, y se siente transportada a un mundo de belleza, de peligro ancestral, con el sabor de la muerte y la euforia de la vida, un éxtasis en que cree rozar lo sublime. Eso es “la tradición”, que la une a incontables generaciones de humanos valerosos, y su vida adquiere un nuevo sentido, más grande. Abandona el espectáculo sintiéndose purificada, como tras una inmensa catarsis. Y vuelve a casa serena y llena de amor, a ocuparse de sus hijos o acariciar a su perro.

¿Por qué? Simplemente, porque su empatía se ha dirigido exclusivamente hacia el humano, y en ningún momento hacia el animal. A eso, Singer lo denomina “especismo”. Al igual que los jefes de los campos de concentración podían demostrar la crueldad más inconcebible hacia sus víctimas sin dejar por ello de ser ciudadanos ejemplares. Simplemente porque, en la especie humana, casi nada es ya “natural”. Todo se aprende. Todo se pacta. A través de normas escritas o de costumbres. La compasión se pacta y se aprende. Y cuanto más avanzada una sociedad, más compasiva se vuelve. Por eso, España tiene aún un largo camino que recorrer.

manifestación rompe una lanza2

Pero en la manifestación del pasado 14 de septiembre 2013 contra la celebración del “Toro de la Vega” hubo representantes del mundo de la cultura, intelectuales, escritores, actores, artistas, y también obreros y gentes de las profesiones más diversas, jóvenes y mayores, incluso niños –muchos niños, con pancartas en contra de la tortura, indicando que se cambiarían “por Vulcano”, la víctima de este año. Fue una manifestación multitudinaria. Compacta. Conmovedora. Dicen que histórica, pues nunca se habían expresado tantos ciudadanos en contra de la crueldad. Los medios de comunicación enjuician tan diversamente lo acontecido que no sabría decir cuántos éramos: ¿tres mil? ¿veinte mil? Toda suerte de cifras se barajó. Sólo sé que éramos muchos. Y que fluía una energía poderosa, la energía más poderosa del mundo, esa que mueve las estrellas y que crea universos, la única capaz de convertir nuestra sociedad en un lugar mejor: la energía de la compasión.

 
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Cultura para todos

De vuelta a casa, rememorando la Semana Negra y releyendo con calma y bien acompañada todos los números de "A Quemarropa".

De vuelta a casa, rememorando la Semana Negra y releyendo con calma y bien acompañada todos los números de «A Quemarropa».

Se acabó. Pareció acabarse de golpe, como si el tiempo se hubiera acelerado. De vuelta a casa, a la rutina, el trabajo o las vacaciones, a la ciudad o a la playa, los días de la Semana Negra se confunden en un torbellino de recuerdos alegres ligeramente teñidos de nostalgia. ¡Se acabó!

Sábado 13/7/13. Última velada en el Don Manuel. De izquierda a derecha, las escritoras Noemi Sabugal, Vanessa Montfort y Helena Cosano.

Algunos intentaron exprimir al máximo los últimos momentos. Otros tenían ya tal cansancio acumulado que no fueron capaces. Los últimos días fueron calurosos y húmedos, bochornosos. Con el mismo ritmo de presentaciones, música y tertulias de los anteriores.

El libro que la SN regaló a los asistentes, siguiendo la tradición de editar una obra especial y distribuirla gratuitamente cada año antes de la clausura.

El sábado recibí con euforia mi primer ejemplar del libro de este año: y es que un detalle característico de la Semana Negra es el hecho de que, cada año, edita un libro y regala 1.000 ejemplares entre los asistentes. Este año, una obra muy especial: “RDA, el país que nunca existió”, una antología por Ibon Zubiaur que recoge autores de la antigua República Democrática Alemana no traducidos al español, rescatando joyas entre la basura ideológica de ese período.

Primer plano de Helena Cosano con el personaje más emblemático de la SN: Paco Ignacio Taibo 2, escritor hispano-mejocano y Director hasta el 2012 de la SN.

El domingo por la mañana, demasiado temprano para el gusto de más de uno, reunión en el Don Manuel. La última tertulia. Debo admitir que se echaba en falta el dinamismo habitual: muchos habíamos dormido poco, algunos ni siquiera se habían acostado y otros llevaban varios días sin dejar de beber. Intercambiamos libros y direcciones, e hicimos planes de reencuentros: ¿en la Semana Negra de Buenos Aires? ¿En el Celsius 232 de Avilés? O, como muy tarde, el año que viene…

No había “Tren Negro” a la vuelta. Habían puesto a nuestra disposición un autobús, y por mucho que lo llamáramos “bus negro”, no era lo mismo. Faltaban muchos amigos que se quedaron atrás. Y no es lo mismo empezar una aventura que recordarla, se notaba el cansancio de los días en Gijón y cierta nostalgia.

Primero nos condujeron, de nuevo, al recinto donde se ha celebrado este año la Semana Negra, en los terrenos que antes albergaron el astillero Naval Gijón, para que, periodistas y autores, pudiéramos asistir a la clausura oficial. Pudimos leer el último número de “A Quemarropa”, titulado: “TRIUNFO – La semana negra un año más”, con un poema de Goytisolo que sustituyó el habitual editorial. Fue un acto entrañable. Ahí estaban todos los retratos pintados durante la semana por Félix de la Concha, Yampi y su guitarra, muchos nuevos amigos… Éramos menos que de costumbre en la carpa del Encuentro, pero los discursos tuvieron algo eufórico: sí, ¡gran éxito, un año más!

Domingo 14 de julio: La clausura oficial estuvo a cargo de José LuisParaja (en la foto, a la detecha), director del comité organizador de La Semana Negra, y de Ángel de la Calle, director de contenidos (a la izquierda).

Discurso en Morera de Aller, el domindo 14 tras la clausura oficial.

La clausura oficial estuvo a cargo de José Luis Paraja, director del comité organizador de La Semana Negra, y de Ángel de la Calle, director de contenidos. Paraja transmitió un mensaje de resistencia y perseverancia, porque las personas son quienes cambian la sociedad, y agradeció a todos los asistentes el apoyo recibido, pues sin ellos no hubiera sido posible cumplir veintiséis ediciones de la Semana Negra. El senador Vicente Álvarez Areces, en su condición de cofundador del festival, agradeció también la presencia multitudinaria que ha permitido a la Semana Negra sobrevivir tantos años a pesar de los ataques sufridos. Añadió que “Gijón debe sentirse orgullosa de su Semana Negra, porque le ha dado mucho a la ciudad” y terminó con una hermosa frase en la que instaba a los vecinos a ser tolerantes, pues la Semana Negra beneficia a Gijón, a todo el Principado de Asturias y a la cultura. La veintiséis edición, considerada “brillante a pesar de la dificultades”, fue declarada clausurada.

Morera de Aller, bajo un sol de justicia.

Morera de Aller, bajo un sol de justicia.

En Morera de Aller nos ofrecieron una generosa espicha de despedida, precedida por un discurso apasionado sobre el ideal de cultura para el pueblo trabajador o la tradición minera en Asturias. Un pueblo pintoresco, un sol aplastante, más propio de Castilla que de Asturias. Nos sirvieron sidra, y toda suerte de especialidades de la región. Me encantaron los postres, que varias simpáticas camareras nos iban presentando y explicando. Tomaron unas cuantas fotos del grupo, bajo un sol de justicia, antes de separarnos. Los organizadores, Marta, Ana y otros amigos regresaron a Gijón, los demás emprendíamos el viaje hacia Madrid en autobús. Entre charlas, una siesta y las paradas, se me hizo muy breve. Demasiado: pronto habíamos llegado.

En Morera de Aller, tras espicha y almuerzo de despedida.
De izquierda a derecha: el pintor Félix de la Concha, Helena Cosano, la escritora, poeta y dramaturga Ana Merino.
/ Generoso buffet.

El autobús se detuvo en Madrid en la estación de Chamartín, delante del Hotel Husa, donde había empezó la aventura. Los últimos abrazos. Y cada uno se fue por su lado… ¡Hasta el año que viene!

Domingo 14/07/13 En el "Bus Negro", Ana Merino me regala su libro con una artística dedicatoria. / Despedidas en Madrid, ante el hotel Husa de Chamartín donde se inició la aventura. En la foto: Ana Merino, Felix de la Concha y Laura Muñoz Hermida.

Domingo 14/07/13
En el «Bus Negro», Ana Merino me regala su libro con una artística dedicatoria. / Despedidas en Madrid, ante el hotel Husa de Chamartín donde se inició la aventura. En la foto: Ana Merino, Felix de la Concha y Laura Muñoz Hermida.

La Semana Negra es divertida. Es interesante. Es un sitio único para conocer a personas especiales, creativas, diferentes. Es un privilegio poder conversar con autores míticos, en un ambiente tan relajado y afable. Pero lo que tal vez más me ha llamado la atención es que propone otra forma de vivir la cultura, directa y sin pretensiones, interesante, divertida. Esta es una de mis conclusiones de la Semana Negra: la cultura es y debe ser verdaderamente para todos.

Izquierda: Reunión matutina en el Don Manuel. Mientras esperamos el «Bus Negro», el escritor mexicano Pedro Salmerón me dedica su novela «La cabeza de Villa». Derecha: Domingo en la clausura: Yampi con su guitarra.

Nos muestran fotos desgarradoras de la realidad en Siria y Libia. Sábado 13/7/13 en la carpa "El Encuentro"

Nos muestran fotos desgarradoras de la realidad en Siria y Libia.
Sábado 13/7/13 en la carpa «El Encuentro»

Se trata del Festival Literario más importante de España. Su fama no se limita a Asturias, ni a la Península, sino que se extiende por Europa, por el mundo. Sí: Gijón debe sentirse orgullosa. No es fácil organizar un evento internacional de tales dimensiones, con recursos siempre más escasos. Todo el equipo ha sido brillante y merece, primero, nuestra más sincera enhorabuena. Segundo: unas más que merecidas vacaciones… Me resultan poco comprensibles las críticas que ha recibido. Algunos vecinos se quejan del ruido: ¿más que en otros festejos? Y solo es una vez al año… Hay también quien está descontento con el ambiente de feria –el mercadillo, las atracciones, el chocolate o el pulpo-, y consideran una especie de sacrilegio que un señor con una cerveza en la mano se detenga a mirar libros. Las carpas estaban siempre abarrotadísimas. En ambientes más académicos y tradicionales, como en las presentaciones de libros de la capital, es altamente improbable conseguir tanta asistencia. Gijón ofrece libros y cultura para todos, de forma realmente democrática. Son bienvenidas las familias con niños de todas las edades, con muchos recursos o con pocos, ilustrados o con simple curiosidad: cultura al alcance de todos, ¿acaso no debería ser así?

La noria iluminada, el sábado por la noche, en el recinto de la Semana Negra.

La noria iluminada, el sábado por la noche, en el recinto de la Semana Negra.

Pero detrás de esta crítica tal vez se esconda, inconsciente, ese sutil esnobismo intelectual que hace preferir las obras pesadas a las amenas porque sin saberlo imagina que el aburrimiento es la consecuencia lógica de la calidad, y cree de forma más o menos lúcida que la cultura debe ser algo elitista, hermético y digna solo de los estoicos, si no por su dificultad intrínseca, al menos por el tedio que produce acercarse a ella. La Semana Negra presenta el mundo de la cultura de forma divertida. Un mundo que es para todos, donde los niños aprenden a asociar libros con ocio, con el placer de subirse a la noria o a un tren del miedo. Y eso en nuestra sociedad es crucial. Porque no fomentaremos la lectura obligando a ella en las aulas, ni tendremos ciudadanos inteligentes si apenas leen, ni una clase política modélica sin un pueblo ilustrado que la controle, ni nuestra democracia lo será realmente si los ciudadanos, más que como ciudadanos, se comportan como incapaces caprichosos y tan poco admirables como aquellos a los que critican. No tendremos democracia real sin una ciudadanía capaz de pensar por si misma, de “salir de la minoría de edad”, como definía Kant la ilustración (“Aufklärung”). La cultura educa la mente y la capacidad de juicio, nos hace realmente libres y propiamente humanos. Pero no se adquiere por arte de magia, ni por imposición. Sino aprendiendo y enseñando a amarla, descubriéndola, primero, como fuente de placer.

Los retratos realizados por Félix de la Concha durante la Semana Negra 2013, en la carpa «El Encuentro».

Tal vez sea esto lo que más me ha impactado de la Semana Negra: la demostración práctica de que la cultura puede ser divertida y que debe ser para todos, no para ricos ni pobres, para los de izquierdas ni los de derechas. Y que festivales como la Semana Negra hacen más por la cultura, y con menos medios, que la mayoría de los actos solemnes y tediosos a los que nos tienen tan acostumbrados que acabamos condicionados a creer que, si no es aburrido, no es cultura.

Foto de grupo. Autores, periodistas y organizadores de la SN tras el almuerzo de despedida en Morera de Aller.

Foto de grupo. Autores, periodistas y organizadores de la SN tras el almuerzo de despedida en Morera de Aller.

 
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¡Gijón crea adicción!

Los ganadores de los premios de la 26 edición de la Semana Negra de Gijón. / Foto: Daniel Mordzinski.

Sí, me lo habían dicho y repetido, pero he tardado en comprenderlo: ¡La semana negra engancha!

Fotoperiodismo

Exposición de fotoperiodismo.

Aquí sigo. En Gijón. Debía haberme ido hace tres días, pero no fui capaz. Como tampoco fui capaz de escribir antes la crónica prometida, pues tras las apasionantes tertulias en la terraza del hotel Don Manuel hasta altas horas de la madrugada, no queda apenas tiempo, ni energía. Y pronto fueron llegando, uno a uno, amigos muy queridos, amigos a quienes en Madrid resulta muy difícil ver, y prácticamente imposible verlos a todos al mismo tiempo, todos juntos, como están aquí: llegaron Paco Gómez Escribano, Carlos Salem, Begoña Minguito, Fernando Marías, Javier Márquez, Julia Martínez –sin contar a Laura Muñoz Hermida, Marcelo Luján, y otros muchos más-, y me pareció demasiado triste no disfrutar de una conjunción de astros tan poco habitual. De modo que sigo aquí, en el hotelito Castilla, cuando no intentando desdoblarme en la Semana Negra, que es lo más parecido a un campamento de verano para niños grandes.

Tres estrellas de la Semana Negra: los escritores Marcelo Luján, Paco Ignacio Taibo II y Ernesto Mallo / Foto: Laura Muñoz Hermida

Y la misma ya está a punto de terminar y empezamos a despedirnos mentalmente con la misma nostalgia que escolares que ven que las maravillosas vacaciones de verano tocan a su fin.

Las escritoras Noemi Sabugal y Helena Cosano charlando, con Silvio Galizzi al fondo, tras la presentación del libro de Jon Aretxe «612 Euros».

El tiempo, realmente, pasa siempre volando, pero aquí ha parecido acelerarse. Han sido tantas presentaciones, tantas charlas y tertulias, tantos actos diversos e interesantes, que resumir es difícil. Enumeraré simplemente los que me vienen a la mente o los que, por alguna razón, me han marcado:

Noemi Sabugal presenta a Jon Aretxe en la carpa «A quemarropa» / Foto: Morilla.

La joven escritora Noemi Sabugal nos presentó con mucho humor a Jon Aretxe, autor del libro “612 Euros”. Fueron desternillantes las travesías de la cabeza robada del general Sancho Villa que nos relató el escritor mexicano Pedro Salmerón. Disfruté con las exposiciones de Fotoperiodismo, y di largos paseos por las carpas de libros. Compré. Mucho, demasiado. ¡Qué próspera sería la industria editorial si todos consumieran tanta literatura como yo!

Félix de la Concha retrató con su destreza ya proverbial a varios autores. Me llamó la atención el cubano Leonardo Padura. Sostuvieron una interesantísima conversación: sobre los pintores que le atraen o le disgustan, sobre la ortodoxia comunista en Cuba (nos contó que él en su juventud apenas sabía quién era Trotski), sobre la diferencia del nivel de vida entre Cuba y España (cómo, la primera vez que asistió a la Semana Negra, en 1988, no le era posible tomar café a menos que le invitaran, etc.), y muchas anécdotas más representativas de un mundo que pocos occidentales conocen. Aconsejó “no mecanizar nunca” el proceso de creación, y comparó Hemingway con Picasso, en el sentido de que ambos son prototipos de artistas carismáticos que, sin embargo, no debían de ser personas muy “recomendables”. Me llamó la atención lo que nos contó de la “vida social de un libro” en Cuba, “el país de lengua española con más lectores y menos libros”, que me recordó a las costumbres rusas durante la época del Comunismo, cuando los libros eran un bien escaso y precioso y se les concedía una larga vida, circulando de mano en mano. Hablaron incluso de espiritualidad: Padura se confesó agnóstico pero atraído por el Dios “gran arquitecto” de los masones.

Los cuadros de Félix

Cuadros de Félix de la Concha.

Ernesto Mallo

El escritor argentino Ernesto Mallo / Foto: Morilla

Conocí al escritor argentino Ernesto Mallo, el fundador del festival Buenos Aires Negra (BAN!). Conversando con Angel de la Calle nos reveló cómo había engendrado su obra: Atravesaba una situación vital crítica, en un sótano evocador del de Dosteyevski, con su hija enferma, tras una mudanza traumática, una separación sentimental y sin dinero, trabajo ni esperanza, cuando optó por escribir una novela en lugar de suicidarse. Así nació su “poli bueno”, el ya famoso inspector Lascano, que ha protagonizado tres novelas. “Los hombres te han hecho mal” (Siruela) es su última obra.

Ernesto Mallo

Angel de la Calle presenta a Ernesto Mallo / Foto: Morilla

Ernesto Mallo nos describe un mundo en el cual no hay realmente buenos ni malos. Todos tienen ética, los criminales eligen su “carrera” como una vía entre otras para ganarse el pan. Lo que más me llamó la atención fue su explicación del crimen: el crimen, nos dijo, existe porque es “funcional” en la sociedad. Si desapareciera, una inmensa red de intereses creados se vendría abajo, comenzando por todo el sistema bancario que blanquea el dinero. El crimen existe porque hay violencia latente en la sociedad. Ésta puede expresarse de muchas formas. Puesto que parece que siempre existirá, es preferible tenerlo de buena calidad. Como un virus, el crimen muta, se adapta a nuevas circunstancias. Por ejemplo, en Latinoamérica ya no hay dictaduras, pero esto no significa que la sociedad sea menos violenta, sencillamente, los criminales fueron haciéndose más sofisticados, comprendiendo “que podían robar a las personas sin asesinarlas” y, de hecho, es mucho más rentable mantenerlas vivas para seguir chupándoles muchos años la sangre. Así, por ejemplo, explicaba él en gran parte la crisis española.

Humor en la Semana Negra…

“El humor es el único antídoto conocido contra la estupidez”, porque el verdadero enemigo es el estúpido –no necesariamente “falto de inteligencia”, sino incapaz de medir las consecuencias de sus actos-. La inteligencia es limitada, la estupidez, infinita: por eso es tan peligrosa. Parece que “ser estúpido, duele”, pero “rara vez al estúpido”.

Finalmente, pronunció unas cuantas palabras que levantaron aplausos apasionados entre el público sobre la prostitución, la trata de blancas, etc. Para Mallo, el problema real son los cómplices (sin demanda, la oferta dejaría de ser rentable y el negocio desaparecería por sí solo). Contó cómo una jovencita fresca y lozana se convierte en poquísimos años de ejercer la prostitución en una mujer avejentada, humillada, resentida, rota, que “odia y desprecia a sus clientes”. Afirmó que existen muchos tipos de prostitutas pero que, al final, “todas son de las que lloran”. Según él, la complicidad con los clientes proviene de una visión machista y retrógrada de la mujer, considerada como un objeto que es “divertido” utilizar. Y concluyó, entre humor y provocación: “¿qué sentido tiene el sexo con una mujer que te odia y te desprecia? ¡Si para eso está el matrimonio!”.

Interesante mesa redonda de jóvenes escritores de ultramar: “Ahora Latinoamérica en género negro”. Con Horacio Convertini, Edwin Umaña Peña, Rodolfo Santullo, Juan Carlos Chirinos y Marcelo Luján como moderador. El tema que a mí más me marcó, por haber vivido yo misma muchos años en el extranjero, fue el de la contaminación lingüística en la literatura de los que viven lejos de su país de origen: así, Marcelo Luján mencionaba “la triste metamorfosis” que iba desfigurando de año en año la voz de sus narradores.

Helena Cosano y Carlos Salem, el peligroso poeta pirata, tras la presentación de sus libros.

Llegó a la Semana Negra Carlos Salem, el escritor a quien conocí hace unos años en Ginebra, cuando yo aún vivía allí. Es un tipo con la voz más cascada que Sabina que siempre lleva un pañuelo negro en la cabeza (por eso le llamamos “el pirata”) y muestra cierto gusto por lo que él llama chistes “guarros”. La presentación de sus libros fue divertidísima. El mítico pirata-poeta hizo gala de un estupendo sentido del humor, y toda la carpa “A quemarropa” se torcía de risa al verle responder con tanta agudeza a las preguntas que formulaba su amigo Sergio Vera. Nos habló del nuevo género literario denominado de “Cerveza-Ficción”, y de los dos libros presentados: “El huevo izquierdo del talento”, sobre los locos de la noche que se encuentran en el bar de Lola, y “El hijo del Tigre Blanco”, una novela de misterio y aventuras para niños. Nos expuso su visión de la literatura infantil: no debería tener una calidad inferior, de hecho, para él la diferencia principal es el interés por el sexo de los adultos, por lo que decidió que sus protagonistas no cumplirían más de trece años. A la noche siguiente (¡de madrugada!) ofreció un recital de su poemario “El animal”, al que acudieron en masa todas las jovencitas de la región.

Recital Carlos Salem

Recital de Carlos Salem de su poemario «El animal» (noche de viernes a sábado:12-13 de julio).

Y, como sabéis, todos los años se otorgan en la Semana Negra prestigiosos galardones internacionales. Ya conocíamos a los finalistas, y en la Conferencia de Prensa del viernes por la mañana se nos comunicó por fin el nombre de los ganadores. Estas son las actas:

1. PREMIO RODOLFO WALSH
En Gijón, a 7 de julio de 2013, se reúne el jurado del premio internacional Rodolfo Walsh, que se concede a obras de no ficción del género negro, y acuerda por unanimidad otorgar el galardón a la obra “NARCOMEX. HISTORIA E HISTORIAS DE UNA GUERRA”, del autor RICARDO RAVELO, publicado por la editorial Debate; un retrato vivo y revelador que explica el avance de las redes del narcotráfico en México, así como el poder político, económico y social que ejercen en dicho país. Y para constancia firman la presente José Manuel Estébanez Izquierdo, Fritz Glockner y Paco Camarasa.

Helena Cosano con el escritor Juan Miguel Aguilera, finalista del premio Celsius 232 (a la mejor obra de ciencia ficción o fantasía en español) por su libro «La zona».

2. PREMIO CELSIUS
En Gijón, a 12 de julio de 2013, reunido el jurado del premio Celsius, formado por Julián Díez, Jesús Palacios y Fernando Marías, deciden por unanimidad otorgar el premio a “CENITAL”, de EMILIO BUESO. Firman: Jesús Palacios, Jesús Díez y Fernando Marías.

3. PREMIO DASHIEL HAMMETT
En Gijón, a 12 de julio de 2013, reunido el jurado del premio Hammett, compuesto por D. Carlos Salem, D. Gregorio Casamayor, D. Miguel Barrero y D. Ignacio del Valle, decide por unanimidad conceder el galardón a la novela “CÁMARA GESELL”, de GUILLERMO SACCOMANNO, por entender que constituye un magno empeño narrativo y un fresco minucioso de la descomposición de la sociedad. El jurado destaca la alta calidad de las cinco obras finalistas.

4. PREMIO MEMORIAL SILVERIO CAÑADA
En Gijón, siendo las 19 horas del día 11 de julio de 2013, se reúne el jurado del premio Silverio Cañada, compuesto por Mariano Sánchez Soler, Marcelo Luján y Alejandro M. Gallo, y decide por unanimidad otorgar el premio a la obra “LA SOLEDAD DEL MAL”, del escritor HORACIO CONVERTINI.

5. PREMIO ESPARTACO
En Gijón, a 11 de julio de 2013, reunido el jurado constituido por Dña. Pilar Sánchez Vicente, D. David López, D. Rafael González Ruiz y D. Alfonso Mateo-Sagasta, después de una larga y ardua deliberación, deciden otorgar por mayoría el premio Espartaco de novela histórica Semana Negra a D. JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ por su novela “ROBESPIERRE”.

6. PREMIO XXVI CONCURSO INTERNACIONAL DE RELATOS POLICIACOS
Reunidos el 6 de julio en el Hotel Don Manuel D. Guillermo Saccomanno, Dña. Elia Barceló y Dña. Ana Merino, tras una larga discusión, acordaron que “TODOS MUERTOS”, de Lola Sanabria García, era el cuento ganador, siendo el primer finalista “Mujeres”, de Elmer Córdoba, y el segundo finalista “Homicidio”, de Rubén Gonzalo.

Además de estos premios habituales, este año la Semana Negra estrena premio. Se trata del SN-BAN: Entre los autores españoles que han participado en la XXVI Semana Negra, el escritor premiado recibirá una invitación para el festival Buenos Aires Negro (BAN) del año que viene -2014-, que se celebra en la capital argentina durante el mes de agosto. Del mismo modo, un autor argentino participante en la edición de este año del BAN será invitado a la próxima Semana Negra de Gijón.

El autor ganador del primer premio SN-BAN ha sido ALFONSO MATEO-SAGASTA.

Un ejemplo más de la inmensa oferta de este festival: el programa del miércoles en la Carpa del Encuentro.

Por las sinopsis que ofrecieron a la prensa de sus obras, todos los galardonados merecen ser leídos. Me pareció particularmente interesante la novela “Robespierre” de Javier García Sánchez, premio Espartaco 2013 a la mejor novela histórica escrita en español.

Se trata, por lo tanto, de una novela histórica, pero a pesar de mi poca afición a ese “subgénenero” que “ni es Historia, ni es novela”, la he comprado con la intención de leerme sus más de mil páginas este verano y de reseñarla con detenimiento, porque me parece verdaderamente excepcional. Se trata de una nueva versión de la Revolución Francesa, centrada en el Terror. No tanto para ensalzar a los mártires, sino para denunciar a los verdugos. Del 10 Termidor, en que fue asesinado Robespierre, derivaron el bonapartismo, crucial para España, la Restauración o la Comuna de París de 1871: en suma, toda la historia contemporánea. “¡Qué no nos engañen más!”, exclamaba con vehemencia el autor. Fue la primera gran conspiración de la Historia, urdida por la banca, la nobleza y la izquierda, pues, como siempre se ha dicho pero como demuestra García Sánchez con todo lujo de detalles en esta obra, “la Historia la escriben los vencedores”. Independientemente de su contenido, como señaló repetidamente Paco I. Taibo, el libro está escrito con un estilo excepcional.

Gijón «la nuit».

Otro punto memorable es el pintoresco encanto de las noches en Gijón. Durante los primeros días reinó una misteriosa niebla. Luego subieron las temperaturas y la ciudad perdió sus velos fantasmagóricos, pero ganó una cristalina belleza, con la cálida iluminación de sus edificios y monumentos y sus largos paseos marítimos.

Nacho y Denis

Gijón «La nuit». Con mis guías Nacho y Denise, tras una cena memorable.

 

Mis amigos Nacho del Valle y su esposa Denise me invitaron a descubrir un poco de “Gijón la nuit”. Un paseo por calles peatonales, el mar de noche, una vista impresionante de la ciudad iluminada desde las alturas, y una cena memorable en una famosa sidrería que rebosaba de clientes más que alegres, donde presencié por primera vez cómo escancian esta bebida y el ritual de tomarla (¡tan diferente de cómo lo haría un bretón!).

Pero lo que todos los que han asistido a la Semana Negra recuerdan con mayor cariño es sin duda las interminables charlas nocturnas en la terraza del hotel Don Manuel. Es el punto de reunión de los veteranos del Festival, durante todo el día y toda la noche, y entre los escritores se crea una amistad cómplice y alegre, discusiones apasionadas, chistes, risas, recitales de poesía, proyectos y confidencias, que a más de uno le evocan nostálgicamente las pandillas de los felices veranos de la infancia.

Las famosas tertulias nocturnas de la Semana Negra en la terraza del Don Manuel.

La Semana Negra crea adicción: tal vez por eso, porque, al fin y al cabo, más o menos cultos o ilustrados, los artistas son personas que siguen jugando con la imaginación, que para poder crear siguen jugando. Siempre seguiremos siendo niños grandes.

 
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Fin de semana negro

Presentación de "Mongolia" en la carpa de 'A Quemarropa'

Presentación de «Mongolia» en la carpa de ‘A Quemarropa’.

El sábado 6 de julio fue el primer día propiamente dicho de la Semana Negra. Empezaron las decenas de actividades paralelas, con una oferta tan generosa que una desearía tener el don de la ubicuidad.

Fragmento programa del domingoPara algunos super-humanos, la jornada comenzó tempranito con un baño en las aguas gélidas del Cantábrico: era una apuesta, y al parecer ganaron los escritores uruguayos -según me contaron, porque yo a esas horas y con esas temperaturas estaba refugiada en el hotel, escondida entre mantas y suplicando al caprichoso dios que se esconde entre las nubes que soplara un poco  y se dignara a dispersarlas unas horas-.

El dios me escuchó: las nubes se alejaron, y fue un día maravilloso, de brisa cálida y sol. Al llegar al recinto de la Semana Negra, a media tarde, vi miles de pompas de jabón tornasoladas volando en un cielo tan azul como el de Madrid.

Mongolia Medicine Show

Mongolia Medicin-Show, con Edu Galán haciéndonos prometer absoluta discreción

Me gustó enormemente la presentación del libro de Laura Fernández “La niña zombie”, que compré y será mi próxima lectura; me atrajo por la forma desenfadada y cruda, divertidísima, de retratar el traumático período de la adolescencia. La presentó brillantemente Elia Barceló, celebridad de la Semana Negra, que nos habló al día siguiente sobre su libro “Hijos del clan rojo”: no lo he leído pero me dio la impresión de ser un derroche de imaginación, aguda psicología y una trama apasionante.

En la pantalla, el último libro de Mongolia.

En la pantalla, el último libro de Mongolia.

También fue interesante conocer al autor francés (en España, traducido por la editorial Destino) Frank Tilliez, que reflexionó sobre las peculiaridades de la novela negra como género, en particular de la dificultad de crear un personaje original e impactante. Al ser ingeniero, científico de formación, habló de la novela como de un “experimento” para desvelar las disfunciones de nuestra sociedad y mostrar la existencia del principio metafísico del Mal. Para el autor no existen “buenos” y “malos”, y sólo una tenue línea separa la normalidad de los actos de atrocidad más inconcebibles: cualquiera puede, en algún momento, traspasar esa frontera invisible, tal vez sin darse cuenta. El Mal nos rodea y parece extenderse como un virus contagioso que le puede ser inoculado a cualquier persona, pues en ciertos entornos, como en las guerras, se vuelve una epidemia general.

           

Petros Márkaris / Foto: Mabi13.

Petros Márkaris / Foto: Mabi13.

Me impresionó el afable carisma de Petros Márkaris, el famoso escritor griego de novelas policiacas, que con vehemencia y un acento francés sugerente nos habló de la crisis, del papel que en ella deben desempeñar los intelectuales para ofrecer alternativas ante la desesperanza general, ya que “si un pueblo quiere luchar, tiene que buscar las herramientas para hacerlo”. Afirmó que desde el 2010 la crisis ha sido su única preocupación. Todos creían que sería breve, mientras él intuía desde el principio que había venido para quedarse, por lo que empezó a escribir una trilogía, a sabiendas de que la crisis sería más duradera que el proceso de escritura. Habló de la catástrofe que está suponiendo, del error de los políticos de tratar a Grecia como si fuera un caso aislado. Y de cómo una “simple” crisis ha ido deshaciendo el camino recorrido de la unificación europea. Porque la crisis, al cabo del tiempo, pasará,  pero el odio permanecerá enquistado muchos años. Según él, citando las últimas palabras de Jean Monnet, el proyecto europeo no debía haber nacido de la unión económica (el Mercado Común) sino de la unión política y social. En Europa está creciendo la disparidad entre los Estados del norte y los del sur. Según Márkaris, nuestra crisis europea proviene de la ruptura del equilibrio entre Francia y Alemania, al igual que el neoliberalismo surgió de las cenizas de la lucha entre capitalismo y comunismo.

Félix de la Concha pregunta mientras pinta a P. Márkaris.

Félix de la Concha pregunta mientras pinta a P. Márkaris.

Asistí a todos los actos que protagonizó Márkaris. El domingo, Félix de la Concha fue pintando ante nosotros su retrato mientras conseguía hacerle preguntas originales, preguntas que no le hubieran hecho en la rueda de prensa ni en la presentación: así, Márkaris nos habló de sus orígenes armenios y de cómo se hicieron griegos sus antepasados por obra y gracia de una historia de amor, cuando el hijo de un rico armenio de Estambul decidió casarse con la sobrina de su criada griega, y al ser desheredado por su padre, eligió ser griego él y todos sus descendientes. Nos habló de Atenas, de lo que implica, allí o en Estambul, pertenecer a una minoría. Nos habló de los sucesos en Turquía, de la situación de las cultas minorías laicas del país musulmán, de los errores de Europa al gestionar la crisis. Félix de la Concha le hizo también preguntas sobre sus distintas facetas –como guionista de cine, dramaturgo, traductor de clásicos y prestigiosos autores contemporáneos y, ahora, escritor-. Márkaris habló de las influencias entre cada una de estas facetas y de cómo transfiere técnicas de una a otra (por ejemplo, la del plano-secuencia cinematográfico a la novela). Afirmó que nunca le había interesado la narrativa, y que de hecho sólo se lanzó en ella cuando “conoció” a su personaje, el ya famoso comisario Kostas Jarito pues, según el autor,el personaje “le cuenta” la historia. Mientras charlaban ambos artistas, pintor y escritor, el retrato se iba “pintando solo” ante nosotros, al hilo de la conversación, aparentemente sin esfuerzo. ¡Y Márkaris se mostró muy satisfecho con el resultado, exclamando jovial que en él veía a una persona que, “a pesar de ser hombre, le resultaba atractiva”!

Petros Márkaris.

Márkaris, satisfecho por reconocer en sí mismo a «una persona atractiva».

Entusiasta colaboradora de Mongolia.

Entusiasta colaboradora de Mongolia.

Tal vez la  gran sensación fuera el show de “Mongolia”, con la carpa más llena. Risas estrepitosas, aplausos sin fin, chillidos ensordecedores de júbilo. Descubrí “Mongolia” en el Tren Negro. Es una revista de papel (sí: nos explicaron que ellos AMAN el papel, les “pone”, y por eso fabrican revistas, folletos, libros y hasta pasaportes). “Mongolia”, que se autodefine como “revista satírica sin mensaje alguno”, es un proyecto delirante e iconoclasta, que arremete sin piedad pero con humor desternillante contra todos los valores establecidos, prejuicios, convenciones huecas, injusticas y abusos de nuestra sociedad, con un claro tinte ideológico “rojo materialista ateo”. Fantásticas burradas, tan alejadas de lo políticamente correcto y de las formas de cortesía habituales que es difícil no partirse de risa. No hay institución que se salve, estos jóvenes brillantes y temerarios no dejan títere con cabeza. Independientemente de las creencias y tendencias de cada uno, son ocurrentes, refrescantes, y dan puñaladas certeras con grandes dosis de verdad. Compré su “Libro Rojo”. Actualmente están arrasando en las redes sociales. Tienen cuenta en Facebook y Twitter, con un número siempre creciente de seguidores.

Gijón fantasmagórico.

Gijón fantasmagórico.

La noche en Gijón fue digna de la mejor película negra. Cuando terminaron las actividades en el recinto de la Semana Negra, pasadas las diez de la noche, se levantó la niebla. Nos dispusimos a buscar un lugar donde cenar, pero la niebla se cernió sobre nosotros, cada vez más espesa, y perdimos el sentido de la orientación. Tras el  poderoso sol de la tarde, el agua del mar pareció evaporarse y flotar a nuestro alrededor formandovelos de humo salado. ¿Gijón? Era imposible reconocer la bella ciudad asturiana. Era una tierra de nadie. La niebla se tragaba los edificios y las siluetas humanas se diluían en la nada, y de la nada, desde cualquier esquina invisible, podía acechar un monstruo. Un vampiro. O un muerto viviente. Algún híbrido de Elia Barceló

Silvio Galizzi encarnando a Vlad Tepes.

Silvio Galizzi encarnando a Vlad Tepes.

Un paseo sin brújula por calles de repente fantasmagóricas, acompañada por el hombre más oscuro de la Semana Negra, Silvio Galizzi encarnando a Vlad Tepes, su personaje, un vampiro que ya ha protagonizado varios filmes en Uruguay – aunque espero haberle convencido de que rueden los próximos en las nieblas de Gijón. Mañana os contaré más sobre él y el personaje con el que se confunde en sus películas.

 
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